Fue en primero de bachillerato cuando la Biblia se convirtió en el único libro de texto válido de la asignatura de Religión en el instituto público al que asistía. Bajo la batuta del párroco de una localidad vecina, nos pasamos casi un curso entero analizando pasajes del culebrón más grande jamás contado: el Tánaj o Antiguo Testamento. De entre todas sus historias repletas de guerras, romances y traiciones, la fábula del Rey David brilla con luz propia, al igual que Kings, la nueva serie que nos brinda la NBC y que moderniza la tragedia del segundo monarca de Israel.
Se agotan los adjetivos para describir el resultado de la reinterpretación visto en el doble piloto, a pesar de los pésimos datos de audiencia (4,5 millones de espectadores) que ha cosechado el tercer capítulo emitido en USA. La serie intimida de la majestuosidad que desprende su diseño de producción, impecable y colosal, especialmente, en las escenas que transcurren en el centro de gobierno, y en Shiloh, la metrópoli-capital del reino de Gilboa encabezado por el Rey Silas (un tremendo Ian McShane, Deadwood).
Gilboa está en guerra con el vecino Gath, que vendrían siendo los filisteos y cuentan, cómo no, con varias armas de combate llamadas Goliaths. Diferencia: aquí no hablamos de un sólo gigantón, sino de bastantes tanques que dejan a los gilboenses, como a los israelitas en la Biblia, bastante mermados. Encima, ha habido una emboscada y uno de los dos soldados prisioneros es Jack Benjamin (Sebastian Stan, aka Carter Baizen en Gossip Girl), el díscolo hijo del rey y crápula profesional.
Y aquí entra David Shepherd (Chris Egan), que, con el mínimo equipo de defensa, cruza las líneas enemigas para liberar a los rehenes y después deshacerse el solito de un Goliath. No hubo honda ni piedras, pero sí una granada y un bazoca. ¿Consecuencias de tan noble acto? El mecánico hijo de Jessie (el rol de Jesé es femenino en la serie) y menor de siete hermanos es aclamado con honores de héroe, presentado a las altas esferas de Gilboa, y ascendido a capitán por el mismísimo Rey Silas.
Cuando el espectador asiste al primero de los triunfos que consigue David a lo largo del capítulo, no se sorprende en absoluto porque dos años antes fue testigo del ungimiento del chico con la grasa de un coche que había arreglado. Esta escena, sucedida al principio del episodio, es clave porque explica que estamos ante un personaje excepcional capaz de hacer cosas extraordinarias y supone un magnífico ejercicio de adaptación del texto bíblico. En el libro, el profeta Samuel unge con aceite la frente de David designándolo como rey de Israel, mientras que aquí el Reverendo Samuels (Eamonn Walker) limpia un mancha de grasa de la frente del rubito que le solucionó el contratiempo. Una estampa sencilla pero significativa.
Este momento junto con la coronación de las mariposas a la que hacía referencia el Rey Silas remarcan la grandeza de David, que poco a poco se irá ganando la confianza del monarca, incapaz de confiar en su heredero Jack. La caída del Rey Saúl se ramifica en Silas y en Jack, ya que mientras el padre representa la corrupción del poder, el hijo encarna la envidia ante alguien que puede ocupar su lugar.
Por su parte, el Reverendo Samuels se anuncia en su papel de profeta pesado que suelta verdades como puños. No en vano, recuerda machaconamente al rey que se está alejando de los designios de ese Dios al que tanto le gusta aludir en sus discursos. Por el contrario, alaba las virtudes del joven David.
Tal es la cantidad de subtexto bíblico que hasta la puerta del pisito del chico lleva el número 7, cifra sagrada para los judíos (¿casualidad de que David sea el séptimo hermano?); y el nombre de la hija de Silas, Michelle, recuerda bastante al de la primera mujer de David: Michal, vástaga del Rey Saúl.