Si lees esta entrada sin haber visto la season finale de Once Upon a Time no habrá final feliz para nadie.
Sigo sacando lustre a mis impresiones acerca de algunas de las ficciones que se han ido de vacaciones estivales. Ya avisé en el último post que a Once Upon a Time no iba a confinarla a unos cuantos párrafos de tapadillo. La serie de Kitsis y Horowitz ya demostró en sus primeros compases que era especial, y así nos lo han ido demostrando a lo largo de una temporada de debut en la ABC que ha acabado como acaban los cuentos... O casi. No hay que olvidarse que la serie ha sido renovada para una segunda entrega y hay que dejar cabos sueltos de una forma u otra.
Emma ha dado el beso de la vida a su hijo, Henry, y con ello ha despertado a todo el pueblo de la amnesia al que la había confinado Regina La Reina Malvada. Costó 22 capítulos llegar a ese momento, y que el personaje creyera en las historietas de su solitario hijo, pero, como en todo viaje del héroe, éste tiene que tener un punto de inflexión, y
parece que Emma está ya ahí. La maldición está rota; la magia y el paso del tiempo ha vuelto a los hogares de los habitantes de Storybrooke, pero sólo ha sido eso. No se ha producido esa vuelta a la dimensión fantástica que Henry esperaba, así que los personajes siguen atrapados como el Sombrerero Loco en el País de las Maravillas que retrata la serie... Con sus recuerdos intactos en un lugar que le es familiar, pero que todavía no termina de ser el suyo.
La season finale sugiere que los efectos secundarios del humo morado, es decir, de la magia que invade el pueblo, ocuparán gran parte del arco argumental de la próxima temporada. Cómo se readaptan sus habitantes y, sobre todo, qué deciden hacer ciertos personajes con la memoria y poderes recién recuperados. En este sentido, el último capítulo también ha terminado de perfilar a Rumpelstilskin/Mr. Gold como la gran amenaza a batir, por encima de una Regina que durante toda la temporada se ha ido acomodando como la 'villana señuelo', un personaje cuya maldad resultaba más forzada (o forzosa) que real. Si bien tanto ella como Gold tienen motivos de peso para actuar de la manera que todos sabemos, al final es el duende quién está consumido por el ansia de poder, mientras que La Reina Malvada concentra todo su odio en todo lo que tenga que ver con Blancanieves/Mary Margaret y su estirpe.
Uno de los grandes aciertos de la serie es la capacidad con la que el equipo de guionistas (entre las que se encuentra una ex 'galáctica' como Jane Espenson) toma los mitos y los renueva sin terminar de perder el contacto con el canon con el que han pasado a formar parte del imaginario colectivo. En Once Upon a Time, cada episodio trata de contar el 'quién soy' y 'de dónde vengo' de varios personajes, indagando en sus pasados, lo que ha dado un margen suficiente para presentar propuestas distintas que enganchen al espectador más cínico. Algunas veces, como en el caso de Regina, el resultado da más risa que otra cosa: ver a una mujer echando bilis por la boca contra una niña de ¿ocho años? es poco verosímil hasta para una ficción de estos estándares (y más cuando la actriz infantil parece un clon terrorífico de Ginnifer Goodwin). Pero ejemplos como la historia del propio Rumpelstilskin, con ecos de La Bella y la Bestia; el porqué de la capa roja de Caperucita y la mala leche del enano Gruñón; o la vida de Pinocho dan una idea del encanto de la serie como producto para todos los públicos.
Quizá Once Upon a Time ha pecado de repetitiva en muchos de los conflictos que ha planteado. Esas riñas entre Regina y Emma en cada esquina del pueblo parecían escritas con papel cebolla, y toda la subtrama de adulterio de Encantador/David y Mary Margaret en Storybrooke era de lo más anodino, sobre todo, comparado con lo interesante de su dinámica en el mundo de fantasía, donde sí, los personajes viven en una burbuja de ingenuidad a los ojos modernos, pero muestran un poco más de sangre en las venas y personifican muy bien el carácter optimista y esperanzador de la serie.
Volviendo a Emma, quedará por ver cómo se va desarrollando la relación con sus padres biológicos, si sigue sin asumir ese aspecto ahora que todas las cartas están sobre la mesa; y ver cómo reaccionan Encantador y Blancanieves, por su parte. Durante la temporada se ha ido fomentando esa conexión madre e hija entre Emma y Blancanieves, sin que sean conscientes de ello, por lo que va a ser cuánto menos divertido asistir a la reunión familiar... Sobre todo, ahora que se habla de la aparición de cierto miembro, entre otras jugosas incorporaciones y adelantos.
