lunes, 30 de enero de 2012

Doctor Who 5, Moffat toma el mando


Lo he hecho. Después de tomarme unas semanas de luto por la marcha de Russell T. Davies y David Tennant de Doctor Who, tocaba ponerse con la quinta entrega de las aventuras del Señor del Tiempo, en la que Steven Moffat organiza historias, mientras Matt Smith se sube por primera vez a una TARDIS renovada por fuera y por dentro. No voy a negar que me enfrentaba a la temporada con ciertas reticencias y hasta prejuicios, todos ellos motivados por el excesivo 'hype' que parece envolver a toda obra de Mr. Moffat, y de los debates Moffat el Inteligente vs. Davies el Cabra Loca que se dan entre los fans. Al final, ni Davies es tan chapucero, ni Moffat resulta ser la quintaesencia del cálculo en Doctor Who, al menos no en este volumen.

Pero vayamos por partes.  Parémonos por ahora en a la undécima reencarnación del Doctor en el rostro particular de Matt Smith, el actor más joven de cuantos han dado vida al gallyfreyano. Las transiones de actor a actor siempre son difíciles, y, personalmente, me costó adaptarme a muchos de los manierismos exagerados de Smith y siendo franca, a esa pintas a lo Crispin Glover 2.0., que a mí me inspiran lugares muy tétricos. En los primeros capítulos, a Smith se le nota demasiado ese mal del novato, de estar forzando demasiado la máquina para que realmente nos creamos que esa pajarita que ahora lleva el personaje es "cool", pero después consigue transmitir más cosas que excentricidad en un ser de más de 900 años que ha vivido y visto de todo. Y, cuando por fin lo hace, es cuando logra hacerse con el papel definitivamente y que lo reconozcámos como el Doctor, ofreciendo un retrato del personaje muy por encima de las expectativas.

También ayuda que la química de Smith con Karen Gillan sea tan estupenda. Gillan se encarga de interpretar a la nueva 'companion', la pelirroja Amy Pond, sin duda, una de las sorpresas más gratas que deparan estos treces episodios. Como Rose Tyler y Donna Noble, no sólo es una chica corriente, sino que su existencia está directamente conectada con el devenir de muchas de las cosas que ocurren en el universo. En el caso de Amy, esto se muestra de una forma mucho más extrema, gracias a ese vínculo disfuncional que la une al Doctor desde que era una niña ("The Girl Who Waited"), y que sirve para hilar todos los episodios de la temporada. En Amy tienen cabida la independencia de Martha Jones, la ilusión soñadora de Rose y ese punto basto e impulsivo de Donna Noble. Además, el guión deja muy claro que Rory Williams (Arthur Darvill), su novio, no es otro Mickey (la pareja pseudocornuda de Rose), mientras que la relación de Amy con el Doctor poco a poco va tomando un cariz muy paternal, sobre todo, teniendo en cuenta que Pond es huérfana.

En serio. No.

 En general, esta nueva etapa de Doctor Who ofrece más indicios de ruptura que de reforma de lo visto en las temporadas anteriores de la serie moderna. El cambio de aspecto de la TARDIS y la sustancial mejora de los efectos especiales y de todo el diseño de producción es sólo la capa más superficial de una pintura en donde subyace una mano gorda sobre la personalidad del protagonista, más alienígena y menos empático, lo cual se aleja de la evolución que sufre el personaje entre su novena y décima encarnación. También se han oscurecido de la atmósfera de la serie, un aspecto muy engañoso que, en mi opinión, erróneamente lleva a pensar que la serie ha tomado derroteros más adultos, cuando todo se reduce a que se ha apostado por dar un poco más miedo (ahora es cuando encaja cualquier mención a Crispin Glover...).

Sin embargo, y pese a que sí se aprecia un esfuerzo más claro por reforzar la serialización de la serie por parte de Moffat y su equipo de guionistas (entre los que se encuentran nombres como el de Toby Whithouse, creador de Being Human, o Mark Gatiss), con esa grieta amenazadora que interviene en todos los episodios, la estructura global  de la temporada no dista mucho de esa combinación de capítulos sueltos con dípticos de las entregas anteriores. La típica marca moffatina que tanto éxito tuvo en los capítulos de las cuatro temporadas anteriores, de sembrar para recoger luego, y sus caracterísiticas paradojas temporales terminan de hacerse evidentes en una doble season finale, 'The Pandorica Opens'/'The Big Bang' (5x12-13) cuya resolución, curiosamente,  no se aleja demasiado de los criticados 'deux ex machina' en el último segundo de la era Davies. 




