domingo, 29 de abril de 2012

En primavera las series se alteran

En la vida de cualquier seriéfilo, los meses de septiembre y octubre suelen ser un poco locura ya que hay que cuadrar la mesa para que también quepan las series recién llegadas, además de las que ya tenían el sitio reservado desde la temporada pasada, o más atrás. Cuando la media de visionados a la semana rebasa los 15 capítulos ya se puede pensar en trazar una pequeña agenda que ponga orden a todo lo que hay que ver.  La utopía es ver los episodios que tocan en los días siguientes al día de su emisón, pero aprovechando que la distribución semanal de series de cada uno tiene jornadas más ligeras que otras  (es decir, encontrarte un martes con un solo capítulo nuevo por ver, por ejemplo), y que existen los parones para comer y los fines de semana de manta y sofá, es relativamente fácil rellenar huecos de tal forma que se puede acabar la semana con todas las series al día o, al menos, con el 50% de los capítulos vistos. Todo eso, claro, si no hay obligaciones y compromisos o planes o sucesos sorpresa que nos echen al traste el chiringuito que habíamos montado, cosa que siempre ocurre porque, aunque cueste creerlo, somos gente con una vida y, a la vez, carecemos de los poderes de los Observadores para llegar a todo.

En cualquier caso, en circunstancias normales se trata de asumir de forma realista cuántos episodios se puede permitir uno a la semana y de planificarse al respecto. Un poco como ir al gimnasio, aunque aquí la satisfacción es inmediata y no existen las agujetas del primer día. Es común que alguien nos pregunte de dónde sacamos el tiempo para tanta serie. Bueno, con algo de dedicación y organización, se puede, y si vemos que estamos empezando a apilar episodios por motivos ajenos a la pereza, por un lado, el propio calendario de las series nos echa una mano con los hiatos, que en este caso son más amados que odiados; y, por otro lado, los que también vemos series británicas sabemos de antemano que sus temporadas duran poco. Pero, por encima de todo, siempre se puede dejar de ver una serie definitivamente cuando nos deje de convencer: nadie está obligado a ver nada con lo que no disfruta.

Después de esos dos primeros de ajustes de agenda en la temporada seriéfila, uno va llevando sus capítulos como puede, hasta que, ay, llega la primavera y se reedita el estrés de principio de curso. ¿Las culpables? La series del cable, un lugar donde el curso sólo consta de un máximo de cuatro meses (abril, mayo, junio, y hasta cierto punto, julio) en los que se programa casi todo, tanto regresos como novedades. Y digo "casi todo" porque luego nos podemos encontrar esas programaciones un tanto aleatorias que se marcan bien  avanzado el verano (como cuando Weeds se emitía a partir de agosto), o en otoño para estar frescos para los premios (casos recientes de Boardwalk Empire o Homeland). Pero, por la misma lógica, si nueve meses se convierten en cuatro en el cable, ¿qué decir de las semanas? Pues que sólo tienen un día para programar: el domingo. Este 2012, con eso de los rumores del fin del mundo, parece que les ha entrado el pánico (sobre todo, a la HBO) y nos ha tocado un mes de abril infernal cuyas llamas se van a extender mínimo hasta que terminen las series de network, que, para más inri están en el clímax de final de temporada.

Estos lunes de primavera, ese día tan bonito, yo me despierto con The Good Wife, Once Upon a Time, Girls, The Killing, Game of Thrones, Nurse Jackie, The Borgias, y The Big C (y eso porque no veo Mad Men y he desistido de empezar Veep) para descargar. Las seis últimas, por cierto, con 'season' o 'series premiere' emitidas en este abril que ya termina. De todas ellas, no he empezado la nueva entrega de la detectivae Sarah Linden, sólo porque no voy a acumular episodios de TGW o OUAT a estas alturas. Pero para poder calzar estos nuevos episodios con los pocos que quedan del resto de la series de la semana, he tenido que parar un momento con Modern Family y Suburgatory, por eso de que son comedias de 20 minutos y no roban tanto tiempo como un drama. La estrategia está clara: darle prioridad a esos dramas que están a  punto de acabar, y si he acumulado capítulos de series como Ringer o Grey's Anatomy, siempre se puede recurrir al preciado 2x del VLC Player. No van a notar en demasía el acelerón, es más, hasta puede que mejore la calidad de los episodios comprimiendo todo lo que pasa de 40 a 20 minutos.

