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jueves, 27 de junio de 2013

The Borgias, o el final interruptus de Neil Jordan

Incesto consumado, final interruptus. Ése es el legado que deja Neil Jordan tras tres temporadas de The Borgias en Showtime. ¿Qué pasó entremedias? Falta de material suficiente para alimentar una cuarta entrega y la negativa del canal, por razones de presupuesto, a una TV movie que sirviera de auténtico cierre para las fechorías del papa Alejandro VI y su profena familia. Nos hemos quedado con las ganas de ver a Rodrigo arder de verdad en el infierno como había prometido el showrunner irlandés y, en cambio, nos despedimos con unos diez episodios que componen una sinfonía de reconciliación padre-hijo al más puro estilo Borgia, ergo, saturada de pasión, pecado, astucia y sangre.

Con su hermano Juan fuera del mapa, el inteligente Cesare ha dado rienda suelta sus ambiciones y demonios hasta convertirse en el príncipe renancentista que inspiró la obra de Maquiavelo, pero por el camino también ha tenido que demostrarle a su no tan Santo Padre muchas cosas hasta que finalmente accede a darle el mando. Porque, parejo a su ascenso como caudillo, el viaje de Cesare siempre consistió en ganarse la admiracion de un Rodrigo que veía demasiado de sí mismo -de esa insaciable hambre de poder que le da vida y lo mata al mismo tiempo- en su segundo hijo. The Borgias no es más que la transfiguración de Cesare en lo que el Papa secretamente sabe que él mismo siempre ha sido pero nunca se atrevió a convertirse. Para el joven Borgia el rojo de la túnica cardenalicia que vestía al principio de la serie no era un símbolo de una posición acomodada sino un constante recordatorio de que si quería hacer grandes cosas debía hacer que ese rojo fuera real aunque manchara.

Por encima de las rajaduras de cuello, las frases lapidarias, las bacanales bien montadas de Giulia Farnese y los memorables polvazos gays de Micheletto, la serie queda como un retrato de la unidad familiar en clave de thriller. Odiada por todos los grandes apellidos de Italia, esos catalanes, españoles (o lo que cuadrara en los alocados guiones), han demostrado un amor por el blasón del toro por encima de lo imaginable aunque, claro, los extremos a veces llevan a hacer cosas que ni todos los ducados del mundo en año jubilar (hilarante el capítulo del mercadeo de reliquias y perdones)  pueden ayudar a expiar. Y, de nuevo, el eje de los límites se encuentra en el fraticida Cesare que, como ya se atisbaba, acabó por meterse debajo de las sábanas con su hermana, Lucrezia, en uno de los momentos cumbre de la temporada.

"Somos españoles. Nos abrazamos. ¿Dónde está el escándalo?"

Aunque el personaje no lleve el peso de las grandes tramas, Lucrezia Borgia es el caramelo de la serie y ha vuelto a dejar patente porqué. Su capacidad para la maquinación y para encandilar a peleles del tipo de Alfonso de Aragón (y a su hermano, de paso), que ha ido cultivando a lo largo de las dos pasadas temporadas, se han desplegado por completo en esta tercera entrega, pero no sólo eso, sino que también se ha doctorado en el arte de proteger a su casa. Lucrezia preparando potingues para salvar del envenenamiento a su padre y sus tratos con una bruja napolitana para dormir a sus captores son escenas que no pueden pasar desapercibidas.

La máxima de "Sólo un Borgia  puede amar de verdad a un Borgia" también se aplica a Lucrezia y a su hijo bastardo, causa de muerte de tíos y reyes que intentaron matar o despreciaron al pobre bebé... Los atentandos al pequeño Giovanni han sido un tema recurrente desde que nació, pero nunca antes se habían aprovechado para fomentar una impagable alianza de la Borgia con el fascinante Micheletto, que, de forma retorcida, ha dejado ver que tiene su corazoncito y odia cuando a las madres las separan de sus hijos.

El asesino de cabecera de Cesare ha sido otra de las gratas sorpresas que nos deja esta temporada final. Impactante fue verlo desmoronarse ante el descubrimiento de que su amante era un espía al servicio de la dupla Federico de Nápoles-Caterina Sforza alias "La Tigresa de Forli" que tan arduamente se habían afanado en destrozar al Papa y a su familia. La fidelidad inquebrantable de la sombra de Cesare se esfuma física y emocionalmente en cuanto cumple la última orden de su jefe y le corta las venas a su enamorado.

