martes, 22 de enero de 2013

Fringe 5, o el drama familiar de ciencia-ficción

ALERTA SPOILERS: Si te atreves a leer la entrada sin haber visto la series finale de Fringe (FOX, 2008-2013), ya no hay tutía, ni reválida posible.

Pocas series pueden presumir de haber salido ilesa de mil batallas como Fringe pero, algún día, como le ocurre a todo buen soldado, tenía que llegar la retirada del frente. Y se ha ido con la cabeza más alta que baja, a pesar de todos los dimes y diretes creativos por los que esta ficción de la factoría de J.J. Abrams ha pasado en los dos últimos años. Un tiempo, además, marcado por las constantes amenazas de cancelación que una Resistencia, en forma de fandom entregado, ha ayudado a mitigar con un plan y método que ni el de William Bell y Walter Bishop en sus experimentos con el cortexiphan.

Tras una cuarta temporada decepcionante (en el que esa reescritura del tiempo sin Peter Bishop y la vuelta al esquema procedimental de la primera etapa no terminaron de cuajar), Joel Wyman y su equipo de guionistas pidieron, tulipán blanco en mano, un voto de fe a la la audiencia durante trece episodios más para darle a la serie un final a la altura de sus personajes. Después de todo, la familia Bishop y sus allegados son la verdadera piedra angular que ha justificado que Fringe se despida con un centenar de capítulos a sus espaldas; no así su mitología, que ha ido replegándose progresivamente para expandirse sólo en cuestiones clave, como la de los Observadores. Y la sensación final es, si bien no perfecto, la de un cierre digno y bastante coherente con  lo que habíamos visto en todo nuestro periplo a bordo de la serie.

Ya vimos pistas de lo que estaba guardándose en la nevera en ese episodio de alto riesgo llamado 'Letters of Transit' (4x19), donde se nos presentaba un mundo orwelliano presa de los calvorotas en 2036, y en el que la hija huérfana de Peter y Olivia (me niego a que un nombre tan feo aparezca en este blog) se dedicaba a combatirlos en la sombra alentaba por el recuerdo de sus padres y el resto de la División Fringe. Todo pudo haberse truncado ahí si la serie no hubiera sido renovada; después habríamos dicho adiós viendo cómo una Olivia ya embarazada se deshacía para siempre de David Robert Jones, pero sabiendo que la felicidad no le iba a durar demasiado. Cruel epílogo hubiera sido ése. Hasta ese momento, los Observadores habían permanecido como uno de los mayores misterios de la producción, unas figuras en apariencia neutrales que, sin embargo, ahora se presentaban como unos seres despiadados y totalitarios. Pero permanecían las preguntas basicas acerca de ellos: ¿de dónde venían? y ¿por qué eran como eran?

Aun sin haber entrado en demasiado detalles sobre la naturaleza de los Observadores hasta sus últimos compases (tal y como apunta Mo Ryan en su reseña), la quinta temporada ha respondido a esas interrogantes a la vez que ha llevado a sus personajes al límite de sus emociones. Así, se potencian más que nunca esas complicadas relaciones paterno-filiales que llevan poblando el universo Abrams desde Alias, en donde todo entendimiento parece perdido por un bienentencionado, aunque moralmente reprobable, acto de amor pasado del progenitor para con sus hijos que los acaba marcando sin remedio en la edad adulta. Walter Bishop y Jack Bristow, cada uno en su parcela y magnitud, cada uno con sus demonios, cruzaron la línea para salvar a Peter y Sydney, respectivamente, y luego se las vieron y desearon para lograr su expiación aun si esto significara separarse de lo que más querían cuando había llegado el momento.

 Lo que ocurre cuando te pasas 21 años sin limpiar tu casa... Telerañas party.

