miércoles, 30 de diciembre de 2009

Las serieadicciones de mi década

Este último mes he intentado evitar por todos los medios posibles cualquier tentación de una lista recopilatoria en el blog... Hasta hoy. La culpa la tiene Miss MacGuffin, que con esta entrada-resumen de las series que han marcado cada año de estos diez últimos, me ha hecho cambiar de idea y, de paso, ha conseguido que me entre la nostalgia. ¡Anda que no han cambiado mis obsesiones catódicas en todo este tiempo! Definir los años en función de qué serie te ha tenido más enganchada es como mirar las fotos de los álbumes de hace mil siglos...

2000-2001: En un mundo sin casi Internet y la tontería adolescente en la cabeza (la misma que te hace crear direcciones de e-mail de las que te arrepientes xD), las mañanas de verano de La 2 me regalaron mi primera y genuina obsesión seriéfila, situada en un pueblo ficticio de la costa este de USA. Con dos años de retraso con respecto a su emisión original, Dawson's Creek se plantaba en mi vida. Y también él, Pacey. Pronto me descubrí a mí misma dejando de lado el chat en el ciber, y buscando spoilers en los, por entonces, rudimentarios foros de fans o en la misma página de la WB.

2002:
No me preguntéis cómo pasé de un extremo a otro, pero ese año me fulminé Twin Peaks. Influencias de mi mejor amigo, que como aficionado a Lynch, se compró una versión cutrísima en DVD, obra de Manga Films que sólo ofrecía audio en castellano con un doblaje terrible. Volveré a verla algún día en V.O., sobre todo, para comprobar si la edad me ha dado más destrezas para encontrarle sentido al final de esta maravilla de puzzle. Lo dudo.

2003: Parece que el misterio de Laura Palmer me dejó tan trastornada que volví a cosas más fáciles en comparación. Y nada, ese año pasé frío en la sala de la televisión del colegio mayor porque prefería estar en Smallville esperando que Clark Kent echara a volar, en vez de pasar apuntes del primer curso de carrera. Ahora no recuerdo muy bien si la veía en La 1 o en La 2, pero hay que ver lo que hizo por mí la televisión pública cuando sólo usaba la Red para bajarme algo de música.

2004: De verdad lo digo, aquello sí que era labor social. Lástima que ahora que se queden sin publicidad para importarnos The O.C. Dos palabras: Seth Cohen. Paradigma de 'mens friki in corpore sano' y 'coolhunter' musical. Hasta el Capitán Oats hacía más gracia que Ryan.

2005: El terremoto. Lo que llevaba años incubando explotó. Ese verano aterrizaron un par de las que estaban sacudiendo las parrillas USA desde el otoño de 2004. No digo ya en qué cadena las vi. Lost y Mujeres Desesperadas. Pero no fueron ésas las que marcaron ese año para mí, y prácticamente los que vendrían. Fue Alias, a la que yo había seguido malamente la pista en Telecinco hacia un un par de años o así. Me compré la primera temporada en DVD por una oferta de El Corte Inglés. Y eso: dos temporadas en un mes. La tercera vino en invierno y, al instante, comencé a bajar la cuarta que aún no estaba editada. La velocidad del ADSL de casa era un asco.

2006: Como no había manera de que mis amigas vieran Grey's Anatomy por Cuatro porque coincidía con GH, y no teníamos Internet en el piso, se me quedó el gusanillo de los médicos, así que en vacaciones aproveché para maratonear las dos primeras temporadas. Poco a poco, ya iba simultaneado visionados con otras series, y mi portátil sabía que venir a casa significaba horas extra encendido.

2007: Heroes. Parece mentira, pero fue mi serie fetiche de ese año. Lógicamente hablo de su primera temporada, que vi del tirón cuando ya había terminado. Aún aguantaba a Mohinder, y quería tener el poder de Hiro, qué cosas.

2008: Estar sin Internet fuera del trabajo, me animó a ponerme por fin con la primera temporada de Six Feet Under que llevaba dos años acumulando polvo y no veía por pura pereza. "¿Capítulos de una hora? ¡Uff!". Los Fisher me confirmaron que lento no tenía porqué ser sinónimo de aburrido. Tampoco me puedo olvidar de Terminator: The Sarah Connor Chronicles que puso el contrapunto de acción al año.

2009: Aún así, la ciencia ficción nunca me había llamado la atención en televisión hasta que el remake de Battlestar Galactica se presentó un día en la pantalla, y no salió de allí en dos meses, exigiéndome más a cada capítulo que pasaba con su pesimista reflexión sobre el ser humano y la sociedad, y unos personajes inolvidables. No podía ver (ni escribir si me apuráis) otra cosa hasta que la acabara, me tenía completamente absorta. Echo de menos a la Vieja Dama.

