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lunes, 8 de octubre de 2012

Frittata de series

Seguramente os habéis encontrado en una situación en la que abrís la nevera y veís que hay varios productos (casi siempre, fruta y verdura) que se están pasando de fecha, porque no os ha dado la gana de cocinarlos, pero que todavía son rescatables. Pues bien, he estado repasando mi lista de blogueos pendientes de la pasada temporada y se me ha ocurrido hacer un mejunje parecido a las frittatas que hago de vez en cuando, antes de empiece a olvidarme de sus argumentos, personajes y estrellas invitadas (Ok, no, puede que no llegue a tanto...). ¿Los ingredientes? Todo lo que he podido pillar de la segunda entrega de The Borgias, la tercera de Modern Family, la segunda de Boardwalk Empire, la segunda de Lip Service y de los volúmenes únicos de Hit & Miss y True Love. Ya es mezcla, ya.


The Borgias (S2, Showtime)

Esta serie es, desde hace más de un año, la responsable de que las primaveras sean más calientes y alborotadas que de costumbre. Si a la primera temporada le costó un poco ajustar el tono, la segunda ha sido, de principio a fin, un torbellino de traiciones, excesos, peinados estrafalarios e intentos de asesinato de lo más culebronesco. Con una Lucrezia simplemente espectacular como centro del protagonismo y aprendiendo a pasos agigantados de su madre, Vanozza, la producción de Neil Jordan ha puesto en jaque los chanchullos del Papa Alejandro VI a la vez que ha ahondado en las complejas relaciones de sus hijos varones. Cesare ha demostrado ser el verdadero perro guardián de la familia, mientras que Juan ha caído en desgracia, aunque dando más risa que pena. ¿Y qué hay Micheletto? El fiel servidor de Cesare nos ha dejado los ojos como platos este año. El próximo abril, más.

Modern Family (S3, ABC)

Los 20 minutillos que dura cada episodio de Modern Family continúan siendo una de las apuestas seguras de la semana televisiva. Steven Levitan y Christopher Lloyd se han decidido a explotar al máximo el potencial de los Dunphy más allá de Phil y lo han extendido también a Claire y Hayley. Los ataques neuróticos de la primera y la limitación de coco de la segunda siempre apuntaron maneras, pero si lo combinamos con un poco de campaña electoral y la búsqueda de una universidad que esté dispuesta a recibirte, las risas están más que servidas. Cameron y Mitchell han tenido un papel no tan destacado si bien la nueva Lily interpretada por una niña un poco más crecida, ha dado episodios tan divertidos como el del 'fuck', y su trama en general han tomado un tono un poco agridulce (dentro de lo que permite la serie, claro) que contrasta con el sorpresón de Gloria.

Hit & Miss (Temporada única, Sky Atlantic)

La primera serie original producida por el canal 'premium' británico Sky Atlantic llegaba con un argumento 'terremoto':  Mia, una transexual metida a asesina en serie para pagarse la operación de cambio de sexo se encuentra con que tiene un hijo del que debe hacerse cargo junto con el resto de la prole que dejó su ex novia. ¿La actriz elegida para ponerse una protésis y  dar vida a esta bomba de relojería? Quién sino Chloe Sevigny, una de las mujeres del mormón de  Big Love y, sobre todo icono de estilo y actriz curtidísima en retos de lo más variados (¿hablamos de la felación real a Vincent Gallo en Brown Bunny, de Boys Don't Cry o de Kids?). ¿El responsable? Paul Abbott, otro especialista pero en mostrar familias de lo más disfuncional (Shameless) o en crear thriller políticos de renombre (State of Play). A pesar de que su final está muy lejos de saber a final, y que la noticia de su no renovación cogió con el pie cambiado a muchos, Hit & Miss es una de las ficciones imprescindibles del año: capaz de encapsular en seis capítulos un argumento fresco, momentos de auténtica crudeza visual y emocional y, como ya viene siendo habitual en las islas, una exhibición de actores infantiles fuera de lo común. Jorden Bennie, el pequeño que interpreta a Ryan, el hijo biológico de Mia, clava todas y cada una de sus escenas.