Además, las muestras por ahondar en la mitología y personajes ya presentados por el guionista escocés en sus capítulos de las temporadas anteriores junto con otros episodios de gran originalidad conviven con una terna de historias muy olvidables, lo que da como resultado una entrega muy irregular. Así, sobresale la brillantez de episodios como 'The Time of Angels'/'Flesh and Stone' (3x04-05), en los que se nos actualizan las presencias de los Ángeles Llorones de 'Blink' (3x10) y la de la carismática y misteriosa River Song (Alex Kingston) de 'Silence in the Library'/'Forest of the Dead (4x08-09). También, motivan la frescura de 'The Eleventh Hour' (5x01) y 'The Beast Below' (5x02) y la emoción vibrante de 'Vincent and the Doctor' (5x10), para mí, el mejor capítulo de todo el volumen, con ese Van Gogh en plena explosión artística. Todas estas aventuras contrastan con sopores absolutos como 'The Vampires of Venice' y The Hungry Earth/Cold Blood (5x08-09), un díptico al que no salvan ni los Silurians; y con capítulos discretos como 'Amy's Choice' (5x07), 'The Lodger' (5x11) y 'The Victory of the Daleks' (3x03), donde esa coloración a lo parchís de las némesis por excelencia del Doctor no merece ningún comentario.

Si bien algunos de los enemigos históricos del Doctor son meras sombras de lo que fueron, el Doctor, Amy, Rory, River y todo el potencial de las historias que se abren ante ellos a ritmo de la épica de Murray Gold son una poderosa razón para avanzar con este nuevo Capítulo en la vida de  nuestro viajero del tiempo y el espacio favorito.

miércoles, 18 de enero de 2012

Downton Abbey 2, días de guerra

ATENCIÓN SUELO FREGADO: Spoilers frescos sobre la segunda temporada de Downton Abbey que pueden hacerte resbalar si no la has visto.

El Globo de Oro que Downton Abbey logró el pasado domingo en la categoría de mejor miniserie o película para televisión ha confirmado, peculiaridades de criterio aparte, el fenómeno en el que este 'costume drama' se ha convertido al otro lado del charco. Las chicas de ByTheWay hacen una curiosa recopilación de una buena cantidad del  merchandising y eventos que suelen acompañar a este tipo de casos, mientras que en Vaya Tele! nos desvelan la verdad detrás de algunas de las tramas culebronescas con las que la serie de Julian Fellowes nos enganchó en su temporada de debut.

Frente a los siete episodios de la primera entrega, a esta segunda se le suman uno más y un especial de Navidad de dos horas, que, en lugar de funcionar como un acto separado, continúa y deja la historia lista para el tercer volumen que arrancará el próximo otoño. Tenía la sospecha de que el especial iba a ser la auténtica season finale, de ahí que esperase hasta ahora para dar mis impresiones sobre una temporada, en líneas generales, mucho más intensa en sus planteamientos de género y catártica para algunos de los personajes.

Muchas quejas ha habido acerca del exceso de giros novelescos, deudores todos ellos del jabón de O' Brien, que la producción ha tomado este año, como esa aparición del supuesto primo Patrick Crawley, cuya igual de supuesta muerte en el Titanic daba inicio a la historia de la serie; el embarazo de la criada; el amago de adulterio de Lord Grantham con otra criad a mientras Cora se debatía entre la vida y la muerte; y la milagrosa recuperación del primo Matthew, al que el combate en la trinchera había dejado paralítico; o la oportuna muerte de Lavinia, prometida de Matthew y rival de Mary, a causa de la gripe española. Las críticas a tanto suceso junto son en parte acertadas si las miramos desde el punto de vista la dosificación de los acontecimientos. Así, lo que en telenovela al uso puede abarcar una gran cantidad de episodios, aquí se condensan en apenas cuatro, lo que puede provocar una saturación importante. Además, si unimos esto al festival de elipsis desenfrenadas (nada menos que se ventilan cinco años en nuevo episodios) que se marcan en esta temporadas, parece que todo transcurre a la velocidad del rayo sin apenas dar tiempo a digerir tanto drama. Demasiado, incluso para el ritmo casi siempre vertiginoso de las ficciones británicas. Sin embargo, objetivamente no se puede decir que la serie haya derivado en el culebrón más absurdo, puesto que ya había dado muestras de ello el año pasado, y no hay nada en su propuesta que la haga avergonzarse de su naturaleza de 'soap'. Es más, su factura técnica sigue subrayando que estamos ante una 'opera' majestuosa.


