miércoles, 9 de noviembre de 2011

Recordar los cuentos

La ABC acaba de dar la campanada en la liga de las 'networks' con el producto más inesperado, después de un par de años intentando encontrar una nueva Lost con la que arrastrar audiencias fieles.  Los responsables de Once Upon a Time, Edward Kitsis y Adam Horowitz, vienen de la cantera de guionistas de la isla, pero su apuesta se aleja bastante de cualquier intento de fenómeno mediático y narrativo para regresar a las bases mismas del arte de contar historias: los cuentos o fábulas de hadas, enterrados hoy en día bajo capas y capas de lecturas y remixes posmodernos, o eclipsados por otras narraciones a priori más adultas y complejas en sus planteamientos morales. No se trata, pues, de un género que esté muy de moda en una audiencia supuestamente de vuelta de todo, y más tratándose de una serie en imagen real y no animada donde el riesgo de caer en la cursilería y la ridiculez estética es demasiado alto. Con este cuadro, las estacas estaban preparadas desde el momento en que se anuncio el proyecto pero, viendo los resultados, se han tenido que guardar. Aunque cabe preguntarse, ¿por qué tanta alergia y prejuicio inicial?

Lo cierto es que a los cuentos no le sentó demasiado bien su traslado a los medios de masas de la mano de Disney. Lo que se ganó en difusión de estos mitos se perdió en complejidad al eliminarse una figura tan importante como la del narrador físico. Los cuentos provienen de la tradición oral y, aunque autores como los hermanos Grimm o Perrault compilasen en tomos las versiones más populares, siempre mantuvieron ese halo de oralidad que los hacía perfectos para ser leídos en voz alta ante una pequeña audiencia activa frente a la hoguera o en la cama. En esa lectura en voz alta se producía un diálogo en que el narrador, normalmente adulto, explicaba los porqués, completando el sentido didáctico del cuento. Siempre hacían falta al menos dos personas, el lector y el oyente, para contarlo. Al pasar al cine, esa interpretación del narrador adulto se esfumó, no había diálogo, de modo que todo el peso intepretativo recaía en el niño, que podía ver la película en solitario, así que necesariamente para que la moraleja quedara lo más clara posible, la historia  y personajes se tenían que hacer más sencillos en su fondo. Los adultos fueron perdiendo responsabilidad en la transmisión de estos cuentos, de ahí que el género pasó a considerarse erróneamente "de niños" en otra simplificación de lo que, en realidad, son historias para todos los públicos.

Teniendo en cuenta este contexto, resulta curiosa la pobre consideración que tienen las historias para todos los públicos, como si esto fuera un síntoma de poca profundidad narrativa. Quizá sean éstos los productos más difíciles de crear por esa aspiración universal que tienen y que implica la construcción de una 'ficción multicapa'. No basta como en Terra Nova (una ficción familiar fallida en este sentido) con que cada personaje apunte a un target específico de la audiencia, sino que la trama debe tener distintos niveles de profundidad que conecten con un amplio espectro de público, desde los más pequeños de la casa hasta sus padres. Y esto, precisamente, es lo que consigue Once Upon a Time, además de resucitar para el medio audiovisual los cuentos de hadas sin traicionar su espíritu original de narración familiar o grupal, olvidándose de cualquier revisión radical de los mitos o de remezclas exhaustivas de la cultura de masas a lo Shreck.

De acuerdo con sus creadores en una entrevista con la crítica Mo Ryan, Once Upon a Time no pretende revisar nada sino intentar conocer aquello que no sabíamos de las fábulas clásicas: "Me gustaría saber por qué la Reina odia tanto a Blancanieves, por qué es mala, por qué Gruñón es gruñón, por qué Gepetto es tan solitario que tiene que construir un niño de madera.  No estamos interesados en recontar los cuentos de hadas. Estamos interesados en las partes que tienen agujeros que necesitan ser rellenados,  o en cosas acerca de las que quizás nunca se había pensado", subraya Kitsis. Sólo hace falta ver el capítulo dos o tres de la serie para caer en la cuenta de que por aquí van los tiros, pero no sólo eso, sino que a la vez todo esta conjurado en una estructura tan serializada que todavía hace más sorprendente que la ficción esté dando alegrías a los audímetros de los domingos en Estados Unidos (medía de 11,5 millones de espectadores y por encima de 3 en la demo comercial).

La historia de Once Upon a Time comienza cuando Henry (Jared Gilmore), un niño solitario y 'normal' que que, por fin, actúa de acuerdo a su edad sin resultar un adulto en miniatura o un niño pesado, se propone devolver la memoria a unos personajes de cuento anmésicos y atrapados en el ficticio pueblo de Storybrooke (Maine)  por obra y gracia de la Reina Malvada (Lana Parrilla, Swingtown), que prefirió condenarse a ella misma y a todos antes de que Blancanieves (Ginnifer Goodwin, Big Love) fuera feliz completamente con el Príncipe Encantador (Josh Dallas). Sin embargo, para poder conseguirlo Henry debe convencer a su recién encontrada madre biológica, Emma Swan (Jennifer Morrison, House), una dura fiadora judicial, de que ella es la hija de Blancanieves y Encantador y, por tanto, la solución del problema. Todo ello, a menos que el rico señor Gold (Robert Carlysle), alter ego del siniestro Rumpelstilstskin, sepa más de lo que aparenta.

