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miércoles, 2 de enero de 2013

El volantazo de Downton Abbey

Después de dos meses de 'vacaciones' seriéfilas (podría hacer un post de todo lo que tengo pendiente por ver...), toca volver al redil antes de que las telarañas se adueñen de este pobre blog y qué mejor forma de hacerlo que hablando de una ficción que causa tanta borrachera en la crítica estadounidense como una botella de Jägermeister en una noche de juerga. La tercera temporada de la británica Downton Abbey, que ocupa el post de hoy, se estrenará al otro lado del charco este mes, razón suficiente para que la 'hypeen' hasta el infinito y más allá pero, aparte, el drama de Julian Fellowes se ha colado de nuevo en las nominaciones a los Globos de Oro gracias a una segunda entrega que levantó mucha polvareda el año pasado. Eso sí, aun con polémicas, esta entrada en lista me sigue pareciendo más meritoria que otras, como la de The Newsroom, serie que claramente debe la nominación a su piloto y... a toda la herencia televisiva de Aaron Sorkin junta.

Los nueve episodios (ocho regulares y un especial navideño de dos horas) del tercer volumen de Downton Abbey se despojan de todos los achaques que podría tener la anterior etapa y vuelven a los fueros de la primera temporada. La serie continúa tejiendo muestras del mejor culebrón de época que puede verse ahora mismo en televisión pero ha rebajado sus ambiciones cronológicas, abarcando los dos primeros años de la década de los veinte, lo que sin duda ha repercutido en un uso de las elipsis más discreto, por no decir casi inexistente, hasta llegar a ese especial navideño con el que Fellowes y circunstancias externas a la producción de la ITV han hecho que suba el pan (y mucho) hasta el año que viene.

El fin de la Gran Guerra, como era de esperar, ha cambiado la forma en que funcionaban las cosas entonces, y la arcádica propiedad de Lord Grantham no iba a ser la excepción. Una mala inversión y la aristrocrática ingenuidad de Robert Crawley a la hora de hacer negocios ha echado a perder el cómodo colchón que aportaron los millones yankees de su mujer, Lady Cora, al matrimonio. Y como los contratiempos no vienen nunca sin añadidos, todo se solapa con los preparativos de la boda de Mary y Matthew que, a su vez, incluyen la llegada de la suegra americana, Martha.

El impacto del personaje interpretado por una punzante Shirley McLaine fue más breve del esperado, aunque sirvió para ampliar detalles del pasado de Cora y, sobre todo, para regalar unas divertidísimas escenas con la Condesa Viuda, encarcanada por la siempre estupenda Maggie Smith, en las que el duelo de suegras es también un choque cultural entre la relajación y espontaneidad de los ricos estadounidenses y la flema y apego a las tradiciones de la nobleza británica. No hay que olvidar que la pareja formada por Cora y Robert Crawley es un eco de esos matrimonios de conveniencia (o 'joint ventures', según como se mire) que se arreglaban en la época entre las hijas de los empresarios americanos y los aristócratas arruinados de las Islas.

Lady Mary sigue llevando gran parte del peso dramático de las hermanas Crawley, especialmente por su nueva situación y las obligaciones que conlleva. Edith, como ya es costumbre, repite en su posición de chivo expiatorio de todos los malos días que Fellowes pueda tener mientras escribe, al menos, su subtrama ayuda a ilustrar otro de los cambios sucedidos en el período en materia de feminismo. Esta parcela solía estar reservada a Sybil, uno de los talones de Aquiles de la serie, ya sea porque la actriz, Jessica Brown-Finlay, no logra transmitir lo suficiente, o porque nunca se ha sabido como conducir el personaje de forma que ayudara a avanzar la historia... hasta esta temporada.  Lo mismo se puede decir del ex chófer Branson, que junto a Sybil, no servía más que para dar el parte histórico capítulo a capítulo el año pasado, pero que ahora ha escalado muchos puestos en la jerarquía de personajes. Su desarrollo y el de Mary prometen mucho con vistas a la cuarta entrega.

 Intrigando se entiende la gente...