Boardwalk Empire (S2, HBO)

Nucky Thompson y compañía dejaron de titubear en su segunda temporada, donde se resuelve sin contemplaciones uno de los grandes dilemas del protagonista: ser o no ser un gángster completo. Si la primera entrega ya anunciaba que el advenedizo Jimmy Darmody le podía dar más de un quebradero de cabeza a su mentor, Nucky, la historia ahora no pierde tiempo en situar al espectador y se abandona a su propio ritmo, dejando claro qué es lo más importante antes de dar un giro copernicano que muy pocas series se pueden permiten y, menos, cuando no llevan tantos años en parrilla. Con todo, la obra de Terrence Winter continua padeciendo de un excesivo afán de abarcarlo todo, produciendo personajes de cuota como esporas, y creando menos calor que el iceberg del Titanic. Más o menos, lo mismo que comenté el pasado agosto en el podcast de Yo disparé a JR.

Lip Service (S2, BBC3)

Lo que podría haber sido un buen ejemplo de ficción a la que perder la mitad de los protagonistas y sustituirlos por otros le sienta de maravilla acabó peor que todos sus aciertos juntos. Ciertamente hay pocos creadores capaces de ser tan bipolares en tan sólo seis capítulos, pero es lo que ha conseguido Harriet Braun en su drama lésbico ambientado en Glasgow (Escocia). Lástima que los ratings irrosorios fueran comparsa de la tragedia forzada y de las pérdidas de tiempo monumentales, y hayan condenado a personajes tan interesantes como Lexy, Tess y Sadie. Este grupo dejó claro que el tono de la serie funcionaba mucho mejor cuando se inclinaba más hacia la dramedia ligera del típico piso compartido que a historias con acosadores y triángulos amorosos metidos con calzador para darle cancha a personajes que ya no tenian nada que hacer en la serie (no todos los showrunners son tan eficientes en este sentido como Shonda Rhimes). Cancelada, y con razón, a pesar de quedarse con uno de los finales más cabritos que he visto últimamente.

True Love (Temporada única, BBC)

Es raro que yo hable mal de la Beeb en un mismo post, pero cuando toca, toca. Un concepto que llamaba la atención, el de una serie basada en la improvisación de sus actores, y un reparto encabezado por David Tennant y su 'companion' Billie Piper tenía que ser catado sí o sí. Aunque sea por ver el reencuentro whoviano, que al final no fue tal por que ambos participaban en historias distintas dentro de las cinco independientes, una por episodio, que formaban la serie. Pero tras haber asistido a la disección del amor que presenta en la costera población inglesa de Margate, la nostalgia no es factor suficiente para recomendarla. La historias son un dechado de lugares comunes y se acaban antes de empezar a mostrar el conflicto que acarrean las acciones de sus personajes, quizás lastradas por una media hora de duración que se queda corta para recoger temas complejos y. menos, si gran parte del metraje se rellena con canciones. Así improvisa cualquiera.

sábado, 23 de julio de 2011

Una comedia y la nada

Estas semanas he estado ausente por visitas familiares, maratones veraniegos, e interrupciones siempre inoportunas así que, a lo tonto, se me han ido acumulando series de las que tenía que haber hablando hace tiempo. El dos por uno que hago hoy, sin embargo, no viene motivado por una lógica de rebajas, de quitarme stock de encima, sino porque una de las producciones de las que voy a hablar no merece una entrada para ella sola. ¿Por qué? A eso vamos ahora mismo.

Me pregunto de cuánto dinero para producción de ficción disponen en Showtime para permitirse derroches tales como el de la tercera temporada de Nurse Jackie. Supongo que debe ser bastante, porque dedicar semejante esfuerzo para contar nada, no pasaría desapercibido en otros lugares. De un total de doce capítulos, sobran once, y no es que la finale haya tampoc ha sido un dechado de virtudes. La segunda etapa nos había dejado con una promesa de que podría haber una interesante evolución en el personaje en los nuevos episodios. Mentira todo. La enfermera seguía en sus trece, incluso al borde de poner su trabajo en verdadero peligro, y aunque no era lo que nadie esperaba, quedaban todavía los personajes secundarios. Crac. Otro chasco.