Muchas veces hablo de lo que Fringe le debe a la serie de espías, pero es que hasta comparten habilidades reptilianas en lo que a sobrevivir a reseteos de la historia se refiere. Han podido gustar más o menos esos cambios, y se puede criticar la manera en que se han ejecutado, pero son una demostración de que si los personajes son los suficientemente sólidos en su fondo pueden estar por encima de cualquier mudanza de forma, escenario o tono a la que se someta a la historia (ahí están todas las adaptaciones modernas de clásicos). Y lo mismo pasa con el concepto de la ficción que,  cuando es fuerte, es capaz de trascender la ausencia de un personaje en apariencia clave.  Al principio de esta quinta entrega se oyó decir que Fringe había dejado de ser la serie que era y, hasta cierto, punto la afirmación era cierta, pero sólo a un nivel superficial. Comparado con que ocurre entre el final de la tercera y la cuerta temporada, el salto temporal de 20 años no supone un atentado directo al canon de la ficción como pudo haber sido el borrado de Peter que se quedó en una 'chusta' pese a todo el riesgo que encerraba la idea. La diversidad de enemigos que estábamos acostumbrados a ver en el pasado se uniformiza en los Observadores y la compleja red de subtramas que se cruzaban como parte de un arco mayor se ha simplificado en un solo uno hilo conductor que queda claro desde el prinicipio: el plan de Walter para derrotarlos. Si de algo se le puede acusar a esta temporada es de volverse demasiado sencilla, pero la serie no recurre a elementos externos a su mitología sino que reutiliza los que ya tiene. Y las señas de identidad de una ficción se encuentran precisamente ahí.

La idea de la búsqueda de las cintas del pasado para construir el artefacto que habría de derrotar a los calvos no es más que una excusa para sostener el largo epílogo que ha sido una temporada plagada de autohomenajes a los "Fringe events" empezando por el inquitante Niño Observador que ya había aparecido en uno de los mejores episodios de la primera etapa de la serie, 'The Inner Child' (1x15), y que ahora regresa como una pieza fundamental en el desarrollo de la trama al igual que nuestro amigo September, el Observador rebelde. Los últimos capítulos también han servido para decir adiós a grandes secundarios de la serie como Broyles y Nina Sharp, ya entrados en años. Muy dura y sorprendente fue la muerte de ésta última en el que para mí ha sido en uno de los capítulos más conseguidos del volumen, 'Anomaly XB 6783' (5x10), junto con el episodio siguiente, 'The Boy Must Live' (5x11), en el que se desvela por fin el gran misterio de September.

En este episodio se vuelve a hacer hincapié en la especial relación que une al Observador y a Walter y es, otra vez ( y van muchas veces), una clase de interpretación magistral de John Noble, un actor de capacidad inmensa, que, si no ha estado nominado a premios es por el 'pecado' de trabajar en una serie de ciencia-ficción. El acto de amor  que definió el destino de Walter en 1985 secuestrando al Peter del otro universo para salvar su vida comparte el mismo fondo que el de September/Donald y su hijo 'el Niño/Michael' en 2036 si bien las consecuencias de ambas acciones son muy distintas. Y, con todo, al final es Walter el que acaba poniendo las cosas en su sitio viajando con Michael a ese futuro todavía más lejano en donde se originaron los Observadores. Las motivaciones que causaron el desastre de Walter y dieron comienzo al conflicto de la serie serían las mismas que habrían de resolver la amenaza final y, además, ejecutadas por el mismo personaje. No se puede decir que Fringe no ha cierre circular y coherente con su trayectoria.

 

Pero no todo han sido aciertos en la temporada. La introducción de Etta (mejor el diminutivo que el nombre, al menos) prometía mucho, aunque se quedó en un mero instrumento al servicio de la subtrama de Peter y Olivia, que se volvieron a unir definitivamente en el dolor de su muerte a manos de Windwark tras haber comenzado la temporada distanciados. Se le puede achacar a la falta de tiempo en la temporada, pero todo pasó a tanta velocidad que apenas hubo momentos de reconexión familiar entre los tres antes de que muriera Etta, las posteriores locuras de Peter con la tecnología de los Observadores (enésimo intento de darle sustancia al personaje) y la reconciliación final con Olivia. Demasiado drama reconcentrado y, para rematar, más sufrimiento para la 'punching bag' del serie que no es otra que Olivia, por supuesto.