Se nota el esfuerzo por desechar cualquier subtrama accesoria cuya incidencia en la historia podría ser superficial para centrarse sólo en lo que ocurre en la casona, tanto arriba como abajo de la escaleras. Por eso, apenas se ha mareado la perdiz con la estancia de Mr. Bates en la cárcel ni han explotado el asunto de la Independencia de Irlanda, al que estaría vinculado Branson. Las nuevas incorporaciones a la plantilla de los criados, como los lacayos Jimmy (Ed Speelers) y Alfred (Matt Milne), son una buena muestra de lo animado que ha estado el panorama dentro de la casa, con una O' Brien más cabrona que nunca y un Thomas del que sorprende su evolución.

Downton Abbey ha sabido recuperar el pulso del melodrama con una temporada equilibrada, más consciente de sus propios tiempos, y unos giros de guión estratégícamente colocados que, por fin, dejan respirar al espectador hasta el siguiente golpe. Se le puede reprochar la brocha gorda con la que ejecuta muchos de sus ases en la manga, pero la calidad de la producción  ha continuado tan  impecable como la cubertería que exhibe. El verdadero reto, visto lo visto, se presenta a partir ahora con el 'cliffhanger' más grande al que se ha enfrentado nunca la serie.

PD: ¡Feliz año a todos! :)

miércoles, 18 de enero de 2012

Downton Abbey 2, días de guerra

ATENCIÓN SUELO FREGADO: Spoilers frescos sobre la segunda temporada de Downton Abbey que pueden hacerte resbalar si no la has visto.

El Globo de Oro que Downton Abbey logró el pasado domingo en la categoría de mejor miniserie o película para televisión ha confirmado, peculiaridades de criterio aparte, el fenómeno en el que este 'costume drama' se ha convertido al otro lado del charco. Las chicas de ByTheWay hacen una curiosa recopilación de una buena cantidad del  merchandising y eventos que suelen acompañar a este tipo de casos, mientras que en Vaya Tele! nos desvelan la verdad detrás de algunas de las tramas culebronescas con las que la serie de Julian Fellowes nos enganchó en su temporada de debut.

Frente a los siete episodios de la primera entrega, a esta segunda se le suman uno más y un especial de Navidad de dos horas, que, en lugar de funcionar como un acto separado, continúa y deja la historia lista para el tercer volumen que arrancará el próximo otoño. Tenía la sospecha de que el especial iba a ser la auténtica season finale, de ahí que esperase hasta ahora para dar mis impresiones sobre una temporada, en líneas generales, mucho más intensa en sus planteamientos de género y catártica para algunos de los personajes.

Muchas quejas ha habido acerca del exceso de giros novelescos, deudores todos ellos del jabón de O' Brien, que la producción ha tomado este año, como esa aparición del supuesto primo Patrick Crawley, cuya igual de supuesta muerte en el Titanic daba inicio a la historia de la serie; el embarazo de la criada; el amago de adulterio de Lord Grantham con otra criad a mientras Cora se debatía entre la vida y la muerte; y la milagrosa recuperación del primo Matthew, al que el combate en la trinchera había dejado paralítico; o la oportuna muerte de Lavinia, prometida de Matthew y rival de Mary, a causa de la gripe española. Las críticas a tanto suceso junto son en parte acertadas si las miramos desde el punto de vista la dosificación de los acontecimientos. Así, lo que en telenovela al uso puede abarcar una gran cantidad de episodios, aquí se condensan en apenas cuatro, lo que puede provocar una saturación importante. Además, si unimos esto al festival de elipsis desenfrenadas (nada menos que se ventilan cinco años en nuevo episodios) que se marcan en esta temporadas, parece que todo transcurre a la velocidad del rayo sin apenas dar tiempo a digerir tanto drama. Demasiado, incluso para el ritmo casi siempre vertiginoso de las ficciones británicas. Sin embargo, objetivamente no se puede decir que la serie haya derivado en el culebrón más absurdo, puesto que ya había dado muestras de ello el año pasado, y no hay nada en su propuesta que la haga avergonzarse de su naturaleza de 'soap'. Es más, su factura técnica sigue subrayando que estamos ante una 'opera' majestuosa.