Las inmundas elipsis permitían tener a Matthew sentado más tiempo en el salón de la casona que en el taburete de la trinchera, y presumiento de la pelirroja Lavinia  (apodada Ginger Lavinia por los fans) frente a las narices de Mary, episodio sí y episodio también. La evolución del personaje de Lady Mary es de lo más destacable de una temporada, enfocada en mostrarnos los cambios que la Gran Guerra estaba empezando a implantar en la sociedad de la época y en los habitantes de la abadía. La interpretación de Michelle Dockery, muy apoyada en las miradas,  logra una transición perfecta de niñata testaruda y orgullosa a mujer arrepentida de sus propios errores y prejuicios. Así, Mary va dejando ver su lado más vulnerable y la profundidad de sus sentimientos a través de sus interacciones con Matthew y con su prometido Sir Richard Carlyle, magnate de la prensa amarilla interpretado por Iain Glen (Sir Jorah en Game of Thrones). Un tipo sin escrúpulos, Carlyle se erige como el auténtico villano de la función. Despreciado por una Condesa Viuda estelar y con la lengua más desatada que nunca por su condición de hombre hecho a sí mismo (o en otras palabras, por ser un nuevo rico sin abolengo ni valores),  Sir Richard no sólo representa una amenaza para la reputación de Mary (conoce el infame suceso de Pamuk), sino que también esconde secretos relacionados Lavinia, un corderillo de personaje a la que es imposible odiar pese a ser un obstáculo entre Matthew y Mary. La muerte probablemente fue la salida más digna que le pudieron dar a este personaje, aunque ello causara una vez más espasmos a la conciencia de Matthew y Lady Mary antes de, por fin, sellar su compromiso en un especial navideño que compensó de un plumazo todas las desgracias pasadas en episodios anteriores

Si Sir Richard fue el azote de la pareja central de la serie, la exmujer de Bates también hizo acto de persencia para amargarle las perdices a él y a la sufrida Anna, y hasta a Mary, ya que a sus oídos llega el escándalo del turco. Mary Doyle Kennedy, conocida por ser la Catalina de Aragón que chapurreaba español en The Tudors, no se prodiga demasiado, pero ella sola se basta para enchironar a Bates, acusado de envenenarla en otro de esos requiebros 'bigger than life' de este tipo de producciones. Menos mal que antes dio tiempo a que Bates y Anna se casaran y tuvieran su noche de bodas escalaras arriba. Está claro que éste será uno de los centro del drama en la temporada venidera, pues mientras los tortolitos Crawley prepararán su boda (aunque seguro que con algun problema), estos dos van a tener que luchar por sacar a uno de ellos de prisión. ¿Alguien creía que la felicidad iba a durar así como así en la casona?

Por su parte, Lady Sybil y Branson han protagonizado el romance por escenas de la serie, sólo que dichas tomas parecían un calco de la anterior y así sucesivamente. Los actores debieron aburrirse de lo lindo recitando sus frases, que además servían para poner a la audiencia al corriente del contexto histórico y social del momento (la proactiva Sybil incluso se pone a trabajar como enfermera profesional), ya que el resto de las subtramas no se molestaban demasiado en semejantes menudencias cronológicas, salvo las relacionadas con la contienda mundial. Total, incluso el tiempo no parece pasar por los rostros de ninguno de los personajes, aunque el departamento de vestuario haya hecho los deberes a la hora de mostrar unos trajes más auteros, acordes a las circunstancias (¿Cuántas veces repiteel  modelito granate Lady Mary?).