¿Cómo será el 2010? ¡Feliz año a todos!

lunes, 28 de diciembre de 2009

Humanos

"Esto era un vampiro, un hombre lobo y una fantasma que compartían piso..." Puede parecer perfectamente el inicio de un chiste friki, o la premisa de un Gran Hermano con criaturas fantásticas (en línea con aquella Casa de los Dibujos de MTV), pero la BBC3 no se ha tomado a guasa el "experimento sociológico" con Being Human. Quizá una alternativa demasiado desenfadada para los que se consideren amantes 'hardcore' de lo sobrenatural, para los principiantes como yo, este drama supone una brisa helada en medio de un ambiente abochornado por la fiebre crepusculina.

Una de las cosas que más me maravilla de las series británicas es lo poco que les gusta encumbrar a sus personajes; tan llenos de defectos, que no cuesta imaginarlos en situaciones de nuestro día a día, por mucho que se vean envueltos en situaciones ajenas a lo que entendemos por realidad. Mitchell el chupasangre, George el hombre lobo, y Annie la fantasma hacen el trabajo por nosotros, ya que se obligan ellos mismos a llevar vidas normales en un intento de conservar su propia humanidad más que de pasar desapercibidos por las calles de Bristol (como en Skins, la historia sucede allí), que también.

El centenario Mitchell y sus líos de faldas, las inseguridades de George y la fobia de Annie a sentirse sola se mezclan con su lucha por escapar de los mundos a los que pertenecen y permanecer en el reino de la rutina. Aunque no es tarea fácil, como se ve a lo largo de los seis episodios de esta primera temporada. La tentación de la sangre y un pasado oscuro siempre persiguen a Mitchell, acosado por sus colegas vampiros; la licantropía de George le inhabilita aún más socialmente; y Annie tiene asuntos por resolver en esta dimensión, aunque se lo toma con calma porque está encantada de tener inquilinos en su casa.

La serie no emplea demasiados artificios en mostrar la faceta oculta de los personajes. Por ejemplo, los vampiros no se diferencian mucho de los humanos salvo por los colmillos, la sed de sangre, una leve intolerancia al sol y la escasa temperatura corporal. Nada de supervelocidades, supersentidos, y saltos en el aire. Hasta pueden comer, y su organización y modus operandi tiende más hacia el clan mafioso que al nido de chupasangres que podemos ver en True Blood, algo que sin duda, refuerza el afán por quitarle esa aureola de misticismo al hecho sobrenatural. Incluso los trucos de Annie carecen de una puesta en escena fantasmagórica al uso, y la transformación de George es bastante digna para el presupuesto de la producción.

La primera mitad de la temporada avanza lenta, indigando en las motivaciones de los personajes para que los podamos conocer mejor, si bien acusa una cierta falta de ritmo a pesar de que se maquilla con los puntos cómicos del hombre lobo y la fantasma. Eso sí, a partir del cuarto capítulo la acción pega un repentino acelerón para terminar con la casa a medio barrer.



Menos mal que no habrá que esperar demasiado para saber cómo continúa la historia. El 10 de enero se estrena la segunda temporada de Being Human.

lunes, 21 de diciembre de 2009

¿Series-cubata o series-chupito?

O para entendernos: ¿temporadas largas o cortas? Con la Navidad a pleno rendimiento, hemos llegado a la segunda gran época de maratones seriéfilos del año tras el verano. Motivo de celebración que nos lleva hasta la barra a pedir unas rondas de series-cubata o series-chupito con las que calentar las tardes de frío siberiano y horas muertas.

Serán cosas de hacerse vieja o de perder paciencia, que antes era más tolerante con las series-cubata que tan bien se les da preparar a la 'networks' estadounidenses. Eso, o que últimamente algunos bares están echando mucho garrafón a la mezcla (FlashForward, The Vampire Diaries), o que la temperatura de la bebida está tan caliente que el hielo se disuelve en nada, y luego no hay quien se beba aquello de la pereza (mi odisea con Lost). Cada vez es más difícil beber a un ritmo mantenido ciertas cantidades de una serie sin que en algún momento dejes la copa a la mitad (Smallville, Heroes, Mujeres Desesperadas; a punto de dejarlo con House hace un par de años) por pura repetición, aburrimiento o idas de olla en la historia, sobre todo, cuando llevas encima más de una temporada. Me han dicho que esto se cura con una terapia de siete rondas con The West Wing, que Aaron Sorkin es un gran barman.