 "Jesús debe de querernos, Cesare Borgia"

Este volumen ha llevado a todos los personajes al límite de sus fuerzas, y eso también incluye a los relativos "malos" de la función. La caída de la Sforza, la gran villana de la serie, no podía ser sino espectacular. A pesar de todos sus brillantes planes maestros para resistir los embites de los Borgia, la némesis perfecta de Cesare acaba arruinada, sola y literalmente enjaulada en la más humillante de las derrotas. Pero si Jordan y compañía no pierden detalle a la hora de contarnos la caída en desgracia de la de Forli, pecan de resolutivos a la hora de deshacerse del cardenal Della Rovere, cuyo destino quedará para siempre como un enorme interrogante... a menos que nos paseemos por la Wikipedia, o ya vengamos con la lección de Historia aprendida.

Dijo Jeremy Irons durante el rodaje del último episodio que sentía que "había llegado el final de algo" y Jordan y Showtime se tomaron las palabras de actor  a pies juntillas a la vista de ese final insatisfactorio según el prisma bajo el que se observe. Como despedida de temporada es todo lo que un espectador dedicado de The Borgias puede esperar y desear, pero como series finale está a la altura del timo del sudario que llora sangre de la Sforza.  La última hora de la serie promete pero no remata; culmina en un clímax al que no le sigue ningún minirevolcón en la cama (llámese TV movie o epílogo) para recuperarse del subidón.

La familia dice adiós victoriosa y más rocosa que nunca, pero se supone que los espectadores no debíamos imaginarnos cuál era ese juicio final al que estaban llamados a asistir, sino presenciarlo.


 Dedicado a los ilustres miembros del cónclave twittero y borgianos de pro @Fhilippos @javilost y @AgenteUrbit  :)

lunes, 8 de octubre de 2012

Frittata de series

Seguramente os habéis encontrado en una situación en la que abrís la nevera y veís que hay varios productos (casi siempre, fruta y verdura) que se están pasando de fecha, porque no os ha dado la gana de cocinarlos, pero que todavía son rescatables. Pues bien, he estado repasando mi lista de blogueos pendientes de la pasada temporada y se me ha ocurrido hacer un mejunje parecido a las frittatas que hago de vez en cuando, antes de empiece a olvidarme de sus argumentos, personajes y estrellas invitadas (Ok, no, puede que no llegue a tanto...). ¿Los ingredientes? Todo lo que he podido pillar de la segunda entrega de The Borgias, la tercera de Modern Family, la segunda de Boardwalk Empire, la segunda de Lip Service y de los volúmenes únicos de Hit & Miss y True Love. Ya es mezcla, ya.


The Borgias (S2, Showtime)

Esta serie es, desde hace más de un año, la responsable de que las primaveras sean más calientes y alborotadas que de costumbre. Si a la primera temporada le costó un poco ajustar el tono, la segunda ha sido, de principio a fin, un torbellino de traiciones, excesos, peinados estrafalarios e intentos de asesinato de lo más culebronesco. Con una Lucrezia simplemente espectacular como centro del protagonismo y aprendiendo a pasos agigantados de su madre, Vanozza, la producción de Neil Jordan ha puesto en jaque los chanchullos del Papa Alejandro VI a la vez que ha ahondado en las complejas relaciones de sus hijos varones. Cesare ha demostrado ser el verdadero perro guardián de la familia, mientras que Juan ha caído en desgracia, aunque dando más risa que pena. ¿Y qué hay Micheletto? El fiel servidor de Cesare nos ha dejado los ojos como platos este año. El próximo abril, más.

Modern Family (S3, ABC)

Los 20 minutillos que dura cada episodio de Modern Family continúan siendo una de las apuestas seguras de la semana televisiva. Steven Levitan y Christopher Lloyd se han decidido a explotar al máximo el potencial de los Dunphy más allá de Phil y lo han extendido también a Claire y Hayley. Los ataques neuróticos de la primera y la limitación de coco de la segunda siempre apuntaron maneras, pero si lo combinamos con un poco de campaña electoral y la búsqueda de una universidad que esté dispuesta a recibirte, las risas están más que servidas. Cameron y Mitchell han tenido un papel no tan destacado si bien la nueva Lily interpretada por una niña un poco más crecida, ha dado episodios tan divertidos como el del 'fuck', y su trama en general han tomado un tono un poco agridulce (dentro de lo que permite la serie, claro) que contrasta con el sorpresón de Gloria.