El humo morado ha abierto un nuevo cuento que leer en Storybrooke...
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lunes, 23 de julio de 2012
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Recordar los cuentos
La ABC acaba de dar la campanada en la liga de las 'networks' con el producto más inesperado, después de un par de años intentando encontrar una nueva Lost con la que arrastrar audiencias fieles. Los responsables de Once Upon a Time, Edward Kitsis y Adam Horowitz, vienen de la cantera de guionistas de la isla, pero su apuesta se aleja bastante de cualquier intento de fenómeno mediático y narrativo para regresar a las bases mismas del arte de contar historias: los cuentos o fábulas de hadas, enterrados hoy en día bajo capas y capas de lecturas y remixes posmodernos, o eclipsados por otras narraciones a priori más adultas y complejas en sus planteamientos morales. No se trata, pues, de un género que esté muy de moda en una audiencia supuestamente de vuelta de todo, y más tratándose de una serie en imagen real y no animada donde el riesgo de caer en la cursilería y la ridiculez estética es demasiado alto. Con este cuadro, las estacas estaban preparadas desde el momento en que se anuncio el proyecto pero, viendo los resultados, se han tenido que guardar. Aunque cabe preguntarse, ¿por qué tanta alergia y prejuicio inicial?
Lo cierto es que a los cuentos no le sentó demasiado bien su traslado a los medios de masas de la mano de Disney. Lo que se ganó en difusión de estos mitos se perdió en complejidad al eliminarse una figura tan importante como la del narrador físico. Los cuentos provienen de la tradición oral y, aunque autores como los hermanos Grimm o Perrault compilasen en tomos las versiones más populares, siempre mantuvieron ese halo de oralidad que los hacía perfectos para ser leídos en voz alta ante una pequeña audiencia activa frente a la hoguera o en la cama. En esa lectura en voz alta se producía un diálogo en que el narrador, normalmente adulto, explicaba los porqués, completando el sentido didáctico del cuento. Siempre hacían falta al menos dos personas, el lector y el oyente, para contarlo. Al pasar al cine, esa interpretación del narrador adulto se esfumó, no había diálogo, de modo que todo el peso intepretativo recaía en el niño, que podía ver la película en solitario, así que necesariamente para que la moraleja quedara lo más clara posible, la historia y personajes se tenían que hacer más sencillos en su fondo. Los adultos fueron perdiendo responsabilidad en la transmisión de estos cuentos, de ahí que el género pasó a considerarse erróneamente "de niños" en otra simplificación de lo que, en realidad, son historias para todos los públicos.
Teniendo en cuenta este contexto, resulta curiosa la pobre consideración que tienen las historias para todos los públicos, como si esto fuera un síntoma de poca profundidad narrativa. Quizá sean éstos los productos más difíciles de crear por esa aspiración universal que tienen y que implica la construcción de una 'ficción multicapa'. No basta como en Terra Nova (una ficción familiar fallida en este sentido) con que cada personaje apunte a un target específico de la audiencia, sino que la trama debe tener distintos niveles de profundidad que conecten con un amplio espectro de público, desde los más pequeños de la casa hasta sus padres. Y esto, precisamente, es lo que consigue Once Upon a Time, además de resucitar para el medio audiovisual los cuentos de hadas sin traicionar su espíritu original de narración familiar o grupal, olvidándose de cualquier revisión radical de los mitos o de remezclas exhaustivas de la cultura de masas a lo Shreck.
De acuerdo con sus creadores en una entrevista con la crítica Mo Ryan, Once Upon a Time no pretende revisar nada sino intentar conocer aquello que no sabíamos de las fábulas clásicas: "Me gustaría saber por qué la Reina odia tanto a Blancanieves, por qué es mala, por qué Gruñón es gruñón, por qué Gepetto es tan solitario que tiene que construir un niño de madera. No estamos interesados en recontar los cuentos de hadas. Estamos interesados en las partes que tienen agujeros que necesitan ser rellenados, o en cosas acerca de las que quizás nunca se había pensado", subraya Kitsis. Sólo hace falta ver el capítulo dos o tres de la serie para caer en la cuenta de que por aquí van los tiros, pero no sólo eso, sino que a la vez todo esta conjurado en una estructura tan serializada que todavía hace más sorprendente que la ficción esté dando alegrías a los audímetros de los domingos en Estados Unidos (medía de 11,5 millones de espectadores y por encima de 3 en la demo comercial).
