lunes, 31 de octubre de 2011

The Fades, fantasmas con sustancia

Por si no quedaba claro que la BBC3 es un oasis dentro de la corporación para lo raro y arriesgado (muy en la línea de lo que hace E4, la filial de pago de Channel 4), el canal de Being Human ha vuelto a dar un giro de 360% a las convenciones del género fantástico. En The Fades, las criaturas elegidas han sido los fantasmas y los zombies y, al igual que ocurre con la serie de Toby Whithouse, ha sido un sólo guionista el encargado de repensar y construir toda una mitología en unos escasos seis episodios: Jack Thorne, un tipo que tardó nada menos cinco años en sacar adelante su idea, mientras se fogueaba con algunos de los mejores capítulos de Skins, otros de Shameless, creaba Cast Offs y coescribía This is England '86.

El punto de partida de The Fades es la típica historia de El Elegido que tantas veces hemos visto y escuchado, sólo que esta vez nuestro héroe es patético de verdad. Intentad buscarle un rasgo 'cool' sin contar con su frikismo que no lo tiene. Paul Roberts (Iain de Caestecker, Lip Service) tiene 17 años, se mea en la cama y su único amigo es Mac (Daniel Kaluuya, Pychoville, Skins), un freak de bandera obsesionado con E.T. y recitador profesional de citas cinematográficas. Muchos de los pesares de Paul vienen por ser el hermano mellizo de una de las chicas más populares e insoportables del instituto, Anna (Lily Loveless, Skins) pero, en realidad, el origen de las sábanas húmedas está en las pesadillas apocalípticas que lo asaltan todas las noches y en su  capacidad innata para ver a los 'desvanecidos' ('fades'), los espírius de aquellos que nos han abandonado pero no han conseguido completar su ascensión al más allá.

Paul cree que todo esto es un gaje más de lo que conlleva ser un pardillo hasta que en una de sus escapadas con Mac presencia la pelea entre el 'fade' John  (Joe Dempsie, Skins... parece que The CW no es el único canal que recicla actores) y Neil (Johnny Harris, TIE '86) y Sarah (Natalie Dormer, The Tudors), que resulta herida de muerte. Es entonces cuando Neil, un tipo turbio donde los haya, le informa de su verdadera condición: es un 'angelic' como él, un combatiente de esos 'desvanecidos' que están intentando romper el muro invisible que les impide relacionarse con nuestro mundo y que, por tanto, los condena a comportarse como meros espectadores impotentes de los acontecimientos que suceden a su alrededor. Los 'desvanecidos' liderados por John están luchando por hacerse visibles, materiales y tocar (vivir) otra vez sin sufrir daño alguno, mientras que Paul es reconocido como  la llave maestra que puede acabar con este problema contranatura de una vez por todas. El 'angelic' total.

Estoy harta de que me confundan con la de The Walking Dead

La serie se toma su tiempo para introducirnos en las reglas del juego y en las complejidades de los protagonistas, lo que puede resultar, o bien, demasiada información para un recorrido de seis horas, o bien, un bajada de revoluciones al ritmo de la trama. Ni todos los 'angelics' tienen los mismos poderes, ni los 'fades' resultan ser los monstruos que sus enemigos quieren hacer ver. La idea de que el alma puede llegar a pudrirse mientras está atrapada aquí abajo, dotando a los 'desvanecidos' de un aspecto zombísitico conforme pasa el tiempo, es sólo uno de los detalles que hace diferente The Fades a otras historias de fantasmas del ramo. Esto último y la noción de que no hay más infierno que un mundo en el que no puedes participar crean una cierta simpatía y compasión por los supuestos malos que, en contrapartida, no existe con el personaje de Neil. Lejos de resultar un mentor para Paul, toma el papel del fanático que vive por y para la causa y al que no le importan los efectos colaterales.

El combinar la condición de guerrero 'angelic' con la vida privada es otro de los puntos que toca la producción, quizá con más fortuna en el caso de Paul que en el de Sarah. La búsqueda que emprende el 'fade' de ésta para buscar una forma de decir adiós a su ex marido Mark (Tom Ellis, Miranda), al que todavía quiere, no termina de cuajar con el resto de líneas argumentales, en parte por ciertas incongruencias en el personaje de Mark. Menos chocante es la relación que se establece entre Paul y Jay, la mejor amiga de Anna, pero la interpretación de Sophie Wu no está a la altura en muchas de sus escenas, lo que hace que el tema se resienta también. Los hogares desestructurados de Mac y Paul y Anna, van adquiriendo importancia conforme pasan los episodios, aunque tanto el padre polícia de Mac como la madre de los mellizos quedan relegados a un forzoso segundo plano al final.