Pero hay productos que ni con esas dan ganas de verlos a 2x, simple y llanamente, porque la pereza está a unos niveles en los que es mejor dejarlos tal y como está y no añadir más tarea al calendario. Es lo que me pasa con uno de los estrenos más anunciados de la 'midseason', Smash, con el que me encuentro empantanada en el quinto episodio y en el abismo de borrarla del disco duro por hartazgo.

Al final, tanta acumulación de series hasta puede servir para hacer limpia.

viernes, 20 de abril de 2012

It's called Ringer, bitch!

"My name is Bridget, I witnessed a murder. (...) You don't get it; if Bodaway wants me dead, I'm dead. (..) I ran to my sister, Siobhan, for help. Siobhan killed herself and I assumed her identity. (...) It was so easy, I saw a way out and I took it. They all think that I'm her".

Si reproduzco la voz el off de Siobhan del 'previously' de Ringer es porque, de entre todo lo mostrado a lo largo de los 22 capítulos de su primera y (salvo milagro) última temporada, es lo único que permanece mostrar cierta lógica en el planteamiento y ejecución de esta serie. De verdad de la buena, ni siquiera el cromatín naútico del piloto podría presagiar un subproducto tan de celda de máxima seguridad de manicomio como éste. Estoy segura de que en ninguna serie de la factoría de JJ hacen falta tantos croquis para entender los giros copernicanos que dan tramas y personajes como sí pasa en este anunciadísmo regreso de la televisión de la otrora cazavampiros Sarah Michelle Gellar, ahora reciclada en diva de  papelera de cualquier hogar seriéfilo que se precie.

Confieso que antes escribir esta entrada intenté hacer un inventario sesudo de la cantidad de sucesos que han ocurrido, y me ha salido una cosa con aspecto próximo a un enjambre de abejas rabiosas cual Shakiras en celo que me han dejado al borde de un dolor de cabeza. Intentar comprender Ringer es un peligro para la salud humana; la serie se muestra tan enrevesada en su propia mediocridad que corremos el riesgo de acabar igual de tarumbas como los psicólogos que se obsesionan con sus pacientes. Por eso, la manera más cabal (si es que existe) de enfrentarse a esta ficción que, en principio iba a parar a la CBS en vez de The CW (hoy por hoy, no nos extraña la degradación a la hermana pobre), siempre ha consistido en dejarse llevar por el desenfreno piscotrópico que proponen sus guiones. Unos cientos de hojas por episodio que materializan sin límite nuestros delirios de escritor más inconfesables y, lo más importante, son autoconscientes de que eso es lo que están haciendo. En este sentido, Ringer viene a ser otro de tantos placeres culpables, pero quizá lo que le separa del resto es que a la serie de SMG (sí de ella, que para eso la produce) no le queda un ápice de vergüenza, y sí unos huevazos de semental, para rebajar (o exagerar, según se mire)  todos sus elementos hasta tocar el verdadero esperpento; el destino al que debe aspirar todo subproducto si quiere dejar una cierta huella en el espectador y entretenerlo a pesar de sus taras evidentes.

Ringer conecta con nuestros más bajos instintos y nos brinda imágenes que apelan a esa necesidad de lo grotesco, como ese grandísimo baúl con cádaver en medio de una fiesta, y en el que nadie acaba repara aun y cuando no para de chorrear sangre; esa coleta postiza tan barata pegada a la cabeza de Bridget/Siobhan, los oros mal colocados; y esa necesidad imperiosa de que todo el mundo sea sospechoso de asesinato. Porque sí, la premisa promigenia que nos vende la serie es que Siobhan Martin se quiere vengar de su hermana gemela ex drogadicta, Bridget Kelly, por haber sido la responsable de la muerte de su hijo en un accidente de cosa, pero, a la vez, hay otras subtramas que también implican persecución y muerte como la del criminal Bodaway Macawi hacia Bridget, o la de Andrew Martin (Ioan Gruffudd) y su socia Olivia (Jamie Murray) hacia Siobhan y, el rizo del rizo, la de la ex de Andrew, Catherine (alucinadísima Andrea Roth)  hacia Siobhan. Eso por no hablar de los cuernos que Siobhan le ponía su marido con el pusilámine del mejor amigo de éste, el proyecto de escritor/experto en braguetazos Henry Butker (Kris Polaha, abonado a The CW tras Life Unexpected), a su vez marido de la mejor amiga de Siobhan, Gemma 'You Whore!' Arbogast, una rica heredera. Y, por si no fuera suficiente ya, a la pobre Bridget le toca aguantar y resolver todos los trapos sucios de su hermana porque... ¡se está haciendo pasar por ella! Al final he acabado por hacer un minidesglose de todo el tinglado, pero estoy dejando de mencionar intentos de fraude y extorsión, hijas rebeldes y borrachas, y otras subtramas ojipláticas que más vale no desvelar.