Menos que Sybil ha sido Lady Edith, cuya historia con el supuesto Patrick acababa antes de empezar, pero la hermana mala ha tenido su buena dosis de crecimiento gracias a la guerra, y ha acabado por convertirse en alguien mucho más comprensiva, menos caprichosa y más consciente de lo que sucede fuera del patrimonio de Lord Gratham.  De todas formas, el tema con el falso Patrick se ha quedado en el aire y podría volver en cualquier momento para darle más vidilla a un personaje que ha quedado muy en segundo plano en comparación con las otras hermanas Crawley.

De robar planos y soltar 'one liners' sigue viviendo la Condesa Viuda Violet, que ha ido deslizando alianzas como quien desliza una aguja por la tela. Ha sido divertidísimo verla conspirar contra la prima Isobel en compañía de su nuera Cora, a la que no le hace mucha gracia que su consuegra disponga a sus anchas en el hospital miilitar que se ha habilitado en Downton Abbey. Por no hablar de los mencionados choques con Sir Richard, al que humilla a las primeras de cambio, y sus habilidades como celestina entre Matthew y Mary cuando por fin se da cuenta de que su nieta no puede encontrar un pretendiente más idóneo.



Las tensiones entre Cora y Robert resultaron muy forzadas y sin fundamento alguno, y vinieron a coronarse con ese affair con la criada que para nada encajaba con el tipo de personaje sin mácula que representa el Earl. Se nota el esfuerzo por querer humanizar al símbolo del honor de la casa, pero se ha hecho de una forma muy burda y apresurada. Sabemos que se trata de un matrimonio de conveniencia con sus claroscuros al prinicipio, por lo que Fellowes tiene humus desde donde trabajar si quiere crear verdadero drama. Sin ir más lejos, yo tengo una sospecha alocada de que el cariño de Carson, el mayordomo, hacia Lady Mary se debe a se trata en realidad de su hija (WTF lo sé).

Este post está quedando muy largo de por sí, pero prácticamente todos los personajes de la casa, incluida la servidumbre, han tenido más o menos una intervención importante en el desarrollo de la segunda temporada, lo que da una idea de la densidad de la historia y de lo rápido que sucede todo. Ahí tenemos a la señora Hughes ayudando a Ethel, la criada embarazada del oficial del ejército herido; o a Daisy sintiéndose culpable por casarse con un William moribundo sin desearlo realmente. Ambas tramas vienen a dejar patente que la guerra también ha tocado de alguna forma al servicio, aparte de sacar a Thomas de su puesto de lacayo para ascenderlo a encargado del hospital montado en la casa. La baja que se autoprovoca en el frente y que lo lleva de regreso a Downton  fue la primera piedra para suavizar un personaje de por sí chulesco y despreciable, pero nadie imaginaba el timo en el que se ve envuelto, algo que lo devolvió definitivamente a la tierra. Una circunstancia parecida ocurre con O' Brien, con muchas menos ganas de malmeter que antes y dispuesta a redimirse con lealtad del incidente del jabón.

"No seas derrotista, querida, es muy de clase media".

Puede criticarse el retrato que la serie hace de las relaciones ente servidumbre y señores sea excesivamente buenista o paternalista, pero la interdependencia entre los dos extremos de la escalera era innegable en esos tiempos por unas razones o por otras (una propiedad podría dar de comer a medio pueblo), y no era extraño que se pudiesen establecer vínculos de confianza como el que vemos entre Lady Mary y Anna, o entre el Earl y Bates. La fidelidad a la Historia no es el fuerte de la producción, aunque eso tampoco es motivo para condenarla cuando se trata de jugar con situaciones posibles en la época que pueden chocar con nuestra mentalidad moderna.

Con la Gran Guerra terminada y gran parte de los conflictos sentimentales cerrados, me aventuro a pensar que la tercera temporada, que abarcará los años 1920 a 1922, tendrá a Sybil como vórtice de los conflictos. No en vano, el personaje partió para Irlanda felizmente casada con su Branson, y encima está esperando un hijo en un tiempo en que la isla de San Patricio estaba a punto de librar su guerra por la independencia. Puede que, después de todo, venga otra batalla a Downton Abbey.

domingo, 15 de enero de 2012

Inadaptados en tierras extrañas


Ya comenté que durante estas fiestas recién terminadas, lo que se dice seriar, poco, pero  me dio tiempo a dar carpetazo a un par de temporadas cortas ofrecidas, en primer lugar, por uno de los estrenos más esperados del año (que ha resultado en relativa decepción) y, en segundo lugar, por la tercera entrega de una de las citas ineludibles del género superheroico en televisión, que ha venido cargada de cambios sustanciales en su elenco. Obviamente estoy hablando de Terra Nova y de Misfits.