Salvo el caso de Wu y un Tom Ellis bastante pétreo, estamos ante otra prueba de la mina inagotable de actores que son las islas británicas. Lo digo sobre todo por Daniel Kaluuya, que sse dedica a robar escenas interpretando a Mac, uno de esos personajes achuchables que tiene las mejores frases de la serie,  ya sea como fiel escudero de Paul,  o como pretendiente improbable de Anna. Por no hablar de los divertidísimos resúmenes que elabora al inicio de cada episodio, razón suficiente para no saltarlos antes de encontrarse con un 'opening' que en sí mismo encierra parte del concepto de la serie.

The Fades saca petróleo de unos medios aparentemente limitados, lo que no impide una impecable puesta en escena, con una fotografía acorde con la atmósfera de terror en la que se mueven los personajes, y con unos efectos especiales nada sonrojantes, capaces de provocar más de una sensación de asco en la mejor tradición de las historias sobre muertos vivientes.

Tal y como acaba la temporada, la serie pide a gritos la renovación. Las audiencias se han movido alrededor del medio millón de espectadores, lo normal tratándose de la BBC3, así que será cuestión de esperar al día menos pensando a que lo anuncien. De lo contrario, The Fades será otras de esas producciones 'desvanecidas' cuando justo las cosas estaban a punto de pasar al siguiente nivel.

martes, 25 de octubre de 2011

Cuando la 'terra' está demasiado revuelta

Aprovechando que esta semana Terra Nova se ha ido, como casi todas las series de la FOX, al banquillo  a causa de los partidos de béisbol que está retransmitiendo la cadena del viejo zorro Murdoch, vamos a hacer un pequeño balance de lo visto en estos primeros cinco episodios. 

Que mis expectativas con la serie se encontraran a niveles que rozaban el centro de la Tierra después de tanto retraso para retocar los efectos especiales y la propia narrativa, fue lo que me hizo acoger el doble piloto con más sorpresa catatónica que otra cosa. Eso, y el pésimo recuerdo de otro de los proyectos televisivos apadrinados por don Esteban Spielberg este año: Falling Skies (la referencia es superior a mí, lo siento). El viaje en el tiempo de una familia desde el apocalíptico 2149 a la época de los dinosaurios en busca de una versión de nuestro planeta más respirable, con Sol y Luna visibles, albergaba la promesa de una epopeya de ciencia-ficción con todas las letras. Epopeya en el sentido más 'cecilbedemílico' o 'camerónico', es decir, un despliegue de dólares en cada plano de la serie. Nada menos que 20 milloncejos costó el episodio de apertura, y viendo la textura de los depredadores digitales que exhibe Terra Nova, mucho me temo que los fajos no consiguieron cruzar el portal a lo Stargate por el que los peregrinos acceden a una nueva que labrar. Los dineros, no obstante, no fueron lo único que se quedo atrás en el proceso de producción.

La propia familia protagonista, los Shannon, parecieron tomar una terapia familiar exprés para solucionar el golpe que supuso que el patriarca Jim, un policía que rompió las reglas de natalidad teniendo otro hijo en secreto con su mujer Elisabeth, acabara con sus huesos en la cárcel durante dos años justo antes de escapar y unirse a la prole en el viaje temporal. Que Jim tardase minutos en reconectar con Elisabeth como pareja y con sus hijos, especialmente el insorportable Josh, en un montaje que gritaba 'corte, corte, corte' por los cuatro costados hacía evidente que desde arriba habían instado a Brannon Braga y compañía a cambiar detalles que oscurecían la trama hacía otros derroteros más terrenales y problemáticas parentales en las que el Spielberg cineasta es un maestro.

