ATENCIÓN: spoilers de la segunda temporada de The Big C.
Dicen que la meteorología, a veces, tiene mucho que ver con el estado de ánimo de quienes estamos bajo el cielo, y puede que sea también el caso de la segunda temporada de The Big C. En su momento ya me pareció bastante curioso que sus creadores comentaran que iban a hacer coincidir cada nueva entrega de capítulos de la serie con una estación del año, pero ahora se constata que la jugada no ha podido mezclarse mejor con el tono que ha dominado esta etapa.
Frente a un primer volumen veraniego, donde el buen rollismo conseguía derretir una situación tan adversa como el cáncer de Cathy, este año las temperaturas en el barrio residencial de los Jamison han caído a bajo cero. Ya la muerte de Marlene había avisado que "winter is coming", pero aún así el otoño no pareció tratar tan mal a los personajes de Sean y Rebecca, futuros padres, a Adam que se echó novia y hasta la propia Cathy, a la que el melanoma estaba dando una tregua y la oportunidad de conocer a un amigo como Lee, que resultaba ser una compañía menos espeluznante que la del fantasma de Marlene. Sin embargo, hacia la mitad de temporada Minnesota decidió seguir siendo Minnesota y demostrar por qué sus inviernos son tan conocidos. El tono de lo que veíamos se acercaba más hacia la tragediay todo pareció ir cuesta abajo y sin frenos: a Adam lo dejó su novia por un asunto de ladillas y se hizo amigo con una madura con problemas intepretada por Parker Posey; a Paul, el patriarca, lo despedían de su trabajo poniendo el mantenimiento del seguro médico en jaque; y Rebecca tuvo un aborto y, por tanto, Sean dejó de tomar la medicación. Por si no fuera suficiente, Lee no parecía mejorar y Paul, además de robar de su propio trabajo para llevar dinero extra a casa, se enganchó a la coca. Como he dicho, ¿estamos hablando de un producto que concursa en los Emmys de comedia?
Y aún así se trata de una temporada donde tantos sinsabores no afectan en absoluto al resultado, mucho más convicente que en la primera temporada, en el que todo parecía recaer demasiado en la figura de la protagonista interpretada por una Laura Linney que aquí se luce de lo lindo con el drama. Los personajes van más allá de la mera caricatura, en especial Paul y Sean, mucho más cercanos quizá por todo lo que les cae encima. Incluso novedades como la de Lee (Hugh Dany) hicieron olvidar las interacciones de Cathy con Marlene, aunque parece que Miss Jamison debe ser gafe para sus cercanos o algo. No bastó con la muerte de la vecina que este año también cayó la del recién llegado compañero de cata de vinos y fan de los maratones. Estaba claro que el final de Lee iba a ser ése, pero no se veía venir un último adiós tan emotivo y honesto en el que Cathy estuvo con él hasta el último aliento. Con esa despedida, el apartado de bajas estaba más que cubierto por este año. Sólo hacía falta que una Cathy nuevamente reconciliada con su hermano Sean corriera la maratón que le había prometido a Lee como última voluntad para echar el cierre a una temporada redonda. Cuánta equivocación.
Las señales de la deblace se habían ido mostrando a lo largo de los capítulos anteriores, pero quizá fue la poco misericordia en eliminar otro personaje lo que más chocó en la muerte de Paul, vícitima de un infarto inducido por esa última raya combinada con la desesperación con la aseguradora. La crítica al sistema de salud estadounidense está ahí presente cuando Paul consigue llegar a tiempo para ver a su mujer derrumbarse sobre la meta... en compañía de los fantasmas de los otros dos fallecidos. Y Cathy pensaba que habían venido todos (menos Andrea) a verla...
¿Conseguirá la primavera levantarnos a todos la moral?
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domingo, 2 de octubre de 2011
jueves, 16 de diciembre de 2010
Y ahora, ¿qué?

A la lista de nominadas a mejor actriz de comedia de los Globos de Oro de este año sólo le faltó Mary Louise Parker para que Showtime acaparase, más aún si cabe, el territorio con sus personajes borderline. Me sorprende ver a Lea Michele (Glee) en su lugar, a sabiendas del subidón de adrenalina que supuso la sexta temporada de Weeds, aunque para subidones de tensión, azúcar, colesterol o, si queréis de sustancias dopantes, está la categoría de mejor intérprete femenina de drama, que, con Piper Perabo, ahora mismo se encuentra bailando encima de la barra de un antro cutre, en lo que se ha convertido en el WTF de la edición de este año. Pero no voy a aprovechar las nominaciones a estos premios para hacer una hoja de queja con este post, sino para limpiar el polvo que estaban cogiendo mis impresiones acerca de The Big C. La serie cuya primera entrega ha aupado a Laura Linney como la nueva pretendienta del trono de la comedia, frente a antiguas como sus compañeras de canal, Edie Falco (Nurse Jackie) y Toni Colette (United States of Tara), la inamovible Tina Fey (30 Rock) y la mencionada Michele.
Si nos ponemos en plan purista lo cierto que es que las divas de Showtime deberían ir en un cajón aparte, porque las comedias que protagonizan están ensombrecidas con un buen colorante de drama, una premisa que en The Big C se cumple al 100%. Ya comenté acerca del piloto que la acidez de su propuesta la diferenciaba de cualquier otra historia sobre el cáncer. Pues bien, al final la serie ha acabado por meter el pie demasiado pronto en el melodrama, ese género tan dado a la lágrima y ha abierto el interrogante de qué tono va a predominar el año que viene.
Durante los trece episodios (no sé por qué pensé en su día que iban a ser sólo ocho...) que conforman esta temporada, The Big C ha demostrado ser más blanda de lo que vendían o queríamos creer al principio. Más blanda y blanca que Nurse Jackie, que parecía exactamente eso al principio de su andadura. De todos modos, esto no significa que la serie se haya convertido de repente en un producto Disney, sino que conforme acercaba la season finale, la mala baba poco a poco se iba desvaneciendo del personaje de Cathy Jamison y sólo quedaba su hermano, Sean, para defender esa causa, aunque también acaba siendo domado de alguna manera. ¿Cuestión de expectativas no cumplidas? Puede.
La sensación que deja el visionado es la de una Cathy que vuelve al redil de lo políticamente correcto, después de desvelar a su familia el cáncer de piel que padece. Una meta a la que seguramente iba a acabar llegando, pero no se esperaba que fuera en ese momento. Del mismo modo que Paul, e