Las gracias de las entrañable Zooey y Akilitus llegaban a destiempo al igual que los dramas de ese niño grande que es Coop. O'Hara, por su parte, estuvo ausente durante todo el volumen, compartiendo escenas con Jackie carente de toda finalidad dramática. Lo mismo se puede decir de los otros dos vértices del triángulo del mal, Eddie y Kevin. Lástima que lo único destacable de este año, esa arista que Brixius y Wallem se ha atrevido a sacarle al marido, quede tapado por el último paso de gigante hacia atrás de la señora Peyton. Aún así, la serie ha sido renovada inmerecidamente para una cuarta entrega (gracias a las rentas y privilegios de ser chica Showtime, seguro), pero ya digo que aquí no vuelvo hasta que haya evidentes y contrastados signos de mejora.

Síntomas de bienestar los ha demostrado Modern Family. Ésta sí tiene plaza fija para el curso que viene. En esta segunda temporada han dado protagonismo a otros miembros del clan Pritchet-Dunphy potenciando la vena cómica de Claire, una 'control freak' de las que meten miedo, o de su hija Hailey, que ha intentando engañar a sus padres con que se ha reformado y que realmente tiene un CI más alto del que parecía. Luke también han formado una dupla letal juntando la falta su falta de hervores junto a la de su padre Phil, al que he llegado a tolerar más que en el primer volumen, sobre todo, gracias a sus escenas con Jay. Alex, sin embargo, sigue pasando de refilón por los capítulos.

Cameron y Mitchell han visto las situaciones más desde la barrera, al igual que Gloria, Jay y Manny, aunque los momentos que se reservan siguen siendo los más alucinados e hilarantes de toda la serie. Ya sea por escapar de tu trabajo por la ventana o por disparar balines a un bote hinchable en medio en medio de la piscina, esta parte de la familia acumula los caracteres más fuertes, por lo que es normal que las estampas más chocantes salgan de aquí. Se podría decir que los Dunphy van hacia un humor con premisas más blancas y familiares, mientras que los núcleos de Pritchett resultan un pelín más destroyer y menos políticamente correctos.

En este sentido, también se ha notado un cambio en los finales de episodios, que ya no tiran tanto de la voz en off para recalcar la moraleja de lo que se nos pretende contar en cada uno de ellos. Modern Family es una fábula sobre la familia en clave de comedia por sí sola como para que se la corone con más accesorios. Han sabido corregir esos errores y evitar ese vuelo de Ícaro que se presagiaba en la segunda mitad de su temporada de debut y, si bien tanta nominación a los Emmys de comedia parecen un poco escándalo por avallasamiento (las listas a estos premios son siempre un escándalo bastante predecible todos los veranos), esta vez 'maloserá' que no caiga más de uno o, peor, que se vuelva a dar un 'gleekazo' que deje al resto de aspirantes patidifusos.

martes, 10 de agosto de 2010

Bipolares

¿Recordáis aquella frase tan sabia de "Las segundas partes nunca fueron buenas salvo las de Padrino y Star Wars"? En el mundo de las series suele ocurrir que las segundas temporadas mejoran la novedad que supone la primera (ahí están algunas de las joyas HBO y Showtime, mis adoradas Alias y BsG, How I met your mother antes de la caída... hasta, ejem, Grey's antes del consumo de sustancias) salvo ejemplos tan sonados en series de culto recientes como Lost y Heroes (sí, de culto a nuestro pesar), o Mujeres Desesperadas o True Blood en cuyos capítulos del segundo volumen se pasó de mostrar la típica reacción a qué rápido pasa el tiempo cuando se está entretenido a "¡¿Sólo llevo un cuarto de hora?!". Toda ficción en televisión, en mayor o menor grado, tiene su temporada más débil, y dentro de lo malo, si tiene que pasar, que pase al principio.