Terra Nova se parece mucho a la británica Outcasts en su premisa de autoexilio en busca de un mundo mejor por culpa del maltrato del hombre hacia su propio planeta, pero al incluir quedaba claro que no iba a tener las mismas altas pretensiones del fallido producto de la BBC. Lo cual no quita para que tuviera un potencial de convertirse en un buen drama familiar con todo lo que un drama familiar conlleva, mezclado con una atmósfera de ciencia-ficción. En lugar, de eso, se nos presentó algo totalmente diferente y descafeinado, y muy de postal. Confiaba en que después del piloto esto fuera a cambiar poco a poco, pero los siguientes episodios no han hecho mucho más. limitándose a crear amenazas externas en los que ambos padres, él como agente del orden, y ella como médico brillante ponían a prueba sus habilidades. Los niños son una parte más de la de decoración como las palmeras y se han dado pistas sobre un posible pasado turbio del jefe del poblado, el comandante Taylor, interpretado por el villano de Avatar, Stephen Lang. Poca cosa más

Los supuestos malos, los renegados 'sixers', son un cúmulo de tópicos, claramente representados por el hecho de que no se lavan y se pintan el cuerpo y la cara. Mientras tanto,  la mayor amenaza, los dinosaurios, salen 0,3 segundos por episodio y tampoco se ha hecho demasiado por avanzar en la mitología de la serie, en el misterio de esa especie de petroglifos que parecen estar conectados con el comandante.

Con este panorama, los actores, entre los que destacan Shelley Conn (Mistresses) y Allison Miller (Kings) tienen escaso margen para lucirse, prisioneros de unos personajes a su vez constreñidos por una narrativa que no los deja desarrollarse como es debido. Muchos se quejaron de la importancia que se le estaba dando a la familia en la serie como algo negativo y susceptible de convertirse en un medio para lanzar moralina por un tubo, circunstancia que no es tan terrible aquí como en Falling Skies. Pero, en realidad, el problema está en algo tan simple como que esa familia y sus miembros no logran interesar por sí mismos quedándose, como los dinosaurios, en una ilusión de tridimensionalidad. Y, ojo que no me refiero a personajes sacados del tiesto, sino de una familia corriente con sus barreras en el día a día, y más, tratándose de un hogar reunificado en un mundo hostil.

Con unas audiencias estables en la noche de los lunes, pero lejos del bombazo que debería ser, terminaré de ver los trece episodios de esta primera temporada. Si al final es renovada, me lo pensaré a la hora de seguir con esta ficción, a menos que en los capítulos que quedan  los productores decidan volver a meter la mano en el barro para cambiar algunas cosas. Otra vez.

martes, 18 de octubre de 2011

Amanda se llamaba la bicha

La venganza no entraba en mis planes para esta temporada. Con la cantidad ingente de nuevos títulos que ver, había que hacer criba a discreción y, entre las que se fueron al hoyo de forma prematura estaba Revenge (ABC). Sin  embargo, los buenos comentarios y el entusiasmo con el que la recibieron algunos, me hicieron repensármelo y darle una oportunidad a esta historia de ricachos situada en la no menos rica zona de los Hamptons en la coste este de Estados Unidos. Y menos mal que no dejé que pasaran demasiados capítulos para empezar a verla porque, de lo contrario, estoy segura de que la serie se hubiera cobrado una 'vendetta' mucho peor conmigo enganchándome hasta límites insospechados y arruinándome el orden de episodios de otras ficciones que llevo en estos momentos.

Oh sí, porque Revenge, como todo buen culebrón, es una droga dura para quien lo prueba. Ya no digo si una tiene inclinación por este tipo de relatos enrevesados donde se pone a prueba el límite de las emociones y se espera cual águila el siguiente giro rocambolesco de la trama. El drama revelación de la noche de los miércoles bebe directamente del agua sucia de las mejores sagas familiares y sus personajes repletos de motivos oscuros que llenaron de entretenimiento horas y horas de televisión hace 30 años. TNT resucitará Dallas el próximo verano, pero Revenge  aspira en serio a ocupar el trono de culebrón en el prime time del nuevo milenio. Este año también pulula Ringer en esta lucha de perras, pero la caniche de The CW ha entendido que es mejor dedicarse a la comedia, en lugar de codearse con rottweilers mordedoras. Y no lo hace mal en su nuevo cometido.