Si estás buscando locura,  no vayas más lejos, porque Ringer ofrece en una sola entrega todo lo que Shonda Rhimes dosifica en ocho temporadas. Es una serie para mentes muy rápidas... Y no, no es broma. Los guiones, después de todo, parecen salidos de las mejores escuelas de "It's called improvised, bitch". El capítulo veintiuno, de título homónimo, encapsula la esencia de Ringer. Esa improvisación y soluciones de bombero se llevan a un extremo en el que los flashbacks son meras comparsas de última hora al servicio de las tramas y revelaciones más WTF, y del brillo chillón de las interpretaciones de vodevil. Porque SMG ya puede estar orgullosa todo lo que quiera de la supuesta seriedad de su trabajo como las gemelas, pero si el único elemento diferenciador de su actuacíon es que la primera lleva moño (por supuesto, Siobhan, las malas pécoras estiradas siempre llevan el pelo recogido) y la segunda (Bridget), el pelo suelto, ya puede seguir soñando con el Emmy. Igual que el resto del reparto, con un Polaha digno de las canteras de granito de Porriño.

- "That's for sleeping with my husband, you whore!!"

Pero si hay algo que destacar de esta ficción es su querencia por unas líneas de diálogo elaborados en menos de un minuto en los que siempre se hace mención al oficio más viejo del mundo, ése con el que Bridget parece haber coqueteado en el pasado, o simplemente, al zorrerío, las malas artes, y las conversaciones escatológicas. Con semejante material, los responsables de la serie no podían menos que rinderse un autohomenaje y atreverse a titular cada entrega semanal con joyas extraídas de los propios diálogos como "If you ever want a French lesson", "A whole new kind of bitch", "The poor kids do it everyday", "We can get a dog instead", "Shut up and eat your Bologna" "What are you doing ho-bag", "It's easy to cry when this much cash is involved", "Whores don't make that much", "P.S. You're an idiot", "You're way too pretty to go to jail", "If you're an evil bitch just get over it", or el ya mencionado "It's called...".

Con unos pésimos datos de audiencia, por debajo del 1 en las demos, la apuesta retequeculebronera y cutrelux de Ringer estaba sentenciada desde mitad de temporada. Quizá por ello la serie se despojó de todas sus pretensiones, sobre todo, en su último tramo, y nos brindó a los que la seguimos una huida hacia adelante, quemándose a lo bonzo, divirtiendo como las mejores comedias y, para colmo, teniendo la cara de despedirse con un buen cliffhanger. Tenía que ser Shivette.

domingo, 1 de abril de 2012

Skins 6, la promoción de la lobotomía

Por vuestra salud mental, si no habéis visto la sexta temporada de Skins, no sigáis leyendo.

Una de las reglas básicas en la escritura de (buen) fan fiction es que, con independencia de la situación en la que se ponga a los personajes, o del género de la historia, la caracterización de ésos debe ser lo más fiel al canon del cual proceden.  Simple cuestión de coherencia, de respeto por el material original y, hasta cierto punto, de legitimar la obra del fan. Si esto ya funciona así en un contexto creativo amateur, ¿qué se puede decir del profesional que se dedica a escribir sagas? Exactemente lo mismo: que haya coherencia interna y cierta continuidad entre las partes. Cada una de las tres generaciones en las se divide Skins no son nada más que sagas con dos temporadas cada una y, al menos en las dos primeras generaciones, se aprecia a grandes rasgos una evolución lógica y natural de los personajes entre su primera y segunda temporada. Nos han podido gustar más o menos algunas de las tramas en las que se ven inmersos, pero los conflictos con los que nacieron los personajes de las pandillas de Tony y Effy Stonem tenían un principio y un final (o un no-final abierto, que también se ha dado el caso) a lo largo de los capítulos que les corresponden y, salvo excepciones, pocas veces se desvíaban deliberadamente de la ruta marcada. Así, hasta  llegar a la tercera generación, y en concreto, la sexta entrega de la serie, donde la sagrada norma de la continuidad ha brillado por su ausencia y, lo que es peor, se ha convertido en triste panfleto para el fuego la razón por la que Skins es un producto de culto: el retrato de sus personajes.