El punto dulce lo pone la relación con su hijo Adam, que empezó siendo un niñato, y que alcanza su clímax en el último capítulo, en una estampa tan emotiva como impactante, con el chico dentro de un garaje de alquiler lleno de regalos para aquellos cumpleaños suyos en los que Cathy no va a estar. El tira y afloja de madre e hijo ha sido continuado a lo largo de toda la temporada, pero, al igual que ocurre con Marlene, Cathy se desfrivoliza cuando se trata de su hijo.
La evolución de Adam ha sido la más coherente con la trama y menos forzada de todos los personajes secundarios, el eslabón más débil de una serie en el que el peso de la protagonista es gigantesco desde el primer episodio. En general, los guionistas se han dado prisa en redimirlos a casi todos, como si ellos, y no Cathy, fueran los que andaban cortos de tiempo. Desde el cansino de Paul, que intenta ser un pesado adorable (ni de coña) tras enterarse de la enfermedad de su mujer, hasta Sean, que deja preñada a Barbara (qué bueno tener a Cynthia Nixon de vuelta) y, en consecuencia, decide dejar de escarbar en el contenedor un poco menos. Otros aportes como Andrea, la alumna de Cathy, y el doctor Miller terminan la temporada menos aprovechados de lo que prometían.
The Big C despide su primera temporada con el contador a cero, sin conflictos aparentes, y sembrando la incertidumbre de si veremos una serie completamente distinta en su regreso.
viernes, 20 de agosto de 2010
Pilotando The Big C: El cáncer según Showtime

Con Cathy Jamison estamos ante otro de esos personajes genuinos del canal de cable, en uno de sus dramas-más-que-comedias encapsulados en 30 minutos, y con capacidad para fagocitar todo lo que se les ponga por delante si el guionista así lo desea. Ninguna novedad, por tanto, en este apartado, como tampoco la hay en su argumento, trilladísimo en la ficción, pero aterrador en la vida real. Una profesora, madre de familia de suburbio a la que le diagnostican un cáncer de piel y que decide cambiar su estilo de vida... O no.
Para empezar, Cathy lleva ocultando algún tiempo su verdadero estado de salud a sus próximos y se niega a tratarse. Como si no hubiera sucedido nada, acepta estoicamente que le queda un año de prestado ("Todos acabamos muriendo"). Pero, ¿se convierte en mejor persona gracias a ello? Ése es el juego al que nos invita a entrar la serie, que en este primer compás convierte la depresión en sarcasmo y diálogos ambiguos, de manera que construye un muro diferenciador respecto a las típicas historias sobre el 'gran C'. Además, también reclama su independencia frente con el resto de productos 'de actor' que fomenta Showtime. Mientras que Jackie, Dexter o Nancy se nos presentan desde el inicio con toda su complicación, con Cathy de momento lo que hay es normalidad y rutina. Demasiada.
El personaje parece aburrido a su marido, Paul, (Oliver Platt), a su hermano, Sean (John Benjamin Hickey), y a su hijo, Adam (Gabriel Basso). La tienen por alguien cumplidora de las normas y acomodada a lo políticamente correcto, pero Cathy, alentada por su nueva situación está dispuesta a demostrar que es más que eso, aunque ello signifique fingir su muerte para escarmentar al graciosillo de Adam, o dejar correr la sospecha de cuernos en la mente infantil de Paul en dos buenos ejemplos del humor negro y ácido que se asoma por esta producción. La protagonista, lejos aún de ser calificada como dual y bipolar, se encuentra en esa fase donde todo es posible sin que acabemos acertando en nuestra predicción.
Linney se da un festín en este episodio piloto. La actriz se vuelve metastática, alcanzando a todas y cada una de las escenas, pero es su versatilidad en el registro y el actractivo del personaje, lo que salvan un probable fracaso. Apostarlo todo a un protagonista absorbente es arriesgado y puede llegar a cansar (House), por ello, aunque el capítulo cumple con su cometido de forma brillante, los secundarios deben conseguir cuanto antes aumentar sus defensas. Más allá de la familia, a la que más les vale espabilar, interesa ver la interacción con su alumna Precious... digo Andrea (Gabourey Sidibe), el guapo doctor Miller (Reid Scott) y Marlene, la lúgubre vecina de enfrente a la que da vida Phyllis Somverville, por lo que puedan dar de sí en cuanto al secreto de Cathy.
The Big C debe aún ganarse el adjetivo de su título. ¿Lo logrará cuando finalicen los ocho episodios de esta primera temporada?
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