Pero he aquí, que últimamente ya ni hay que esperar al segundo año para que la comida empiece a repetir. Si una serie debuta con éxito inimaginado y copa las nominaciones de premios sin nisiquiera haber llegado a su season finale, el hiato largo en su programación regular es el reto a batir. Después del parón, una de dos: 1) todo sigue igual o mejor, o 2) se pierde la magia. Si es este último caso, se trata del síndrome de la segunda mitad de la primera temporada, que obliga a cuestionar cualquier entusiasmo o excitación inicial con una serie, con riesgo de parecer bipolares ante aquellos conocidos a los que estuvimos machacando con las bonanzas de tal estreno y, que, pasados unos meses, soportan nuestras críticas y bostezos al respecto. Este año ha pasado con Glee y Modern Family.

Las chicas de ByTheWay recopilan en este completo post los movimientos mediáticos que se han organizado alrededor de la serie de Ryan Murphy, que no son pocos, y hacen un poco de autocrítica acerca del fenómeno que se ha montado alrededor. Está claro que la culpa es de nostros, la audiencia, por alimentar al monstruo de las galletas, y se entiende, porque se trata de un producto con un potencial enorme para ello. Pero ciñéndose a lo que vemos en pantalla, la serie ha sido un tanto ingrata y no ha sabido devolver el 'hype' que se le dio durante esos meses de parón. La segunda parte de la temporada ha sido de altibajos con capítulos ideales para aquellas noches de insomnio, sobre todo los protagonizados por Kurt y la momia de Finn, y algún que otro que de tan moralizante destruye la mala leche y tontería que deberían primar en los guiones.

Sin embargo, los episodios dedicados a Madonna y Lady Gaga correspondieron con creces a la anticipación que se creó en torno a ellos y la season finale tiene sus momentos brillantes gracias a la siempre desaprovechada Quinn Fabray y la siempre genial Sue Sylvester. A estas alturas, sigo pensando que se dejaron la piel en el capítulo 13 'Sectionals', una pseudo finale en el fondo, creyendo que de allí no pasaba la broma, y se quedaron sin gas para sostener lo que se les vino encima después. Ahora que han tenido tiempo para digerir la marabunta y saben que tienen asugurados de entrada 22 episodios para desarrollar tramas, sólo queda esperar si el equipo de Murphy remonta el vuelo y corrija errores (hacer más inteligente a Finn no sirve, quitarlo de en medio, sí). Una vez que se estrenen los nuevos capítulos se podrá valorar bien si hacia falta o no una tercera temporada. Por lo pronto, con el regusto de lo ya visto, la decisión se pasa de prematura, pero quién sabe.

Echando la vista atrás, Modern Family partía con el título de mejor estreno junto con The Good Wife, que ahora se queda sola en ese podio. Y la culpa no la tiene sólo el Applegate que nos vendió el iPad como ningún dependiente por más que lo intentara, sino demasiado entusiasmo. Después del hiato, los episodios dejan de sorprender y su estructura se somete a un bucle de repetición, en el que la moraleja del final resulta demasiado evidente, los chistes del medio dejan de hacer gracia y pasa lo peor que le puede ocurrir a un episodio cómico: que se haga eterna

En general, personajes como Alex pasan muy de puntillas, mientras que el resto de esa parte de la familia, on mención especial a la madre, Claire, se vuelve cansina conforme pasan los capítulos. Los cameos de Edward Norton y Benjamin Bratt son puntos exóticos que ayudan a maquillar un poco el conjunto pero no bastan para olvidarse de las irregularidades de la segunda mitad de la temporada. Tampoco la season finale, que se quedó un tanto descafeinada después de un doble capítulo con viaje a Hawaii incluido que sí tuvo ese aroma a cierre en lugar del ambiente más convencional del verdadero último episodio.