Hit & Miss (Temporada única, Sky Atlantic)

La primera serie original producida por el canal 'premium' británico Sky Atlantic llegaba con un argumento 'terremoto':  Mia, una transexual metida a asesina en serie para pagarse la operación de cambio de sexo se encuentra con que tiene un hijo del que debe hacerse cargo junto con el resto de la prole que dejó su ex novia. ¿La actriz elegida para ponerse una protésis y  dar vida a esta bomba de relojería? Quién sino Chloe Sevigny, una de las mujeres del mormón de  Big Love y, sobre todo icono de estilo y actriz curtidísima en retos de lo más variados (¿hablamos de la felación real a Vincent Gallo en Brown Bunny, de Boys Don't Cry o de Kids?). ¿El responsable? Paul Abbott, otro especialista pero en mostrar familias de lo más disfuncional (Shameless) o en crear thriller políticos de renombre (State of Play). A pesar de que su final está muy lejos de saber a final, y que la noticia de su no renovación cogió con el pie cambiado a muchos, Hit & Miss es una de las ficciones imprescindibles del año: capaz de encapsular en seis capítulos un argumento fresco, momentos de auténtica crudeza visual y emocional y, como ya viene siendo habitual en las islas, una exhibición de actores infantiles fuera de lo común. Jorden Bennie, el pequeño que interpreta a Ryan, el hijo biológico de Mia, clava todas y cada una de sus escenas.




Boardwalk Empire (S2, HBO)

Nucky Thompson y compañía dejaron de titubear en su segunda temporada, donde se resuelve sin contemplaciones uno de los grandes dilemas del protagonista: ser o no ser un gángster completo. Si la primera entrega ya anunciaba que el advenedizo Jimmy Darmody le podía dar más de un quebradero de cabeza a su mentor, Nucky, la historia ahora no pierde tiempo en situar al espectador y se abandona a su propio ritmo, dejando claro qué es lo más importante antes de dar un giro copernicano que muy pocas series se pueden permiten y, menos, cuando no llevan tantos años en parrilla. Con todo, la obra de Terrence Winter continua padeciendo de un excesivo afán de abarcarlo todo, produciendo personajes de cuota como esporas, y creando menos calor que el iceberg del Titanic. Más o menos, lo mismo que comenté el pasado agosto en el podcast de Yo disparé a JR.

Lip Service (S2, BBC3)

Lo que podría haber sido un buen ejemplo de ficción a la que perder la mitad de los protagonistas y sustituirlos por otros le sienta de maravilla acabó peor que todos sus aciertos juntos. Ciertamente hay pocos creadores capaces de ser tan bipolares en tan sólo seis capítulos, pero es lo que ha conseguido Harriet Braun en su drama lésbico ambientado en Glasgow (Escocia). Lástima que los ratings irrosorios fueran comparsa de la tragedia forzada y de las pérdidas de tiempo monumentales, y hayan condenado a personajes tan interesantes como Lexy, Tess y Sadie. Este grupo dejó claro que el tono de la serie funcionaba mucho mejor cuando se inclinaba más hacia la dramedia ligera del típico piso compartido que a historias con acosadores y triángulos amorosos metidos con calzador para darle cancha a personajes que ya no tenian nada que hacer en la serie (no todos los showrunners son tan eficientes en este sentido como Shonda Rhimes). Cancelada, y con razón, a pesar de quedarse con uno de los finales más cabritos que he visto últimamente.

True Love (Temporada única, BBC)

Es raro que yo hable mal de la Beeb en un mismo post, pero cuando toca, toca. Un concepto que llamaba la atención, el de una serie basada en la improvisación de sus actores, y un reparto encabezado por David Tennant y su 'companion' Billie Piper tenía que ser catado sí o sí. Aunque sea por ver el reencuentro whoviano, que al final no fue tal por que ambos participaban en historias distintas dentro de las cinco independientes, una por episodio, que formaban la serie. Pero tras haber asistido a la disección del amor que presenta en la costera población inglesa de Margate, la nostalgia no es factor suficiente para recomendarla. La historias son un dechado de lugares comunes y se acaban antes de empezar a mostrar el conflicto que acarrean las acciones de sus personajes, quizás lastradas por una media hora de duración que se queda corta para recoger temas complejos y. menos, si gran parte del metraje se rellena con canciones. Así improvisa cualquiera.