Las inmundas elipsis permitían tener a Matthew sentado más tiempo en el salón de la casona que en el taburete de la trinchera, y presumiento de la pelirroja Lavinia  (apodada Ginger Lavinia por los fans) frente a las narices de Mary, episodio sí y episodio también. La evolución del personaje de Lady Mary es de lo más destacable de una temporada, enfocada en mostrarnos los cambios que la Gran Guerra estaba empezando a implantar en la sociedad de la época y en los habitantes de la abadía. La interpretación de Michelle Dockery, muy apoyada en las miradas,  logra una transición perfecta de niñata testaruda y orgullosa a mujer arrepentida de sus propios errores y prejuicios. Así, Mary va dejando ver su lado más vulnerable y la profundidad de sus sentimientos a través de sus interacciones con Matthew y con su prometido Sir Richard Carlyle, magnate de la prensa amarilla interpretado por Iain Glen (Sir Jorah en Game of Thrones). Un tipo sin escrúpulos, Carlyle se erige como el auténtico villano de la función. Despreciado por una Condesa Viuda estelar y con la lengua más desatada que nunca por su condición de hombre hecho a sí mismo (o en otras palabras, por ser un nuevo rico sin abolengo ni valores),  Sir Richard no sólo representa una amenaza para la reputación de Mary (conoce el infame suceso de Pamuk), sino que también esconde secretos relacionados Lavinia, un corderillo de personaje a la que es imposible odiar pese a ser un obstáculo entre Matthew y Mary. La muerte probablemente fue la salida más digna que le pudieron dar a este personaje, aunque ello causara una vez más espasmos a la conciencia de Matthew y Lady Mary antes de, por fin, sellar su compromiso en un especial navideño que compensó de un plumazo todas las desgracias pasadas en episodios anteriores

Si Sir Richard fue el azote de la pareja central de la serie, la exmujer de Bates también hizo acto de persencia para amargarle las perdices a él y a la sufrida Anna, y hasta a Mary, ya que a sus oídos llega el escándalo del turco. Mary Doyle Kennedy, conocida por ser la Catalina de Aragón que chapurreaba español en The Tudors, no se prodiga demasiado, pero ella sola se basta para enchironar a Bates, acusado de envenenarla en otro de esos requiebros 'bigger than life' de este tipo de producciones. Menos mal que antes dio tiempo a que Bates y Anna se casaran y tuvieran su noche de bodas escalaras arriba. Está claro que éste será uno de los centro del drama en la temporada venidera, pues mientras los tortolitos Crawley prepararán su boda (aunque seguro que con algun problema), estos dos van a tener que luchar por sacar a uno de ellos de prisión. ¿Alguien creía que la felicidad iba a durar así como así en la casona?

Por su parte, Lady Sybil y Branson han protagonizado el romance por escenas de la serie, sólo que dichas tomas parecían un calco de la anterior y así sucesivamente. Los actores debieron aburrirse de lo lindo recitando sus frases, que además servían para poner a la audiencia al corriente del contexto histórico y social del momento (la proactiva Sybil incluso se pone a trabajar como enfermera profesional), ya que el resto de las subtramas no se molestaban demasiado en semejantes menudencias cronológicas, salvo las relacionadas con la contienda mundial. Total, incluso el tiempo no parece pasar por los rostros de ninguno de los personajes, aunque el departamento de vestuario haya hecho los deberes a la hora de mostrar unos trajes más auteros, acordes a las circunstancias (¿Cuántas veces repiteel  modelito granate Lady Mary?).



Menos que Sybil ha sido Lady Edith, cuya historia con el supuesto Patrick acababa antes de empezar, pero la hermana mala ha tenido su buena dosis de crecimiento gracias a la guerra, y ha acabado por convertirse en alguien mucho más comprensiva, menos caprichosa y más consciente de lo que sucede fuera del patrimonio de Lord Gratham.  De todas formas, el tema con el falso Patrick se ha quedado en el aire y podría volver en cualquier momento para darle más vidilla a un personaje que ha quedado muy en segundo plano en comparación con las otras hermanas Crawley.

De robar planos y soltar 'one liners' sigue viviendo la Condesa Viuda Violet, que ha ido deslizando alianzas como quien desliza una aguja por la tela. Ha sido divertidísimo verla conspirar contra la prima Isobel en compañía de su nuera Cora, a la que no le hace mucha gracia que su consuegra disponga a sus anchas en el hospital miilitar que se ha habilitado en Downton Abbey. Por no hablar de los mencionados choques con Sir Richard, al que humilla a las primeras de cambio, y sus habilidades como celestina entre Matthew y Mary cuando por fin se da cuenta de que su nieta no puede encontrar un pretendiente más idóneo.