Hay mucha mala baba en Revenge, pero se las ingenia para presentárnosla con estilo y escondiendo en la medida de lo posible esa tendencia a la inverosimilitud de los culebrones. Ya que se trata de hablar de venganza, Mike Kelley (creador de Swingtown) aprende del Conde de Montecristo de Dumas y nos trae una historia de hundimientos de reputación, cárcel, regresos amargos, y mucho dinero en el bolsillo que gastar para devolvérsela bien a los que te la jugaron en el pasado. En corto, al padre de Amanda Clarke (Emily Van Camp, Everwood, Brothers and Sisters), David, le traicionaron unas cuantas personas en las que se encontraba su amante, nada menos que la Reina Victoria Grayson de los Hamptons (Madeleine Stowe, El último mohicano). Aparentemete inocente, a David lo enviaron entrerrejas y, usando contactos, lo separaron para siempre de su hija, que fue a parar a los servicios sociales y luego al reformatorio. Más o menos como el conde, Amanda sale de chirona con las manos llenas, en este caso, gracias a un antiguo protegido de su padre, un empresario llamado Nolan (Gabriel Mann) que le regala el 50% de su imperio tecnológico y un memorando de parte de su padre recientemente fallecido en donde le explica la verdad. Llamándose Amanda y siendo rubia, ¿pensaba el pobre hombre que su hija iba a perdonar?

Años de convivir con lo peorcito de cada casa han dotado a Amanda para convertirse en un auténtica máquina de la venganza. Calculadora y helada, se crea una identidad mucho más amable y le pone un nombre adecuado: Emily Thorne, la chica perfecta, estudiada en los mejores centros, joven empresaria de éxito. Durante la serie es una delicia maligna ver cómo la mujer lo tiene todo controlado hasta el mínimo detalle y, aquí otro de los puntos fuertes de la serie, abusa de la tecnología para hacer caer a los enemigos de su padre. No sabemos cuántas horas ha pasado craneando el plan, ni cuántos rotuladores gasta al día tachando cabezas, pero el 'uno por uno' se ejecuta a golpe de clic.



En este sentido, la serie lleva en los cuatros capítulos emitidos hasta la fecha una estructura que combina el serial con el procedimental al centrarse, por un lado, en las relaciones de Emily con los Grayson, y por otro, en el desgraciado al que le tocará sufrir cada semana la ira de Emily ayudada por su fiel Nolan, un personaje del que todavía no quedan claras sus intenciones bajo ese aura de salvador de los oprimidos y humillados. Tampoco sabemos en qué instante a Emily se le irá de las manos la situación, aunque desde el mismo piloto se nos indica que algo se sale de las previsiones de la joven, al abrirse la historia con el asesinato de nada menos, el hijo de Victoria, Daniel, en la misma fiesta de su compromiso con Emily, quien se había encargado de camelárselo, por supuesto. El relato a partir de ese punto viaja varios meses en el pasado para situarnos en la intriga que llevó a esos hechos, con lo que combinado con un ritmo infernal y unas interpretaciones en su punto justo, dan lugar a una serie que ya se ha ganado la temporada completa.

La inexpresividad de Van Camp le va que ni pintada al personaje de Emily, que, si no ha quedado claro con todo lo que hace, es un personaje bastante perturbado. Vive por y para su misión, así que cualquier gesto forzado que pueda aportarle la actriz, como una sonrisa, queda tan falso y espeluznante como las propias emociones del personaje. Nunca me ha gustado hablar de empatías, pero aquí nos encontramos sobre arenas movedizas. Aunque una se lo pasa en grande viendo como el plan de Emily funciona como un suizo, también es posible que la ambigüedad moral del personaje no le garantice un apoyo total. Es decir, ¿ella es la buena de la historia y Victoria la zorra que se merece toda la destrucción? Stowe, que se ha pasado todos estos años sin trabajar en la consulta del mejor cirujano, contribuye con toda su afectación habitual a que se dude de ella en el buen sentido. Al fin y al cabo, el guión deja claro que se trata de un duelo entre una bestia sin escúpulos consagrada contra una novata con tanta hambre que en su deshumanización puede superar a su mentora. El T-1000 contra Hulk: Emily parece un robot vacía por dentro, mientras que Victoria anda desbordada, aunque no precisamente de bondad.