La historia de Once Upon a Time comienza cuando Henry (Jared Gilmore), un niño solitario y 'normal' que que, por fin, actúa de acuerdo a su edad sin resultar un adulto en miniatura o un niño pesado, se propone devolver la memoria a unos personajes de cuento anmésicos y atrapados en el ficticio pueblo de Storybrooke (Maine) por obra y gracia de la Reina Malvada (Lana Parrilla, Swingtown), que prefirió condenarse a ella misma y a todos antes de que Blancanieves (Ginnifer Goodwin, Big Love) fuera feliz completamente con el Príncipe Encantador (Josh Dallas). Sin embargo, para poder conseguirlo Henry debe convencer a su recién encontrada madre biológica, Emma Swan (Jennifer Morrison, House), una dura fiadora judicial, de que ella es la hija de Blancanieves y Encantador y, por tanto, la solución del problema. Todo ello, a menos que el rico señor Gold (Robert Carlysle), alter ego del siniestro Rumpelstilstskin, sepa más de lo que aparenta.
Con esta premisa de una realidad donde nadie recuerda quién es, Kitsis y Horowitz logran revitalizar el género, en lo que se convierte en una auténtica búsqueda de los orígenes que es literal en el caso de Henry y Emma, ambos niños que no crecieron con sus padres biológicos, y también metafórica, con todos esos personajes de cuento que viven inconscientemente siendo sombras de lo que fueron en la realidad de fantasía a la que pertenecen (Mary Margaret Blanchard es mucho más apocada que cuando era la intrépida y no tan santa fugitiva Blancanives). Éste es el drama en el que se ven inmersos los personajes y que conforma la capa adulta y no tan amable de la serie, que se hace presente desde los primeros segundos del capítulo piloto. Vivir en esta realidad, parecido a lo que ocurre en la teoría platónica de la reminiscencia, es el castigo, y la única manera de volver al mundo de las ideas, al que de verdad se pertenece, es ir recordando lo que una vez se fue a partir de las pistas que encontramos aquí abajo, en el mundo sensible. Y en el mundo de Once Upon a Time, esas pistas están en los cuentos de hadas, de los que sólo Henry es capaz de captar su significado oculto por su condición de niño, en consonancia con el loco de las tragedias griegas al que nadie hace caso. He tenido algunas conversaciones por Twitter estos días sobre el tema, y con Crítico en Serie llegué a la conclusión de que no importa demasiado el final feliz total tanto como que los personajes tengan pequeños triunfos que les den esperanza y optimismo de que las cosas irán a mejor, que al final del día es lo que mueve incluso al mundo en el que vivimos nosotros.
Once Upon a Time, a pesar de sus efectos especiales un tanto 'cromáticos', es un producto de los tiempos actuales, como prueban sus elecciones estéticas (por ejemplo, los guiños intertextuales a Lost y a todo el mundo de Disney, que para algo la ABC es parte del conglomerado del tito Walt), pero también lo es en cuanto a sus características narrativas (la ya citada realidad sin memoria) y el mensaje de fondo que a través de ellas pretende transmitir en una sociedad que atraviesa una crisis económica escalante, y que conecta con la función original que tienen todas las narraciones en su conjunto. En el episodio piloto, Kitsis y Horowitz se encargan de hacerla patente en boca de la propia Mary Margaret/Blancanieves en una autorreferencia meta para nada disimulada: "¿Para qué crees que son las historias? Estas historias, clásicos, hay una razón para que todos las conozcamos. Son una forma de lidiar con nuestro mundo, un mundo que no siempe tiene sentido".
Lo cierto es que a los cuentos no le sentó demasiado bien su traslado a los medios de masas de la mano de Disney. Lo que se ganó en difusión de estos mitos se perdió en complejidad al eliminarse una figura tan importante como la del narrador físico. Los cuentos provienen de la tradición oral y, aunque autores como los hermanos Grimm o Perrault compilasen en tomos las versiones más populares, siempre mantuvieron ese halo de oralidad que los hacía perfectos para ser leídos en voz alta ante una pequeña audiencia activa frente a la hoguera o en la cama. En esa lectura en voz alta se producía un diálogo en que el narrador, normalmente adulto, explicaba los porqués, completando el sentido didáctico del cuento. Siempre hacían falta al menos dos personas, el lector y el oyente, para contarlo. Al pasar al cine, esa interpretación del narrador adulto se esfumó, no había diálogo, de modo que todo el peso intepretativo recaía en el niño, que podía ver la película en solitario, así que necesariamente para que la moraleja quedara lo más clara posible, la historia y personajes se tenían que hacer más sencillos en su fondo. Los adultos fueron perdiendo responsabilidad en la transmisión de estos cuentos, de ahí que el género pasó a considerarse erróneamente "de niños" en otra simplificación de lo que, en realidad, son historias para todos los públicos.