La agente Dunham ha tenido un papel menos protagonista en esta quinta etapa que en las anteriores para pasar a ser un personaje más de apoyo; otra decisión discutible. Todo el centro de gravedad, por tanto, recae en los Bishop, aunque eso no es excusa para que no se la eche de falta en la significativa última escena de la doble series finale ('Liberty'/'An Enemy of Fate', 5x12-13). La imagen de Peter recibiendo el tulipán blanco es perfecta debido a las palabras que le había dirigido su padre en los instantes previos, pero ¿no habría quedado mejor un plano de los dos? ¿No es miembro de la familia después de ser cobaya de laboratorio, viajar entre universos, salvar el mundo, etc. etc... haberse casado con Peter y ser la madre de Etta?


Más allá de esos 'peros' la finale fue un coladero de nostalgia en donde no faltaron el regreso del Universo Alternativo, con Fauxlivia y Lincoln Lee en una escena al más puro estilo 'fan fiction' muy graciosa, y, cómo no, la aparición estelar de la vaca Gene ambarizada, que coincidió con el momento 'tear jerker' del episodio: "It's a beautiful name. Astrid". Después de "Astros", "Asteriscks" y "Aspirins", entre otras perlas de Walter, era la ocasión.

Antes de irse Walter agradeció a los que lo habían acompañado en su viaje y, de igual modo, el equipo de la serie no perdió la oportunidad de decir gracias a los fans por el apoyo que han dado a la serie durante su andadura. Las irrsisorias audiencias siempre pusieron a la serie más 'over there' que 'over here', y más emitiéndose en la mortecina noche de los viernes, pero ha sido el esfuerzo de los entusiastas lo que ha mantenido a la serie a flote, ya sea viendo los capítulos en directo en FOX, en diferido a través de DVR, comprando los DVDs y extensiones del universo Fringe en otros medios, o dando la vara en las redes sociales cuando más contaba. William Bell dijo una vez "there is more than one of everything", pero todos sabíamos que Fringe sólo hay una. Por ello valió la pena disfrutar de la experiencia y aficionarse a los regalices rojos.

miércoles, 2 de enero de 2013

El volantazo de Downton Abbey

Después de dos meses de 'vacaciones' seriéfilas (podría hacer un post de todo lo que tengo pendiente por ver...), toca volver al redil antes de que las telarañas se adueñen de este pobre blog y qué mejor forma de hacerlo que hablando de una ficción que causa tanta borrachera en la crítica estadounidense como una botella de Jägermeister en una noche de juerga. La tercera temporada de la británica Downton Abbey, que ocupa el post de hoy, se estrenará al otro lado del charco este mes, razón suficiente para que la 'hypeen' hasta el infinito y más allá pero, aparte, el drama de Julian Fellowes se ha colado de nuevo en las nominaciones a los Globos de Oro gracias a una segunda entrega que levantó mucha polvareda el año pasado. Eso sí, aun con polémicas, esta entrada en lista me sigue pareciendo más meritoria que otras, como la de The Newsroom, serie que claramente debe la nominación a su piloto y... a toda la herencia televisiva de Aaron Sorkin junta.

Los nueve episodios (ocho regulares y un especial navideño de dos horas) del tercer volumen de Downton Abbey se despojan de todos los achaques que podría tener la anterior etapa y vuelven a los fueros de la primera temporada. La serie continúa tejiendo muestras del mejor culebrón de época que puede verse ahora mismo en televisión pero ha rebajado sus ambiciones cronológicas, abarcando los dos primeros años de la década de los veinte, lo que sin duda ha repercutido en un uso de las elipsis más discreto, por no decir casi inexistente, hasta llegar a ese especial navideño con el que Fellowes y circunstancias externas a la producción de la ITV han hecho que suba el pan (y mucho) hasta el año que viene.

