domingo, 31 de julio de 2011

Downton Abbey, el señor no se entera de nada

Cuando se habla de series de época, unas siglas vienen inmediatamente de la cabeza: BBC. No es nada raro pensar que la corporación tiene el monopolio de las historias de damas, caballeros y sirvientes. Como los churros con el chocolate, o como el café con el cigarro, son dos conceptos que van juntos. Por eso, sorprende que otra que no sea the Beeb se meta a bordar cubiertas de mesa con idénticos resultados, pero si se trata de la ITV no debería causar tanto extrañamiento, ya que la operadora privada tiene a sus espaldas un rosario de clásicos respaldados por grandes nombres como Brideshead Revisited (1981) y Upstairs, Downstairs (1971). Dicen que mucho de esta última bebe Downton Abbey, el exitazo global que la cadena tuvo el otoño pasado (una media de 10 millones de espactadores sólos en las islas y unos nada despreciables seis millones en la PBS estadounidense) que ha sido responsable de un rechute de 'period dramas' en las agendas de los aficionados a las series, por un lado, y de la locura compradora y productora de Antena 3 alimentada por las buenas audiencia de la serie en España, por otro.

Creada por Julian Fellowes o , mejor dicho,por el barón Fellowes de West Stafford, esta coproducción de la ITV y de NBC Universal (lo cual no la hace más norteamericana, como bien comenta Crítico en Serie), la producción británica para televisión más cara de la historia, destila oficio, lujo elegancia por todos lo poros. No en vano, este hombre, además de por su abolengo, sabe de qué va el tema como así lo atestigua su currículum como escritor (y también como actor) en algunas muestras del género tanto en cine y televisión. De su pluma han salido Gosford Park (2001), otro de los grandes referentes de Downton Abbey; Vanity Fair (2004); y una miniserie sobre el hundimiento del Titanic, que se estrenará el año que viene coincidiendo con el centenario de la tragedia. Pero Fellowes también ha sido capaz de parir The Tourist, aquella cosa con Johnny Depp y Angelina Jolie que fue la mofa de Ricky Gervais en los últimos Globos de Oro.

El destino del fomoso "buque insurmergible" en abril de 2012 pone la historia de Dowton Abbey en marcha, al morir en el viaje un primo pretendiente de Lady Mary, la mayor de las tres hijas de Robert Crawley, conde de Grantham y señor de la casona y los terrenos que que conforman la propiedad. A lo largo de los siete capítulos de esta primera temporada (dos años en la ficción) se nos da un cursillo acelarado sobre el estado de la aristocracia inglesa en los primeros años del S. XX, con sus matrimonios de conveniencia con ricos burgueses que estaban ahí para salvar el status del cónyuge a cambio del título, como se ve en la figura de Cora la esposa estadounidense del conde y todo el asunto de la jugosa dota que ella había aportado y que, en esos momentos, causa tantos quebraderos de cabeza a la familia para que todo no vaya a parar a un joven varón ajeno a los Grantham... Si Lady Mary no accede a casarse con nadie del clan.

Entrar en más detalles supondría desvelar demasiado, pero no pueden faltar los típicos prejuicios de clase del aristócrata al plebeyo y viceversa, que lejos de funcionar como desencadenantes de la trama más seria, regala muchos de los momentos cómicos de la serie. Muchos de ellos están protagonizado por una Maggie Smith haciéndose tan inmensa como el ego de la Condesa Viuda Violet que interpreta, y que no pierde oportunidad en lanzar dardos envenedados contra Isobel (Penelope Wilton), la viuda recién llegada. El reparto coral se desenvuelve a las mil maravillas, como no podía ser de otra forma, y no hay actor que de la sensación de no encajar con unos personajes que encarnan muchos de los cambios históricos y sociales que iban a suponer la entrada del mundo en la Modernidad.

Si bien Downton Abbey aparenta ser una serie de señores en cuanto a que éstos gobiernan el devenir de los acontecimiento, pronto se nos informa de que no es así. Los criados suben a la categoría de protagonistas, mostrando dinámicas que se podrían ver perfectamente escaleras arriba. Las mismas intrigas y envidias, la misma mala idea y un sentimiento nulo de hermandad entre ellos se respira en esa cocina de lobos, un lugar donde sobran las cortesías con tal de mantener el puesto de trabajo. Allí, O'Brien, la doncella de cámara de Cora, y el lacayo Thomas conspiran como los perros del infierno que son. Ni que decir tiene que estos dos personajes son los que manejan al espectador como una marioneta y lo obliga a regresar capítulo a capítulo.