A la serie de los dinosaurios pixelados producida por la factoría Spielberg ya la caté hace unas semanas. Y si de aquella ya decía que a la cosa le faltaban unos cuantos hervores para que funcionara, no parece que en los últimos episodios se hayan visto cambios de peso como para pensar que los personajes no eran meros monigotes de papel o la vida en la colonia fuera un quiero-y-no-puedo de documental del Discovery Channel. Los Shannon continuaron su periplo de familia sin matices mientras que el interés se dirigía hacia personajes más secundarios como el Comandante Taylor, cuyo pasado ayudó a construir esa tensión y conflicto que urgían tanto en la serie.

Sin embargo, el giro de timón vino demasiado tarde en una doble season (¿series?) finale muy por encima del resto de episodios anteriores. Con unos datos de audiencia que para nada se encuentraban en las esferas de 'hit' que preveía la FOX, y a expensas del rendimiento de Alcatraz en esta midseason que acaba de empezar, los guionistas han lanzado un órgado de optimismo con un cliffhanger chocante que promete una revisión de todo lo establecido en el mundo de Terra Nova hasta el momento. Un efecto suficiente para retomar la serie el año que viene. Al menos la season premiere, si es que la hay.

Más 'extreme makeover' va a ser el caso de Misfits. Estaba visto que la marcha de Robert Sheehan, que daba vida al ínclito Nathan, odiado por unos y amado por otros tantos, iba a suponer algunos cambios. Al final, ni su marcha (solucionada en un webisodio por debajo de las expectativas), su ausencia ni su sustituto han sido para tanto. Rudy, interpretado por Joe Gilgun, que básicamente era una versión de váter del propio Nathan. Escatológico hasta el absurdo, el diálogo con ese yo tímido que producía su poder de desdoblamieto fue de lo poco interesante que aportaba el personaje, centro de los peores episodios de una volumen compuesto de siete episodios.

Kelly con su relación con el traficante de poderes, tomo el relevo de Simon en la temporada anterior, y se confirmó como la guía que iba a llevar arco argumental de la serie este año. Aunque, claro está, el conjunto final dista de ser satisfactorio. No sólo todo se orquestó de manera deslabazada, sino que la resolución pareció apelotornarse en los dos últimos episodios. Viendo lo cortas que son las temporadas británicas el tiempo sí que no está apra ser desperdiciado. Era lógico que con ese 'mini-reboot' propiciado por el intercambio de poderes, la serie de Howard Overman iba a necesitar de minutos para explicar la nueva situación de los personajes, de ahí que se volviera a una estructura de capítulos más propia de la primera temporada, lo que afectó a esa trama horizontal que no era demasiado consistente por sí sola.

Los nuevos poderes, en general, dieron poco juego, salvo el de Curtis y Simon, que al mismo tiempo tampoco fueron aprovechados en demasía. Entre penes rotos y nazis ('leit motivs' de los episodios más flojos de esta entrega), se comió tiempo para otros desarrollos más rompedores que duraron apenas un suspiro antes de ser desechados en favor de la débil trama principal.

El problema de Mifists este año no estuvo en la marcha de un personaje en concreto, sino en una falta de historias que contar o en un desgaste de las que ya había. Renovada para una cuarta temporada, y con Iwan Rheon (Simon) y Antonia Thomas (Alisha) diciendo adiós, la serie se enfrente a un nuevo terremoto sobre cuyos escombreos va a intentar el más difícil todavía.

miércoles, 4 de enero de 2012

Great Expectations, la fábula del niño de la forja

Muchos nos las prometíamos muy felices con el parón navideño y el tiempo que este receso deja para ponerse al día con capítulos atrasados o con viejas cuentes pendientas. Un deseo muy bonito hasta que te encuentras con la BBC y sus maliciosas miniseries... Ahi todos tus planes se van al traste. En este año que acaba de empezar se conmemora el bicentenario del nacimiento de una de las primeras grandes superestrellas de la literatura universal, el prolífico Charles Dickens. Y digo superestrella porque sus novelas publicadas en formato folletín creaban un 'hype' equivalente en la época victoriana al creado por cualquier serie salida de la factoría de un productor como J.J. Abrams (mejor no hablemos de su amor por los giros endiablados en sus tramas...).  Para iniciar los festejos de la efémeride, la casa británica ha sacado de la estantería una de las obras más famosas de este autor, Great Expectations, para ofrecerla a los espectadores en tres exquistos episodios de adaptación literaria.