Lo dicho. Las nominaciones y reconocimientos están ahí, pero esto es a veces como ver un partido del genial Roger Federer. Realiza una lección de tenis en los primeros compases del partido y luego se echa a dormir para frustración de sus fans que, al final, siempre recuerdan la mejor parte del lance. O sea, el principio.

martes, 1 de diciembre de 2009

Cada uno de su padre y de su madre

Tras conocer a los Pritchett, me queda claro que mi hermano podría estudiar la familia en clase de Ciencias Naturales como una forma rara de energía, en la que se cambia un poco el postulado que aprendimos de memoria: Se crea y no se destruye, sólo se transforma. Si no os lo creéis, probad a realizar el experimento vosotros mismos viendo Modern Family (ABC), con toda seguridad científica, el mejor estreno de la actual temporada. Eso sí, esta comedia comparte honores con The Good Wife (CBS), no vaya a ser que Mrs. Florrick nos demande.

Los poco más de 20 minutos rodados en formato 'mockumentary', o falso documental, producen el mismo efecto que cuando se agitan Mentos dentro de una botella de Coca-Cola. Nadie se espera el chorro (en este caso, de risas) que puede salir de algo aparentemente tan sencillo y cotidiano. No hay nada que luzca mejor esos dos adjetivos, y sin embargo, sea capaz de sorprender al mismo tiempo como la propia familia. Los responsables de Modern Family lo saben muy bien, y explotan estas posibilidades de forma magistral al servicio de la comedia. Se toman con un humor que oscila entre el ácido y el absurdo los cambios a las que hace frente una familia hoy en día y, sobre todo, componen unos personajes cuya definición es simple: ¡Menudos 'personajes'!

Construídos a partir de estereotipos, al final este inconveniente inicial queda diluído en la maraña de situaciones alucinadas que se pueden dar en cualquiera de las tres casas en donde transcurre la trama. La de Jay Pritchett, el patriarca de la familia, casado en segundas nupcias con la guapa colombiana Gloria Delgado, y padrasto de Manny; la de Claire, hija de Jay, mujer de Phil Dunphy, y madre de Haley, Alex y Luke; y la de Mitchell, hijo gay de Jay, que ha adoptado una niña vietnamita con su pareja, Cameron Tucker.

He de reconocer que, de todos, mi debilidad es Manny, ese hombre encerrado en el cuerpo de un niño, con pose de galán latino, capaz de dejarnos conversaciones memorables a corazón abierto sobre niños y hogar con su hermanastra Claire (unos 25 años más vieja, por lo menos). Y también Gloria. A pesar de ser el personaje que más tiende hacia la caricatura y al topicazo, me mata con ese acento hispano tan marcado y esas maneras afectadas a lo actriz de culebrón, con las que Sofía Vergara, con conocimiento de causa, borda el papel.

La intervención de Ed O'Neill, que, gracias a Jay, vuelve a ejercer de padre, queda un pelín eclipsada por ésos dos, pero gana protagonismo cuando se junta toda toda la familia, o interactúa con sus dos yernos: el aspirante (y ahí se queda, por más que se esfuerce) a patriarca Phil, a.ka. 'Cool Dad' o 'Why the face?', y Cameron, a.k.a. 'el fan a muerte de Meryl Streep'.

En sus casas, ambos personajes son el contrapunto desenfadado a sus cónyuges. Mientras Claire intenta llevar con mano dura a la jauría de hijos, Phil va de colega y se le suben a las barbas. Algo parecido ocurre con Cameron, un tipo ultraapasionado en todo lo que hace, en contraste con el esnobismo de Mitchell. La prueba: el momento Rey León o 'Fizbo'. Impagables.

Tres modelos de familia en una sola, que se nos van mostrando por separado para acabar convergiendo casi siempre hacia el final de los capítulos, como en esas grabaciones caseras de BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones). Por eso, querría acabar con una alusión al uso del 'mockumentary'. Si bien es un recurso que ya no resulta novedoso, Modern Family se articula, por un lado, como una sátira de los documentales sobre los nuevos tipos de familia que todavía se pueden ver en algún canal temático, y por otro, como el retrato semidiario de un clan determinado, de ahí el esfuerzo en resultar verista en la forma. Que se vea que es ficción... pero ficción familiar, de andar por casa con el chándal.