El fin de la Gran Guerra, como era de esperar, ha cambiado la forma en que funcionaban las cosas entonces, y la arcádica propiedad de Lord Grantham no iba a ser la excepción. Una mala inversión y la aristrocrática ingenuidad de Robert Crawley a la hora de hacer negocios ha echado a perder el cómodo colchón que aportaron los millones yankees de su mujer, Lady Cora, al matrimonio. Y como los contratiempos no vienen nunca sin añadidos, todo se solapa con los preparativos de la boda de Mary y Matthew que, a su vez, incluyen la llegada de la suegra americana, Martha.

El impacto del personaje interpretado por una punzante Shirley McLaine fue más breve del esperado, aunque sirvió para ampliar detalles del pasado de Cora y, sobre todo, para regalar unas divertidísimas escenas con la Condesa Viuda, encarcanada por la siempre estupenda Maggie Smith, en las que el duelo de suegras es también un choque cultural entre la relajación y espontaneidad de los ricos estadounidenses y la flema y apego a las tradiciones de la nobleza británica. No hay que olvidar que la pareja formada por Cora y Robert Crawley es un eco de esos matrimonios de conveniencia (o 'joint ventures', según como se mire) que se arreglaban en la época entre las hijas de los empresarios americanos y los aristócratas arruinados de las Islas.

Lady Mary sigue llevando gran parte del peso dramático de las hermanas Crawley, especialmente por su nueva situación y las obligaciones que conlleva. Edith, como ya es costumbre, repite en su posición de chivo expiatorio de todos los malos días que Fellowes pueda tener mientras escribe, al menos, su subtrama ayuda a ilustrar otro de los cambios sucedidos en el período en materia de feminismo. Esta parcela solía estar reservada a Sybil, uno de los talones de Aquiles de la serie, ya sea porque la actriz, Jessica Brown-Finlay, no logra transmitir lo suficiente, o porque nunca se ha sabido como conducir el personaje de forma que ayudara a avanzar la historia... hasta esta temporada.  Lo mismo se puede decir del ex chófer Branson, que junto a Sybil, no servía más que para dar el parte histórico capítulo a capítulo el año pasado, pero que ahora ha escalado muchos puestos en la jerarquía de personajes. Su desarrollo y el de Mary prometen mucho con vistas a la cuarta entrega.

 Intrigando se entiende la gente...

Se nota el esfuerzo por desechar cualquier subtrama accesoria cuya incidencia en la historia podría ser superficial para centrarse sólo en lo que ocurre en la casona, tanto arriba como abajo de la escaleras. Por eso, apenas se ha mareado la perdiz con la estancia de Mr. Bates en la cárcel ni han explotado el asunto de la Independencia de Irlanda, al que estaría vinculado Branson. Las nuevas incorporaciones a la plantilla de los criados, como los lacayos Jimmy (Ed Speelers) y Alfred (Matt Milne), son una buena muestra de lo animado que ha estado el panorama dentro de la casa, con una O' Brien más cabrona que nunca y un Thomas del que sorprende su evolución.

Downton Abbey ha sabido recuperar el pulso del melodrama con una temporada equilibrada, más consciente de sus propios tiempos, y unos giros de guión estratégícamente colocados que, por fin, dejan respirar al espectador hasta el siguiente golpe. Se le puede reprochar la brocha gorda con la que ejecuta muchos de sus ases en la manga, pero la calidad de la producción  ha continuado tan  impecable como la cubertería que exhibe. El verdadero reto, visto lo visto, se presenta a partir ahora con el 'cliffhanger' más grande al que se ha enfrentado nunca la serie.

PD: ¡Feliz año a todos! :)