Lo que tenía que haber sido un broche digno a uno de los ejemplos más sinceros del relato adolescente en televisión, se ha revelado como la peor temporada de toda la serie con diferencia. Una pobre despedida donde no sólo no existe ningún tipo de sentido y dirección en el desarrollo de los personajes presentados en la singular quinta temporada, sino que a eso hay que sumarle, por lado, una distribución hecatómbica del protagonismo en los episodios que supera todo lo sufrido en la cuarta etapa (¿cómo se puede hacer peor teniendo el máximo de capítulos -diez- para repartir entre nueve personajes?) y, por otra, la clara contaminación de historias sacadas de los realities más famosos de la MTV. Después del sonoro fracaso del remake estadounidense de Skins en el "canal de música", Bryan Elsley, volvió a Bristol para reencargarse del original que había quedado en manos del otro creador de la serie, su hijo Jamie Brittain, responsable último de la quinta etapa, que abandonó el barco en plena producción de la siguiente, supuestamente por presiones de un canal E4 descontento con los bajos ratings.
 
  Nunca juegues con extraños, y más, si eres Franky.


Pues bien, lejos de confirmarse como la solución a los males de la serie, el renovado equipo de guionistas de Elsley acabó produciendo fan fiction de mala calidad a partir de unos personajes que, como le ocurre al autor de fics, le venían dados por un tercero. Ni que decir tiene que audímetros fueron reflejo fiel del desastre y ahí están las cifras de la series finale, siendo el capítulo menos visto de la historia de Skins. El final de todo y, con razón, aunque queda pendiente la confirmación para 2013 de los anunciados tres episodios especiales (a uno por generación) de dos horas de duración, que vendrían a sustituir al mito de la película que jamás se filmó.

Dada la vínculo familiar que une a ambos creadores chocan demasiado las decisiones tomadas a lo largo de esta sexta temporada, máxime cuando Brittain en entrevistas antes de su marcha había dicho que muchos de los frentes abiertos en los personajes se iban a explorar (lógicamente) en los nuevos episodios. Al final, formateo al canto y listo. Yendo a fondo a por los protagonistas, vemos que si se llamaban Franky, Mini, Nick, Alo, Grace, Rich, Matty era por pura casualidad y por pereza de ponerle unos nombres nuevos. La única a la que no le practicaron un Dollhouse fue a Liv, uno de los personajes menos consistentes del año pasado, y a Alex, pero porque se trata de una nueva incoporación a la pandila del Roundview como ya lo fue Sketch en su momento.

La sensación de lobotomía queda patente desde el mismo episodio de apertura, una sucesión de despropósitos en Marruecos en el que se presenta el evidente cambio sin proceso de los personajes, sobre todo, en la parte que le toca a Franky y a Mini, las promesas del pasado año. El caso de Franky es bastante fácil de resumir: se ha transplantado la compleja y misteriosa personalidad de Effy (su querencia por los bailes sinuosos, los triángulos autodestructivos y las emociones fuertes) a donde antes había candidez, ambigüedad y unos claros problemas con las relaciones íntimas. Pero en Franky todo lo que hacía grande a la Stonem  se ha visto multiplicado por mil, con unos resultados que varían entre lo perturbador, lo cansino y lo ridículo. Para empezar, en sus rollos con un traficante de droga casi prepúber descansa la responsabilidad de la temprana muerte de este año, la de Grace; luego se embarca una relación insana que roza la violación con el traficante y nunca más se vuelve a tocar el tema; luego juega con los sentimientos de Matty y Nick, dos personajes sin desarrollo alguno en esta tanda de episodios; y, por último,  descubre que debe encontrar a su madre biológica para resolver sus problemas tras intentar ayudar a Mini a esconder su embarazo... Demasiado. En total, el personaje ha acaparado cuatro episodios: el suyo (6x04), el de Nick (6x06), uno compartido con Mini (6x09) y la finale (6x10) para acabar encontrando en este último la única trama que podría haber centrado el capítulo dedicado a ella.