viernes, 12 de agosto de 2011

The Borgias y las etiquetas

Decir que True Blood es un drama es uno de los mejores chistes que se puede contar últimamente, porque lo que es drama-drama poco tiene viendo su memorable colección de WTF cómicos. Pero da la casualidad de que la serie tiene que ser encajada en alguna categoría para que el torso desnudo de Alexander Skarsgard y los pechos de la Paquin opten a premio, así que, ya que estamos, vamos a aprovechar su duración de casi una hora para colocarla en el lugar de la reflexión profunda y la lágrima. Desde luego, quien se acerque por primera vez a la serie de Alan Ball se llevará una sorpresa si sólo se fía de lo que digan las listas de los Emmys aunque, en general, el verdadero Belcebú en estas historias de falsas expectativas es el márketing de los estudios y cadenas. Que hoy se lo digan a The Borgias.

Estrenada esta midseason por el canal Showtime, fue vendida como un drama centrado en los chanchullos que se traía la famosa familia de origen valenciano en el Vaticano. Todo muy al estilo de The Tudors, el drama con tintes culebronescos que el canal mantuvo cuatro temporadas en antena. Comenté que su doble piloto adolecía de falta de ritmo, y lo cierto, es que hasta el cuarto capítulo las intrigas del papa Borgia y su prole fracasaban a la hora de entretener. En parte, esto se debió a que el personaje más destacado seguía siendo el pontífice interpretado por un Jeremy Irons muy comedido, que contaba con una línea argumental sin la suficiente solidez, mientras que sus hijos tampoco mostraban nada especial que aportar al conjunto de drama. Y en la cima de todo esto se encuentran esas incómodas patadas a los libros de Historia y al origen de la casa Borgia por parte de los guionistas (no sé hasta qué punto la obra de Mario Puzo en que se basa la serie tiene que ver con esto. No la he leído).

Pero todo da un giro de 180 grados en cuanto se hincha el protagonismo de Cesare, Juan, Gioffre y, muy especialmente, de la "dulce" Lucrezia Borgia, que se convierte en la reina absoluta del baile. Si su contribución como personajes dramáticos era cero, su maestría para lo escatológico quedó más que demostrada. Con ellos The Borgias se destapó como lo que es: un dispiporre situado en el Quattrocento, en el que el exceso y la incorrección política funciona como la única tarjeta de presentación y la Historia es una prostituta al servicio del guión. Las historias en las que se embarcan los hijos de Alejandro VI y cómo están ejecutadas recuerdan a una opereta de vodevil, pero cómo enganchan las malditas. Las carcajadas que arrancan unos diálogos y escenas totalmente alucinadas como ése intento de seducción de Lucrezia en los establos... ¡Jugando a palmas! "¿Neil Jordan tiene un límite?" es la pregunta más recurrida desde 'The Borgias in love' (1x05) hasta la finale 'Nessuno' (1x09). No es exageración.

Los personajes secundarios funcionaron como otro de los grandes agitadores de la temporada, empezando por el asesino Micheletto, una presencia misteriosa a la que siempre acompaña una sombra de desconfianza pese su lealtad declarada a Cesare. Sin embargo, ya que la serie había entrado en una espiral de desverguenza muy clara, otros tipos clamaban por su trozo también. Ahí estan Giovanni Sforza (Ronan Vibert), puesto como un malo malísimo con menos luces que un zulo; Alfonso de Nápoles (Augustus Prew), una locaza heredera de un padre ahora decrépito, otrora sanguinario; Sancha de Nápoles, una ninfómana; el rey Carlos VII de Francia (Michel Muller), un borrachín; y Ursula Bonadeo (Ruta Gedmintas), una que va de pía y las mata callando. Eso, por citar los más importantes, porque todavía hay piezas que faltan para completar este cuadro de serie.

En la mejor tradición del "nunca juzgues un libro por su portada", The Borgias parece lo que no es. Sí, cuenta con unos medios técnicos y una producción de lujo en las antípodas de la calidad de su historia, aunque se notan sus pasos autoconscientes hacia el rumbo que quiere tomar y, con ello, ya ha expresado su deseo acerca de cómo debe ser percebida por los espectadores. La próxima privamera y pasado el trago del debut, sabremos a qué aternernos con lo que pase en el Vaticano tal y como lo hacemos los que veraneamos a la vera de los vampiros de Bon Temps.