A medio camino entre el exceso y la escasez de capítulos, se encuentran las grandes reservas de champán, vino o whiskey, casi siempre en poder de las cadenas de cable. Pero darle a palo seco sin descanso a Los Soprano o Six Feet Under te puede dejar indispuesta para las demás series que tienes que ver o, te entra el pedo tonto, y no quieres beber otra cosa, como me pasó con Battlestar Galactica, otra que a la que si le quitas algunos capítulos, no pasa nada. Así que me aplico el cuento por si acaso para cuando me ponga The Wire y The Shield el año que viene.

Otra posibilidad está en probar los series-chupitos inglesas (y miniseries, en general) si lo que queremos es avanzar en las tramas y evitar resacas, a la vez que alternamos con otras historias. Ahora mismo estoy pasando por esta fase. Muy pocos capítulos, todo concentrado, de una vez. Como se suele decir: van al lío. Funcionan como una novela corta, y son geniales si lo que tienes es poco tiempo (o tu Navidad se vuelve imposible), pero aún así quieres saber en qué acaba el asunto. Había visto algo de Extras, pero empecé realmente con Skins. Después, he seguido con Being Human, y ahora estoy con The IT Crowd. No me llamaba mucho pero le daré un sorbo a Misfits ahora que ya ha terminado temporada. Y si te gustan los clásicos literarios, siempre puedes tirar de las adaptaciones de la BBC. Me inicié con Jane Eyre, pero yo lo que quiero es ver si puedo conseguir una exaltación de la amistad con Mr. Darcy de Orgullo y Prejuicio.

¿Con qué os viene mejor brindar en estas fechas?

martes, 15 de diciembre de 2009

Los Soprano 2, cómplices de Tony

"Tengo el mundo cogido por las putas pelotas y no dejo de sentirme como un pringado". Pese a haber salido triunfante de muchos de los peligros que le acechaban en la primera temporada, Tony Soprano sigue teniendo, ahora más que nunca, una bonita automática apuntando a su nuca. La misma que soporta la bomba nuclear de su cabeza, lo que verdaderamente amenaza con convertirle en un lustroso cadáver, y al tiempo, transforma al espectador en alcahueta de todas sus fechorías.

Desde su recién estrenada posición de Don de la familia DiMeo, Tony se da el lujo de prescindir (a modo de pataleta, eso sí) de la terapia de la doctora Melfi, enviándola al psiquiatra a ella también porque se ha descubierto fascinada por la personalidad del mafioso, aunque la médica lo disfrace de deber moral hacia un paciente. La excusa más políticamente correcta, porque Melfi encarna en la pantalla el placer culpable del propio espectador, que no puede evitar sentirse involucrado con la inesperada vulnerabilidad de Soprano. A medida que esta circunstancia va a más a lo largo de los episodios, la trama se acelera, de forma que se multiplican los clímax dramáticos tras un inicio un tanto adormecido.

La segunda temporada, lejos de ofrecer salidas a los problemas de Tony, ahonda más en las causas de todos sus dramas e, incluso, crea unos nuevos. La "puta Bette Davis" como él mismo define a su propia madre, Livia, concede protagonismo a otra mujer que se acaba revelando como una futura 'mamma' en potencia: su hermana Janice (Aida Turturro), ex hippie reciclada en vividora, capaz de intrigar contra su propia sangre con tal de tener una escalera de mármol y piscina en el jardín. Poco parecía que iba a aportar este personaje al principio, pero cuán equivocada estaba yo.

No ocurría igual con otra de las incorporaciones al reparto, el infame Richie Aprile (David Proval), hermano del fallecido jefe de los DiMeo, Jackie. Nada más verlo recién salido de cárcel con aires de grandeza y resquemor por la posición perdida en la familia, sabía que su presencia no iba a ser nada cómoda para el núcleo duro de Tony. Personaje odioso desde el minuto uno, Aprile se debate entre la lealtad a las costumbres dentro del clan y sus ansias de subir escalafones a costa de lo que sea, pero tratándose de Los Soprano, al final, pueden que sean otras las circunstancias que acaben por escribir el destino de un personaje.

Al mismo tiempo que asistimos a la progresiva secundarización de Livia, el otro principal instigador de conjuras en la pasada temporada, tío Junior, se nos presenta ahora como un audaz encantador de serpientes, que acepta en apariencia el liderazgo de su sobrino y hasta le ofrece su ayuda en un momento dado. Lo cual no termina por quitarle ese aura de sospecha y traición que le acompaña. Además, continúa posicionándose a favor de la matriarca, que, a pesar de la pérdida de minutos, sigue conservando intactas sus artes de manipulación.