Las tensiones entre Cora y Robert resultaron muy forzadas y sin fundamento alguno, y vinieron a coronarse con ese affair con la criada que para nada encajaba con el tipo de personaje sin mácula que representa el Earl. Se nota el esfuerzo por querer humanizar al símbolo del honor de la casa, pero se ha hecho de una forma muy burda y apresurada. Sabemos que se trata de un matrimonio de conveniencia con sus claroscuros al prinicipio, por lo que Fellowes tiene humus desde donde trabajar si quiere crear verdadero drama. Sin ir más lejos, yo tengo una sospecha alocada de que el cariño de Carson, el mayordomo, hacia Lady Mary se debe a se trata en realidad de su hija (WTF lo sé).

Este post está quedando muy largo de por sí, pero prácticamente todos los personajes de la casa, incluida la servidumbre, han tenido más o menos una intervención importante en el desarrollo de la segunda temporada, lo que da una idea de la densidad de la historia y de lo rápido que sucede todo. Ahí tenemos a la señora Hughes ayudando a Ethel, la criada embarazada del oficial del ejército herido; o a Daisy sintiéndose culpable por casarse con un William moribundo sin desearlo realmente. Ambas tramas vienen a dejar patente que la guerra también ha tocado de alguna forma al servicio, aparte de sacar a Thomas de su puesto de lacayo para ascenderlo a encargado del hospital montado en la casa. La baja que se autoprovoca en el frente y que lo lleva de regreso a Downton  fue la primera piedra para suavizar un personaje de por sí chulesco y despreciable, pero nadie imaginaba el timo en el que se ve envuelto, algo que lo devolvió definitivamente a la tierra. Una circunstancia parecida ocurre con O' Brien, con muchas menos ganas de malmeter que antes y dispuesta a redimirse con lealtad del incidente del jabón.

"No seas derrotista, querida, es muy de clase media".

Puede criticarse el retrato que la serie hace de las relaciones ente servidumbre y señores sea excesivamente buenista o paternalista, pero la interdependencia entre los dos extremos de la escalera era innegable en esos tiempos por unas razones o por otras (una propiedad podría dar de comer a medio pueblo), y no era extraño que se pudiesen establecer vínculos de confianza como el que vemos entre Lady Mary y Anna, o entre el Earl y Bates. La fidelidad a la Historia no es el fuerte de la producción, aunque eso tampoco es motivo para condenarla cuando se trata de jugar con situaciones posibles en la época que pueden chocar con nuestra mentalidad moderna.

Con la Gran Guerra terminada y gran parte de los conflictos sentimentales cerrados, me aventuro a pensar que la tercera temporada, que abarcará los años 1920 a 1922, tendrá a Sybil como vórtice de los conflictos. No en vano, el personaje partió para Irlanda felizmente casada con su Branson, y encima está esperando un hijo en un tiempo en que la isla de San Patricio estaba a punto de librar su guerra por la independencia. Puede que, después de todo, venga otra batalla a Downton Abbey.

domingo, 31 de julio de 2011

Downton Abbey, el señor no se entera de nada

Cuando se habla de series de época, unas siglas vienen inmediatamente de la cabeza: BBC. No es nada raro pensar que la corporación tiene el monopolio de las historias de damas, caballeros y sirvientes. Como los churros con el chocolate, o como el café con el cigarro, son dos conceptos que van juntos. Por eso, sorprende que otra que no sea the Beeb se meta a bordar cubiertas de mesa con idénticos resultados, pero si se trata de la ITV no debería causar tanto extrañamiento, ya que la operadora privada tiene a sus espaldas un rosario de clásicos respaldados por grandes nombres como Brideshead Revisited (1981) y Upstairs, Downstairs (1971). Dicen que mucho de esta última bebe Downton Abbey, el exitazo global que la cadena tuvo el otoño pasado (una media de 10 millones de espactadores sólos en las islas y unos nada despreciables seis millones en la PBS estadounidense) que ha sido responsable de un rechute de 'period dramas' en las agendas de los aficionados a las series, por un lado, y de la locura compradora y productora de Antena 3 alimentada por las buenas audiencia de la serie en España, por otro.