Como otras tantas obras de Dickens (donde abundan las pinceladas autobiográficas), Great Expectations va directamente a las clases más bajas del Londres de mediados del S.XIX para narrarnos de una forma más categórica una historia de ascenso social salpicada de personajes retorcidos y desalmados, pero también de soñadores humildes con aspiraciones cumplidas y arruinadas a partes iguales. El pequeño Philip 'Pip' Pirrip (Oscar Kennedy/ Douglas Booth) vive en la forja que su cuñado y su hermana tienen en las marimas del Támesis, un lugar en donde su destino no puede ser otro que el de convertirse en herrero, hasta que como también le pasa a David Copperfield y Oliver Twist, una serie de circunstancias cambian su camino vital para siempre.

A partir de este momento Pip se encontrará con una terna de personajes encabezados por la misteriosa  Miss Havisham, una rica novia cadáver entre repugnante y trágica,  interpretada con acierto y sorprendente mesura (veremos lo que hace Bonham Carter en la adaptación cinematográfica) por una estelar Gillian Anderson, toda una catedrática en este tipo de papeles (ahí tenemos la madame de burdel de The Crimson Petal and The White), que repite con Dickens tras Bleak House y que últimamente vive un idilio con las adaptaciones literarias de la corporación. También destaca el interés amoroso y motor de gran parte movimientos del protagonista: Estella, la hija adoptiva de Havisham, o  la niña de la eterna cara de asco, que en su versión adulta está encarnada por una irreconocible Vanessa Kirby para quienes la hayan visto antes en su pequeña aparición en The Hour. Y como colofón se encuentra el amigo de Pip, el desheredado Herbert Pocket, al que da vida el carismático Harry Lloyd (Doctor Who, Viserys en Game of Thrones).

Me reservo comentar el menudo pero clave papel del otro gran reclamo del reparto, que no es otro que Ray Winstone, un veterano secundario de muchas producciones británicas. Pero, en resumidas cuentas, el plantel actoral, como es costumbre, soporta gran parte del peso de la adaptación. Y aquí hay que destacar el satisfactorio trabajo del monérrimo Booth como Pip adulto. Los prejucios hacían pensar que un modelo curtido en campañas de Burberry junto con Emma Watson y con perspectivas de salir en el remake de LOL con Miley Cyrus y Demi Moore no iba a hacer nada con el rol, pero Booth aporta una vulnerabilidad e ingenuidad que casan a la perfección con el personaje.

Para los que nos sabemos el cuento al dedillo, el guión escrito por Sarah Phelps va muy de la mano con el original novelesco, cambiando sólo detalles que para nada modifican los motivos de personajes y el sentido de las situaciones, e imprimiendo un ritmo muy fluído en la narración. Quizás le falta más riesgo a la hora de quitarle obviedad y darle más capas a algunos personajes como Orlick y Drummle, que quedan demasiado villanos de manual. Con una factura técnica incontestable que hace justicia a la atmósfera dickensiana original, potenciada por un diseño de vestuario y unos decorados milimétricos, la miniserie también puede ser captada perfectamente por ojos nuevos.

El fondo de la historia se mantiene muy fresco, ya desde esos cuidados títulos de crédito contando el desarrollo de una mariposa, el insecto de la plenitud efímera. Las grandes esperanzas humanas son imperecederas a los tiempos, pero a la par se siguen dando crónicas de estancias en la cima y súbitas caídas al barro de lo común, y más en  medio de una situación como la actual. De ahí que esta nueva versión del clásico adquiera un leve punto de oportunismo, si bien la crítica al paisaje social de la época quede en un segundo plano en favor de los objetivos personales de Pip y el romanticismo de la puesta en escena.

Unas escasas tres horas de buena televisión para empezar el año con buen pie.