Este intercambio de las emociones que van asociadas a la protagonista y antogonista de todo culebrón, es uno de los aciertos de Revenge, y lo que suaviza cualquier peligro de maniqueísmo en algunas acciones. Sabemos que Victoria es mala persona, pero ¿tan mala persona como para no desear que se haga con la cabellera de Emily si es necesario? Los guionistas se encargan muy pronto de pintarle algo de gris a la malvada, ofreciendo una aventura pérfida y entretenida que le hace un lifting a uno de los grandes géneros de ficción televisiva.

domingo, 2 de octubre de 2011

La segunda estación de Cathy Jamison

ATENCIÓN: spoilers de la segunda temporada de The Big C.

Dicen que la meteorología, a veces,  tiene mucho que ver con el estado de ánimo de quienes estamos bajo el cielo, y puede que sea también el caso de la segunda temporada de The Big C. En su momento ya me pareció bastante curioso que sus creadores comentaran que iban  a hacer coincidir cada nueva entrega de capítulos de la serie con una estación del año, pero ahora se constata que la jugada no ha podido mezclarse mejor con el tono que ha dominado esta etapa.

Frente a un primer volumen veraniego, donde el buen rollismo conseguía derretir una situación tan adversa como el cáncer de Cathy, este año  las temperaturas en el barrio residencial de los Jamison han caído a bajo cero. Ya la muerte de Marlene había avisado que "winter is coming", pero aún así el otoño no pareció tratar tan mal a los personajes de Sean y Rebecca, futuros padres, a Adam que se echó novia y hasta la propia Cathy, a la que el melanoma estaba dando una tregua y la oportunidad de conocer a un amigo como Lee, que resultaba ser una compañía menos espeluznante que la del fantasma de Marlene.  Sin embargo, hacia la mitad de temporada Minnesota decidió seguir siendo Minnesota y demostrar por qué sus inviernos son tan conocidos. El tono de lo que veíamos se acercaba más hacia la tragediay todo pareció ir cuesta abajo y sin frenos:  a Adam lo dejó su novia por un asunto de ladillas y se hizo amigo con una madura con problemas intepretada por Parker Posey; a Paul, el patriarca, lo despedían de su trabajo poniendo el mantenimiento del seguro médico en jaque; y Rebecca tuvo un aborto y, por tanto, Sean dejó de tomar la medicación. Por si no fuera suficiente, Lee no parecía mejorar y Paul, además de robar de su propio trabajo para llevar dinero extra a casa, se enganchó a la coca. Como he dicho, ¿estamos hablando de un producto que concursa en los Emmys de comedia?

Y aún así se trata de una temporada donde tantos sinsabores no afectan en absoluto al resultado, mucho más convicente que en la primera temporada, en el que todo parecía recaer demasiado en la figura de la protagonista interpretada por una Laura Linney que aquí se luce de lo lindo con el drama. Los personajes van más allá de la mera caricatura, en especial Paul y Sean, mucho más cercanos quizá por todo lo que les cae encima.  Incluso novedades como la de Lee (Hugh Dany) hicieron olvidar las interacciones de Cathy con Marlene, aunque parece que Miss Jamison debe ser gafe para sus cercanos o algo. No bastó con la muerte de la vecina que este año también cayó la del recién llegado compañero de cata de vinos y fan de los maratones. Estaba claro que el final de Lee iba a ser ése, pero no se veía venir un último adiós tan emotivo y honesto en el que Cathy estuvo con él hasta el último aliento. Con esa despedida, el apartado de bajas estaba más que cubierto por este año. Sólo hacía falta que una Cathy nuevamente reconciliada con su hermano Sean corriera la maratón que le había prometido a Lee como última voluntad para echar el cierre a una temporada redonda. Cuánta equivocación.

Las señales de la deblace se habían ido mostrando a lo largo de los capítulos anteriores, pero quizá fue la poco misericordia en eliminar otro personaje lo que más chocó en la muerte de Paul, vícitima de un infarto inducido por esa última raya combinada con la desesperación con la aseguradora. La crítica al sistema de salud estadounidense está ahí presente cuando Paul consigue llegar a tiempo para ver a su mujer derrumbarse sobre la meta... en compañía de los fantasmas de los otros dos fallecidos. Y Cathy pensaba que habían venido todos (menos Andrea) a verla...

¿Conseguirá la primavera levantarnos a todos la moral?