Con esta premisa de una realidad donde nadie recuerda quién es, Kitsis y Horowitz logran revitalizar el género, en lo que se convierte en una auténtica búsqueda de los orígenes que es literal en el caso de Henry y Emma, ambos niños que no crecieron con sus padres biológicos, y también metafórica, con todos esos personajes de cuento que viven inconscientemente siendo sombras de lo que fueron en la realidad de fantasía a la que pertenecen (Mary Margaret Blanchard es mucho más apocada que cuando era la intrépida y no tan santa fugitiva Blancanives). Éste es el drama  en el que se ven inmersos los personajes y que conforma la capa adulta y no tan amable de la serie, que se hace presente desde los primeros segundos del capítulo piloto. Vivir en esta realidad, parecido a lo que ocurre en la teoría platónica de la reminiscencia, es el castigo, y la única manera de volver al mundo de las ideas, al que de verdad se pertenece, es ir recordando lo que una vez se fue a partir de las pistas que encontramos aquí abajo, en el mundo sensible. Y en el mundo de Once Upon a Time, esas pistas están en los cuentos de hadas, de los que sólo Henry es capaz de captar su significado oculto por su condición de niño, en consonancia con el loco de las tragedias griegas al que nadie hace caso. He tenido algunas conversaciones por Twitter estos días sobre el tema, y con Crítico en Serie llegué a la conclusión de que no importa demasiado el final feliz total tanto como que los personajes tengan pequeños triunfos que les den esperanza y optimismo de que las cosas irán a mejor, que al final del día es lo que mueve incluso al mundo en el que vivimos nosotros.

Once Upon a Time, a pesar de sus efectos especiales un tanto 'cromáticos', es un producto de los tiempos actuales, como prueban sus elecciones estéticas (por ejemplo, los guiños intertextuales a Lost y a todo el mundo de Disney, que para algo la ABC es parte del conglomerado del tito Walt), pero también lo es en cuanto a sus características narrativas (la ya citada realidad sin memoria) y el mensaje de fondo que a través de ellas pretende transmitir en una sociedad que atraviesa una crisis económica escalante, y que conecta con la función original que tienen todas las narraciones en su conjunto. En el episodio piloto, Kitsis y Horowitz se encargan de hacerla patente en boca de la propia Mary Margaret/Blancanieves en una autorreferencia meta para nada disimulada:  "¿Para qué crees que son las historias? Estas historias, clásicos, hay una razón para que todos las conozcamos. Son una forma de lidiar con nuestro mundo, un mundo que no siempe tiene sentido".

3 comentarios:

irenia dijo...

Me ha encantado la entrada. Muy interesante lo de la evolución del cuento y su simplificación.
En cuanto a la serie me está gustando mucho y es por lo que dices sobre "intentar conocer aquello que no sabíamos". Si hubieran contado la historia tal cual la película de Disney no creo que duraran mucho, así mucho mejor. La única duda que tengo de la serie es sobre su continuidad, ¿cuánto puede durar esta serie? no veo más de una temporada, a no ser que la estiren. Espero que no sea sí, y si dura más que no sea con la técnica "chicle" :P
Pues eso, enhorabuena por la entrada :)

OsKar108 dijo...

¡Plas, plas, plas!
Me ha gustado mucho el post, y ese alegato en favor de las historias "para toda la familia" que no tiene por qué significar simpleza, ñoñería o simplemente dejadez narrativa; por eso me ha gustado tnto la explicación a cerca de la antigua función de los cuentos y su evolución.
La serie me está gustando, y eso que tenía mis dudas a cerca de como sería. No está pecando de sensiblera, aunque los habrá que así lo piensen, y sin llegar a parecerme ninguna maravilla, me está entreteniendo muy gratamente.
Es muy significativa la frase que has señalado "¿Para qué crees que son las historias? Estas historias, clásicos, hay una razón para que todos las conozcamos. Son una forma de lidiar con nuestro mundo, un mundo que no siempe tiene sentido".

P.D. No se si ha ido habiendo más, si es así me he despistado, pero me gustaron algunas de las referencias a LOST vistas en el piloto.

¡Saludos!

Jaina dijo...

Irenia: Yo veo dos temporadas como mucho, a no ser que empiecen a meter todos los mitos habidos y por haber, lo cual ya me parecería salirse un poco del tiesto. El enfoque que le han querido dar también me parece el más acertado, sobre todo, porque todos tenemos curiosidad de saber siempre lo que ocurre entre bambalinas, justo lo que no nos muestran.

OsKar108: Cuando leo comentario s tan encendidos denostando este tipo de historias me pongo a sospechar si la crítica tiene más que ver con la factura del producto en sí o la visión sesgada del mundo de cada uno. También me llama la atención lo fácil que es confundir emociones con sensiblería. OUAT habla de una serie de asuntos emocionales como la pérdida o la búsqueda de los orígenes que no se pueden tratar de otra forma si quieres mantener el concepto. De hecho, la serie los trata de una forma muy correcta, sin regordearse o caer en lo cursi, gracias a ese contraste entre las dos realidades. Como serie para toda la familia funciona de maravilla en ese sentido.

¡Muchas gracias por los comentarios!