Y hablando de artes, las que despliega Carmela para conseguir una carta de recomendación para Meadow en la Universidad de Georgetown. Al fin y al cabo, es la mujer del jefe, pero ahora se hacen más visibles esas sombras que el personaje guarda en el vestidor de su cuarto, y que la animan, por un lado, a exigirle más resperto a su marido, y por otro, a escapar de esa especie de jaula de oro a la que cada vez más se parece su vida de perfecta ama de casa y fan de Andrea Bocelli (¡hasta tres veces se escucha 'Con te partirò'!). Sin duda, el personaje aún tiene mucho que dar de sí, y confío en que las siguientes temporadas no defrauden en este aspecto.

Los hijos de Tony, si bien no tienen todavía una posición relevante en la trama, contribuyen a subrayar ese lado suave del mafioso. Para nada desentona que acabe con el negocio de un amigo de la infancia, y en el intermedio se preocupe porque no pasa el tiempo suficiente con Anthony Jr., o, cosa a tiros a un colaborador para después ir a la graduación de su hija tan campante.

En Soprano, la alternancia de actitudes extremas con otras propias de 'buena persona', en una especie de esquizofrenia moral, resulta de lo más creíble, aunque la auténtica maestría de los guiones de David Chase reside en la capacidad de inducir a compadecer y, en última instancia, a simpatizar con el personaje, al que lleva hasta el delirio psicológico. En este sentido, destaca el uso de visiones oníricas, que reflejan con nitidez los deseos y temores ocultos de Tony (la acertadísima metáfora del pescado que se vende, sin ir más lejos).

SPOILER ALERT: No recomiendo ver el vídeo a menos que hayas visto la temporada



A un nivel mucho menos profundo, también es posible congeniar con alguno de los capos de la banda, como Paulie, cuya admiración exagerada por Italia en el capítulo en el que van a hacer negocios a la península resulta ciertamente divertida, y viene a recalcar el sentido autoparódico que lo italiano adquiere en el universo de la serie. Imposible no mencionar aquí el cameo de Chase y la importación de un nuevo personaje, Furio (Federico Castelluccio), que por ahora se ha limitado a ser el bulldog ejecutor de la familia.

Por su parte, Moltisanti no ceja en su viejo sueño de convertirse en guionista de cine, aunque su naturaleza impaciente sea el principal enemigo de sus aspiraciones, y la siempre comprensiva Adriana La Cerva (Drea de Matteo) acabe recogiendo los platos rotos de sus arrebatos. Big Pussy parece reordenar las prioridades en su vida, mientras que Dante ha pasado un poco más desapercibido esta temporada.

"Somos soldados en guerra", dice Tony a Melfi. Y nosotros que nos alistamos, Don.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Territorio comanche

Puente de esos que asustan por lo largos que son. No hay posibilidad monetaria de hacer una escapadita por ahí, salvo cañas y cafés con los amigos que no se han pirado. Los ojos te hacen chiribitas de sólo imaginar los kilos de capítulos que vas a marcar como vistos en el MyTVShows, en tu lista mental, o en tu roñosa libreta de notas. Hasta te haces tu plan de series y todo. Igualito que con la dieta. En serio, no lo cumples ni a la de tres. Y que conste que esto es más fácil que comer verduritas a la placha tres días a la semana. Pero no, no se puede por más que le pongas fuerza de voluntad.

Las vacaciones se revelan como un arma seriéfila de doble filo... Si toda tu familia tiene el mismo plan casero que tú. Concreto: si tu madre no es capaz de estar sola ante un objeto electrónico, creen que aún te acuerdas de cómo se sumaban fracciones de distinto denominador (¡que soy de letras!), y envían por enésima vez a tu persona a dar una vuelta con los perros. El caso es que, de repente, un capítulo de Glee se convierte en una ópera de cuatro horas, y ya te cuesta hilar a cuento de qué Ryan Murphy ha escogido 'Papa don't preach' de Madonna para dicho episodio.

