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domingo, 11 de abril de 2010

Estancados en V world

Ahora sí. Ya puedo decir que me estoy acordando de la señora que trajo al mundo a Ron D. Moore por dejarme colgada de un árbol hasta septiembre. No creo que esto se acerque en sensaciones a lo que experimentaron el inmundo parón de la cuarta temporada de Battlestar Galactica pero, para ser mi primera vez en esto de esperar el próximo bus, está siendo bastante difícil de llevar. Si me hubieran dicho que esto me iba a pasar con Caprica en enero, cuando esta precuela salió a la luz, me hubiera reído en su cara.

La serie empezó bien, dejando las cosas claras, aunque como todo cylon recién salido de fábrica era lícito guardar cierto recelo y rezar para que no haya que mandarlo a garantía si se rompe a las primeras de cambio. Superado el poco' feeling' que produce el matrimonio Graystone y el cansancio de ver tanto Joseph Adama atormentado, son las pillerías de los avatares de Tamara y Zoe quienes se encargan de demostrar que más vale no abandonar este velero, porque si las audiencias y la crítica siguen soplando, es capaz de llegar a muchos puertos.

Poco importan las intrigas palaciegas entre el capricano Daniel Graystone y su rival en la industria tecnológica, el tauron Turgis, los colocones de Amanda, o la poca sangre que parece correr por las venas de Adama en algunos lances. Casi por sorpresa, los personajes juveniles llevan el peso de la historia principal y son los que hacen que la producción avance. Además, aquí se repite otro de los patrones que ha hecho celebre a la franquicia: la fuerza de los personajes femeninos.

Zoe aka el cylon U87 nos introduce de lleno en lo que ha sido siempre un tema clave en la mitología en esta saga y de toda la sci-fi, la lucha por la propia identidad, y nos muestra esta pelea de forma evidente y gráfica, ya sea conversando con su mejor amiga, Lacy Rand, o emprendiendo ella misma su huída al paraíso de Gemenon, la tierra prometida a la que se dirigía la auténtica Zoe cuando se encontró con la muerte.

Esta colonia, caracterizada por el fervor religioso de sus habitantes, representa el sueño de Zoe por liberarse de las ataduras del laboratorio de Daniel, al que ha perdido cualquier atisbo de respeto tras el pulso psicológico al que ha sometido al cylon para comprobar si, en verdad, el avatar de su hija vive dentro de él. Es curioso como, pasados algunos capítulos, Zoe deja de referirse a él como su padre, estableciendo una barrera emocional parecida a la de la auténtica Zoe. Sin embargo, ahora las motivaciones de avatar y creadora parecen haber cambiado, ya que el avatar parece impulsado por algo más que la herejía colonial en la que creía la difunta. Significativo es que desconfie de sus antiguos compañeros de los Soldados del Único (STO), que también pretenden hacerse con el avatar.

De esta manera, el cylon se mantiene al margen de las divisiones en el seno de la secta, encomendándose a la buena voluntad de Lacy, que poco a poco, se ve más y más involucrada en asuntos turbios de los que no quería saber nada en un principio. No se avecinan buenos tiempos para este personaje, que, hoy por hoy, muestra el mayor potencial de evolución y además servirá de testigo ocular para asistir a lo que ocurre con los STO. El duelo Polly Walker vs James Marsters promete ofrecer más asaltos.

¿Y qué hay de Tamara? Menos mal que los responsable de la serie cambiaron de idea y decidieron explorar el viaje del poderoso avatar de la joven por las versiones pirateadas de la holoband, regalando unos capítulos espectaculares en los visual, con una estética Sin City que añade más imagenería al enorme collage de referencias que es Caprica. Sobra decir que gracias a este arco volví a creer en Joseph Adama, del que ya pensaba que era el hermano adoptado de Sam. Ojalá que no sean las únicas veces que visitemos New Cap City y sus barrios de corrupción, aunque sabiendo cómo funcionan las cosas en casa Moore, lo más seguro es que ahora toque apretarse el cinturón y dar paso a capítulos más modestos y de interiores.

martes, 2 de febrero de 2010

Caprica: Lo que termina, empieza

Me va a ser muy difícil escribir esta entrada sin quitarme el peso de cuatro apasionantes temporadas, así que no me sigo dando mal y me lanzo de lleno a dar la bienvenida a Caprica, diciéndole en plan señora vecina del mismo bloque: 'Ah, ¿tú eres la de Battlestar Galactica, no?' Sí, la nueva serie del canal SyFy es 'hija de', pero gracias a los dioses del Kobol, puedo decir, taza de té en mano y observando sus dos primeros episodios, que no tiene intención de echar a perder la herencia. Más le vale, porque la línea de sangre, humana y cylon, juega un papel central en esta historia.

Con Caprica descendemos hasta las raíces del árbol, a 58 años antes de la caída de las Doce Colonias, cuando una tostadora era sólo eso, la pequeña responsable de un rico desayuno, y cuando el futuro Comandante de la Estrella de Combate aún tenía voz de pito e iba de la mano de su padre. Cómo cambió el significado de la palabra para denominar a robotejos y, sobre todo, por qué éstos 'sienten' las cosas que sienten es de lo que van a hablarnos esta vez Ron Moore, David Eick y Jane Espenson. Atacan al origen del problema y lo sazonan con un drama de personajes, de pérdidas compartidas cuyo arranque recuerda un poco a la historia de Casper en el cine: Daniel Graystone (Eric Stoltz), genio multimillonario, desesperado por recuperar a su hija muerta. Pero la niña resulta ser más coquito de lo que nunca fue el fantasma; básicamente, Zoe Graystone (Alessandra Torresani) es la Eva que provoca el principio del fin en el paraíso colonial.

Dejar años de psicología cylon en manos de la mente prodigiosa (e influenciable) de una niñata de dieciséis años como Zoe es algo que no veía venir y, sinceramente, me parece un punto de partida interesante y arriesgado, y da buena cuenta de que la serie no pretende convertirse en un mero consuelo para los fans galácticos. Eso se nota incluso en la puesta en escena, pues en Caprica lo que prima es la luz y los espacios abiertos por encima de todo. Aunque sea para esconder las contradicciones de una sociedad que nos presentan como víctima de su propio acomodamiento.

La reflexión acerca de la moral y los límites del ser humano van a jugar un papel central en este drama, donde se pondrán a prueba los escrúpulos de Daniel y hasta qué escalón del infierno está dispuesto a bajar Joseph Adama (Esai Morales) con tal de paliar el dolor de la muerte de su mujer e hija, que viajaban en el mismo tren que la joven Graystone cuando explotó. También Amanda (Paula Malcomson) deberá hacer frente al terrible camino de conocer a su retoño, envuelta en un secta monoteísta, los Soldados del Único, antes de su muerte.

El fundamentalismo religioso nos remite a otro de los temas tratados de BSG, sólo que esta vez no se muestra sugerido, y alcanza la acción terrorista. En este sentido, me inquieta la evolución de la amiga de Zoe, Lacey (Magda Apanowicz), que en sus esfuerzos por superar la culpa de seguir viva, es presa fácil de las palabras de la hermana Clarice (Polly Walker), mentora espiritual de la difunta. Esta mujer me da miedo aunque, bien pensado, nada bueno puede salir de quien fuera Attia en Rome.

Intereses corporativistas, crimen organizado (el tío Sam Adama promete convertirse en todo un personaje si lo aprovechan), y más pinceladas de etnografía colonial se encuentran en la periferia de esta producción, a la que hay que dar tiempo para que engrase todas sus piezas y comience a responder preguntas. Esperemos que los números también le concedan margen suficiente.