Con Mini, la cosa va por el mismo camino del olvido habiéndose evaporado cualquier atisbo de sus inseguridades generales y de la evidente atracción hacia Franky el año pasado  para pasar de la noche a la mañana a acostarse con Alo, quedarse embarazada para después criar a su hijo juntos en una ficcionalización del clásico Sixteen and Pregnant, previo canguelo del padre 'white trash' incluido. Que toda esta relación se produzca sin una necesaria construcción dramática (es decir, haber resuelto de alguna forma la tensión con Franky) ni escenas en las que ambos personajes hablen en vez de tener sexo, es pedir demasiada fe a los espectadores para justificar malos guiones sin un mínimo de credibilidad. Aquí ni siquiera funciona apelar a las típicas elipsis de la serie: de donde no hay no se puede inferir.  Y donde no hay es que no hay, pues los webisodios previos a la sexta temporada son una completa pérdida de tiempo que nada tienen que ver con la trama de la serie y, para más inri, la novela cuenta sucesos previos a la quinta que refuerzan el camino llevado por Mini el año pasado. Sí, el desbarajuste también afecta a todo el tinglado multimedia de la serie.

En línea con lo que le ocurre a Franky, los guionistas de la serie se empeñaron en convertir  a un personaje ligero como Alo en una sombra de lo que fue, aunque su subtrama de lío con una menor tuvo sus momentazos cómicos como ese baile en calzoncillos, lo único mediamente fiel a la idiosincrasia de un personaje al que conocíamos por su sólida amistad con Rich. Esta relación es otro de los puntos más polémicos de esta tanda de episodios, pues el lazo entre el chico de la granja y el otrora metalero (porque como a Franky también le han cambiado los gustos y el vestuario) apenas ha sido tratado este año, y si lo ha sido lo es en unas escenas lamentables que no dejan a Alo en un buen lugar, especialmente tras la muerte de Grace..

Con la clásica tragedia que sacude a Skins en cada segundo año de generación (ésa en la que los personajes maduran viendo el lado menos amable de la vida) colocada tan al principio de la temporada, uno hubiera podido pensar que iba a tener un impacto mejor engarzado con las tramas y, sobre todo, con los personajes directamente relacionados con la hija del director Blood. Frente a la sobredosis de Franky, en cambio, vimos muy poco del luto de Rich, al que poco le faltó para unirse a las apariciones fantasmales de su novia (sí, las hay) para seguir acreditando que era parte de la serie después de su episodio.Y del grupo de chicas, y dejando a un lado el camino tan torcido que ha llevado Franky, sólo Liv parece consecuente con lo que ha ocurrido en contraste con la aparente inercia de Mini.

El destino de Liv ha ido parejo al de Alex, un en principio interesante personaje que encandiló en su capítulo (de lo poco salvable) con su entrañable relación con su abuela. Pero lo que parecía una incorporación llegada para mejorar el ejemplo muy superficial de un adolescente gay que había sido Maxxie en la primera promoción de la serie, demuestra ser un cúmulo de estereotipos en las pocas apariciones que tiene después de su presentación. Además, la mayoría de los momentos de su amistad con Liv quedan fuera de cámara, por lo que es legítimo preguntarse entonces a qué responde la presencia de Alex en la serie.



 Trienta segundos que me ahorraba de ver en cada episodio. Hasta el 'opening' es ya irreconocible.
 

Imposible a la vista humana, el súbito enamoramiento de Nick con Franky, otra de estas tramas absurdas que ha minimizado el potencial de un personaje que podría haber sido brillante en sus interacciones con Rich y Alo, sobre todo, tras haber descubierto su vena cómica. De su hermano, Matty, se podría decir que si hay un personaje que no debía haber desaparecido, era él (algo que queda patente al ver el poco partido que han sacado a Alex),  por la importancia que tuvo en el desenlace de Grace, pero su participación es tan testimonial que hasta sorprende verlo entregarse a la policía en el último capítulo.

De comenzar la temporada juntos en unas vacaciones a terminar más separados que ninguna otra generación. Aunque, en sí la, series finale sea el capítulo de clausura más cerrado de cuantos ha dado Skins (con ese revelador "Bye" pronunciado por Rich), y la música se haya usado con un claro propósito 'shondiano' de hacer llorar al personal, el artificio no es suficiente para maquillar una temporada chusca y olvidable donde han primado unas tramas manidas y efectistas sobre el desarrollo natural de los personajes. A Skins le había llegado su hora, pero si abía una forma de despedir y honrar todo el periplo de una serie, desde luego no era ésta. Porque, por amargo, el adiós duele más.

Más vale que esos especiales devuelvan a esta producción al lugar que le corresponde... si se realizan.