Con mitad del cerebro machacada por 'semejante' multitarea, aún osas ponerte uno de The Big Bang Theory, concentrar tu mente en leer los subtítulos, e intentar leer las teorías que Sheldon suelta a una velocidad endiablada. "¡Toc, toc, toc!, Penny. ¡Toc, toc, toc!, Penny. ¡Toc, toc, toc!, Penny..." No mires a la puerta de la pobre Penny, sino a la tuya. Cuentas uno, dos y tres. "Paaasa". Miras el minutero del BSPlayer, y ves que sólo han pasado diez minutos... Stop hasta nuevo aviso. Por si acaso, también pones un interrogante a tu cita con los 'losties'.

Hay meter el coche en el garaje. Pienso en darme una vuelta como Tony Soprano en el opening, con la ventanilla bajada. Ni eso, porque llueve. Hoy casa es territorio hostil para seriar.

martes, 1 de diciembre de 2009

Cada uno de su padre y de su madre

Tras conocer a los Pritchett, me queda claro que mi hermano podría estudiar la familia en clase de Ciencias Naturales como una forma rara de energía, en la que se cambia un poco el postulado que aprendimos de memoria: Se crea y no se destruye, sólo se transforma. Si no os lo creéis, probad a realizar el experimento vosotros mismos viendo Modern Family (ABC), con toda seguridad científica, el mejor estreno de la actual temporada. Eso sí, esta comedia comparte honores con The Good Wife (CBS), no vaya a ser que Mrs. Florrick nos demande.

Los poco más de 20 minutos rodados en formato 'mockumentary', o falso documental, producen el mismo efecto que cuando se agitan Mentos dentro de una botella de Coca-Cola. Nadie se espera el chorro (en este caso, de risas) que puede salir de algo aparentemente tan sencillo y cotidiano. No hay nada que luzca mejor esos dos adjetivos, y sin embargo, sea capaz de sorprender al mismo tiempo como la propia familia. Los responsables de Modern Family lo saben muy bien, y explotan estas posibilidades de forma magistral al servicio de la comedia. Se toman con un humor que oscila entre el ácido y el absurdo los cambios a las que hace frente una familia hoy en día y, sobre todo, componen unos personajes cuya definición es simple: ¡Menudos 'personajes'!

Construídos a partir de estereotipos, al final este inconveniente inicial queda diluído en la maraña de situaciones alucinadas que se pueden dar en cualquiera de las tres casas en donde transcurre la trama. La de Jay Pritchett, el patriarca de la familia, casado en segundas nupcias con la guapa colombiana Gloria Delgado, y padrasto de Manny; la de Claire, hija de Jay, mujer de Phil Dunphy, y madre de Haley, Alex y Luke; y la de Mitchell, hijo gay de Jay, que ha adoptado una niña vietnamita con su pareja, Cameron Tucker.

He de reconocer que, de todos, mi debilidad es Manny, ese hombre encerrado en el cuerpo de un niño, con pose de galán latino, capaz de dejarnos conversaciones memorables a corazón abierto sobre niños y hogar con su hermanastra Claire (unos 25 años más vieja, por lo menos). Y también Gloria. A pesar de ser el personaje que más tiende hacia la caricatura y al topicazo, me mata con ese acento hispano tan marcado y esas maneras afectadas a lo actriz de culebrón, con las que Sofía Vergara, con conocimiento de causa, borda el papel.

La intervención de Ed O'Neill, que, gracias a Jay, vuelve a ejercer de padre, queda un pelín eclipsada por ésos dos, pero gana protagonismo cuando se junta toda toda la familia, o interactúa con sus dos yernos: el aspirante (y ahí se queda, por más que se esfuerce) a patriarca Phil, a.ka. 'Cool Dad' o 'Why the face?', y Cameron, a.k.a. 'el fan a muerte de Meryl Streep'.

En sus casas, ambos personajes son el contrapunto desenfadado a sus cónyuges. Mientras Claire intenta llevar con mano dura a la jauría de hijos, Phil va de colega y se le suben a las barbas. Algo parecido ocurre con Cameron, un tipo ultraapasionado en todo lo que hace, en contraste con el esnobismo de Mitchell. La prueba: el momento Rey León o 'Fizbo'. Impagables.

Tres modelos de familia en una sola, que se nos van mostrando por separado para acabar convergiendo casi siempre hacia el final de los capítulos, como en esas grabaciones caseras de BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones). Por eso, querría acabar con una alusión al uso del 'mockumentary'. Si bien es un recurso que ya no resulta novedoso, Modern Family se articula, por un lado, como una sátira de los documentales sobre los nuevos tipos de familia que todavía se pueden ver en algún canal temático, y por otro, como el retrato semidiario de un clan determinado, de ahí el esfuerzo en resultar verista en la forma. Que se vea que es ficción... pero ficción familiar, de andar por casa con el chándal.