Teniendo en cuenta este contexto, resulta curiosa la pobre consideración que tienen las historias para todos los públicos, como si esto fuera un síntoma de poca profundidad narrativa. Quizá sean éstos los productos más difíciles de crear por esa aspiración universal que tienen y que implica la construcción de una 'ficción multicapa'. No basta como en Terra Nova (una ficción familiar fallida en este sentido) con que cada personaje apunte a un target específico de la audiencia, sino que la trama debe tener distintos niveles de profundidad que conecten con un amplio espectro de público, desde los más pequeños de la casa hasta sus padres. Y esto, precisamente, es lo que consigue Once Upon a Time, además de resucitar para el medio audiovisual los cuentos de hadas sin traicionar su espíritu original de narración familiar o grupal, olvidándose de cualquier revisión radical de los mitos o de remezclas exhaustivas de la cultura de masas a lo Shreck.

La historia de Once Upon a Time comienza cuando Henry (Jared Gilmore), un niño solitario y 'normal' que que, por fin, actúa de acuerdo a su edad sin resultar un adulto en miniatura o un niño pesado, se propone devolver la memoria a unos personajes de cuento anmésicos y atrapados en el ficticio pueblo de Storybrooke (Maine) por obra y gracia de la Reina Malvada (Lana Parrilla, Swingtown), que prefirió condenarse a ella misma y a todos antes de que Blancanieves (Ginnifer Goodwin, Big Love) fuera feliz completamente con el Príncipe Encantador (Josh Dallas). Sin embargo, para poder conseguirlo Henry debe convencer a su recién encontrada madre biológica, Emma Swan (Jennifer Morrison, House), una dura fiadora judicial, de que ella es la hija de Blancanieves y Encantador y, por tanto, la solución del problema. Todo ello, a menos que el rico señor Gold (Robert Carlysle), alter ego del siniestro Rumpelstilstskin, sepa más de lo que aparenta.
Con esta premisa de una realidad donde nadie recuerda quién es, Kitsis y Horowitz logran revitalizar el género, en lo que se convierte en una auténtica búsqueda de los orígenes que es literal en el caso de Henry y Emma, ambos niños que no crecieron con sus padres biológicos, y también metafórica, con todos esos personajes de cuento que viven inconscientemente siendo sombras de lo que fueron en la realidad de fantasía a la que pertenecen (Mary Margaret Blanchard es mucho más apocada que cuando era la intrépida y no tan santa fugitiva Blancanives). Éste es el drama en el que se ven inmersos los personajes y que conforma la capa adulta y no tan amable de la serie, que se hace presente desde los primeros segundos del capítulo piloto. Vivir en esta realidad, parecido a lo que ocurre en la teoría platónica de la reminiscencia, es el castigo, y la única manera de volver al mundo de las ideas, al que de verdad se pertenece, es ir recordando lo que una vez se fue a partir de las pistas que encontramos aquí abajo, en el mundo sensible. Y en el mundo de Once Upon a Time, esas pistas están en los cuentos de hadas, de los que sólo Henry es capaz de captar su significado oculto por su condición de niño, en consonancia con el loco de las tragedias griegas al que nadie hace caso. He tenido algunas conversaciones por Twitter estos días sobre el tema, y con Crítico en Serie llegué a la conclusión de que no importa demasiado el final feliz total tanto como que los personajes tengan pequeños triunfos que les den esperanza y optimismo de que las cosas irán a mejor, que al final del día es lo que mueve incluso al mundo en el que vivimos nosotros.
Once Upon a Time, a pesar de sus efectos especiales un tanto 'cromáticos', es un producto de los tiempos actuales, como prueban sus elecciones estéticas (por ejemplo, los guiños intertextuales a Lost y a todo el mundo de Disney, que para algo la ABC es parte del conglomerado del tito Walt), pero también lo es en cuanto a sus características narrativas (la ya citada realidad sin memoria) y el mensaje de fondo que a través de ellas pretende transmitir en una sociedad que atraviesa una crisis económica escalante, y que conecta con la función original que tienen todas las narraciones en su conjunto. En el episodio piloto, Kitsis y Horowitz se encargan de hacerla patente en boca de la propia Mary Margaret/Blancanieves en una autorreferencia meta para nada disimulada: "¿Para qué crees que son las historias? Estas historias, clásicos, hay una razón para que todos las conozcamos. Son una forma de lidiar con nuestro mundo, un mundo que no siempe tiene sentido".
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