Creada por Julian Fellowes o , mejor dicho,por el barón Fellowes de West Stafford, esta coproducción de la ITV y de NBC Universal (lo cual no la hace más norteamericana, como bien comenta Crítico en Serie), la producción británica para televisión más cara de la historia, destila oficio, lujo elegancia por todos lo poros. No en vano, este hombre, además de por su abolengo, sabe de qué va el tema como así lo atestigua su currículum como escritor (y también como actor) en algunas muestras del género tanto en cine y televisión. De su pluma han salido Gosford Park (2001), otro de los grandes referentes de Downton Abbey; Vanity Fair (2004); y una miniserie sobre el hundimiento del Titanic, que se estrenará el año que viene coincidiendo con el centenario de la tragedia. Pero Fellowes también ha sido capaz de parir The Tourist, aquella cosa con Johnny Depp y Angelina Jolie que fue la mofa de Ricky Gervais en los últimos Globos de Oro.

El destino del fomoso "buque insurmergible" en abril de 2012 pone la historia de Dowton Abbey en marcha, al morir en el viaje un primo pretendiente de Lady Mary, la mayor de las tres hijas de Robert Crawley, conde de Grantham y señor de la casona y los terrenos que que conforman la propiedad. A lo largo de los siete capítulos de esta primera temporada (dos años en la ficción) se nos da un cursillo acelarado sobre el estado de la aristocracia inglesa en los primeros años del S. XX, con sus matrimonios de conveniencia con ricos burgueses que estaban ahí para salvar el status del cónyuge a cambio del título, como se ve en la figura de Cora la esposa estadounidense del conde y todo el asunto de la jugosa dota que ella había aportado y que, en esos momentos, causa tantos quebraderos de cabeza a la familia para que todo no vaya a parar a un joven varón ajeno a los Grantham... Si Lady Mary no accede a casarse con nadie del clan.

Entrar en más detalles supondría desvelar demasiado, pero no pueden faltar los típicos prejuicios de clase del aristócrata al plebeyo y viceversa, que lejos de funcionar como desencadenantes de la trama más seria, regala muchos de los momentos cómicos de la serie. Muchos de ellos están protagonizado por una Maggie Smith haciéndose tan inmensa como el ego de la Condesa Viuda Violet que interpreta, y que no pierde oportunidad en lanzar dardos envenedados contra Isobel (Penelope Wilton), la viuda recién llegada. El reparto coral se desenvuelve a las mil maravillas, como no podía ser de otra forma, y no hay actor que de la sensación de no encajar con unos personajes que encarnan muchos de los cambios históricos y sociales que iban a suponer la entrada del mundo en la Modernidad.

Si bien Downton Abbey aparenta ser una serie de señores en cuanto a que éstos gobiernan el devenir de los acontecimiento, pronto se nos informa de que no es así. Los criados suben a la categoría de protagonistas, mostrando dinámicas que se podrían ver perfectamente escaleras arriba. Las mismas intrigas y envidias, la misma mala idea y un sentimiento nulo de hermandad entre ellos se respira en esa cocina de lobos, un lugar donde sobran las cortesías con tal de mantener el puesto de trabajo. Allí, O'Brien, la doncella de cámara de Cora, y el lacayo Thomas conspiran como los perros del infierno que son. Ni que decir tiene que estos dos personajes son los que manejan al espectador como una marioneta y lo obliga a regresar capítulo a capítulo.

La condesa viuda quiere entrar en Pottermore, ella no sabe lo que es un fin de semana.

Con todo, no es todo maldad en la servidumbre y también se presentan personajes más en la línea del buen sirviente que hemos visto en un sinfín veces en otras producciones como pueden ser el ayudante de cámera de Crawley, Mr. Bates y la jefa de sirvientas, Miss Anna; los jefes de todo el personal, Mr. Carson y Mrs. Hughes; William, el segundo lacayo; o los sirviente con ambiciones, como el chófer Brason y la criada Gwen. Pero también encontramos figuras mandonas y como la cocinera Mrs. Patmore y su asustadiza ayudante Daisy. Sin duda, la variedad de la se dota al personal doméstico es una verdadera delicia, y ayuda a añadir un gris muy interesante al conjunto de la ficción.

Sin más misterio que ofrecer para enganchar que el de los propios dramas que existen en lugares cerrados con demasiada gente viviendo y trabajando entre sus muros, y el de unos señores que empiezan a sufrir los primeros sudores de una época agonizante, Downton Abbey es la muestra de que a nadie le amarga un culebrón. La primera temporada se resuelve de una forma un tanto precipitada y hasta chusca en un lance concreto, pero todavía quedan muchas cosas por descubrir en la abadía de los Grantham, y más cuando los verdes pastos dejarán paso a barro de trinchera a partir del próximo 18 de septiembre, fecha del estreno de la segunda temporada.