viernes, 8 de abril de 2011

Pilotando The Borgias: Corrupción celestial

Vicio ha existido desde que el hombre se alzó sobre dos extremidades, pero parece que Showtime sólo lo encuentra en la Edad Moderna, cuando se comenzaron a formar los primeros Estados. No se lo puede culpar de nada porque si hubo una época en la que la lujuria por el poder fue más obvia es ésa. El humanismo floreciente devolvía el protagonismo al hombre, que hasta entonces había vivido a la sombra de Dios, pero algunos se lo tomaron demasiado al pie de la letra y le dieron una buena razón a Maquiavelo para escribir aquello de "el fin justifica los medios". Tras las seis esposas del hereje Enrique VIII en The Tudors (2007-2010), el canal de cable premium se va con The Borgias al Vaticano que lo excomulgaría unos años después para contarnos que los Papas de aquella época eran tan, o más, candidatos a ser expulsados de la Santa Madre Iglesia Católica. Porque las tiaras papales también estaban llenas de ínfulas principescas y de toneladas de avaricia, y si no que se lo digan al Papa Alejandro VI, o como lo conocían en Valencia antes de italianizarse el apellido: Rodrigo Borja.

El título de la serie va en plural porque, como buena saga de mafiosos (se diría la decana de todas las sagas), aquí la familia importa mucho. El papa Borgia era también papá, faltaría menos. Ahí estaban los guapos César y Lucrecia y Juan criados en las comodidades de un palacio donde vivían con su madre. Y como buena familia se apoyaban los unos a los otros, especialmente si se trataban de españoles inmigrantes odiados por sus nuevos vecinos, y bajo la sospecha fundada de que su padre había amañado la votación del cónclave que lo eligiría como Sumo Pontífice previo soborno de los cardenales más débiles. Éste es el punto de arranque del doble piloto que presenta una primera temporada de 13 capítulos en los que Neil Jordan (director de Entrevista con el Vampiro) tiene la tarea de tejer la tela de araña de corrupción, sexo, asesinato, incesto, conjuras y la lista de pecados capitales multiplicada por cinco que hizo famosa a esta csa.

Lo primero que resalta en el visionado es el sublime nivel de la producción, que provoca un piscinazo total en los ambientes del Vaticano de la época, que todavía estaba a la espera de que otro Borgia, el Papa Julio II, retomara las obras que con el tiempo le darían el aspecto que tiene hoy. Desde los espectaculares y pictóricos títulos de crédito hasta las telas de las sotanas, todo ello supera con creces la prueba de garantía de verosimulitud necesaria en cualquier producto que bebe de la Historia. No pongo la mano en que los siguiente capítulos los hechos no se adaptaran a los requirimientos del drama, pero el material lo tiene todo para enganchar. Sobre todo, a aquellos enamorados de las intrigas palaciegas que nos contaban los profesores y que eran la salsa de las clases.

Junto con esta atención al detalle, encontramos una actuaciones acertadas (se nota el oficio británico en el reparto) entre las que destaca un excelente Jeremy Irons, como el patriarca Borgia, un personaje que cae de lleno en la bolsa de personajes retorcidos y perversos que acostumbra a interpretar el actor inglés. Menos seguro en su rol está el actor que interepreta a César, François Arnaud, al que me tendré que creer un poco más en sus sospechosas interacciones con Lucrecia (Holliday Grainger) y en sus tratos con el asesino Micheletto, un tipo inquietante y de pocas palabras, al que el rostro afilado de Sean Harris contribuye a dar forma.



Si hay algo que se le pueda reporchar a este piloto es su excesiva duración. La estrategia del doble episodio, además de espantar a los alérgicos a este tipo de aperturas, también entraña el riesgo de aburrir. En comparación con la segunda parte, la primera adolece de una falta de ritmo y acción considerable, posiblemente por abusar de la repetición de escenas que cuentan lo mismo, como todo el proceso de las dos votaciones que tuvo que superar Borgia para salir elegido desde la muerte de Inocencio VIII. Por el contrario, en el segundo acto se vislumbra lo que la serie está dispuesta a dar y nos muestra de una forma más plausible las artimañas de Rodrigo y los desplazamientos de lealtades que sólo acaban de empezar.

Esperemos que los próximos capítulos den más empaque al origen de los protagonistas y agilicen el paso de los guiones porque, sin duda, la trama tiene todos los ingredientes y morbo para establecer un entretenido culebrón de época. De momento, con 1,4 millones de espectadores, es el estreno más visto de Showtime en los últimos siete años.