La condesa viuda quiere entrar en Pottermore, ella no sabe lo que es un fin de semana.

Con todo, no es todo maldad en la servidumbre y también se presentan personajes más en la línea del buen sirviente que hemos visto en un sinfín veces en otras producciones como pueden ser el ayudante de cámera de Crawley, Mr. Bates y la jefa de sirvientas, Miss Anna; los jefes de todo el personal, Mr. Carson y Mrs. Hughes; William, el segundo lacayo; o los sirviente con ambiciones, como el chófer Brason y la criada Gwen. Pero también encontramos figuras mandonas y como la cocinera Mrs. Patmore y su asustadiza ayudante Daisy. Sin duda, la variedad de la se dota al personal doméstico es una verdadera delicia, y ayuda a añadir un gris muy interesante al conjunto de la ficción.

Sin más misterio que ofrecer para enganchar que el de los propios dramas que existen en lugares cerrados con demasiada gente viviendo y trabajando entre sus muros, y el de unos señores que empiezan a sufrir los primeros sudores de una época agonizante, Downton Abbey es la muestra de que a nadie le amarga un culebrón. La primera temporada se resuelve de una forma un tanto precipitada y hasta chusca en un lance concreto, pero todavía quedan muchas cosas por descubrir en la abadía de los Grantham, y más cuando los verdes pastos dejarán paso a barro de trinchera a partir del próximo 18 de septiembre, fecha del estreno de la segunda temporada.

sábado, 23 de julio de 2011

Una comedia y la nada

Estas semanas he estado ausente por visitas familiares, maratones veraniegos, e interrupciones siempre inoportunas así que, a lo tonto, se me han ido acumulando series de las que tenía que haber hablando hace tiempo. El dos por uno que hago hoy, sin embargo, no viene motivado por una lógica de rebajas, de quitarme stock de encima, sino porque una de las producciones de las que voy a hablar no merece una entrada para ella sola. ¿Por qué? A eso vamos ahora mismo.

Me pregunto de cuánto dinero para producción de ficción disponen en Showtime para permitirse derroches tales como el de la tercera temporada de Nurse Jackie. Supongo que debe ser bastante, porque dedicar semejante esfuerzo para contar nada, no pasaría desapercibido en otros lugares. De un total de doce capítulos, sobran once, y no es que la finale haya tampoc ha sido un dechado de virtudes. La segunda etapa nos había dejado con una promesa de que podría haber una interesante evolución en el personaje en los nuevos episodios. Mentira todo. La enfermera seguía en sus trece, incluso al borde de poner su trabajo en verdadero peligro, y aunque no era lo que nadie esperaba, quedaban todavía los personajes secundarios. Crac. Otro chasco.

Las gracias de las entrañable Zooey y Akilitus llegaban a destiempo al igual que los dramas de ese niño grande que es Coop. O'Hara, por su parte, estuvo ausente durante todo el volumen, compartiendo escenas con Jackie carente de toda finalidad dramática. Lo mismo se puede decir de los otros dos vértices del triángulo del mal, Eddie y Kevin. Lástima que lo único destacable de este año, esa arista que Brixius y Wallem se ha atrevido a sacarle al marido, quede tapado por el último paso de gigante hacia atrás de la señora Peyton. Aún así, la serie ha sido renovada inmerecidamente para una cuarta entrega (gracias a las rentas y privilegios de ser chica Showtime, seguro), pero ya digo que aquí no vuelvo hasta que haya evidentes y contrastados signos de mejora.

Síntomas de bienestar los ha demostrado Modern Family. Ésta sí tiene plaza fija para el curso que viene. En esta segunda temporada han dado protagonismo a otros miembros del clan Pritchet-Dunphy potenciando la vena cómica de Claire, una 'control freak' de las que meten miedo, o de su hija Hailey, que ha intentando engañar a sus padres con que se ha reformado y que realmente tiene un CI más alto del que parecía. Luke también han formado una dupla letal juntando la falta su falta de hervores junto a la de su padre Phil, al que he llegado a tolerar más que en el primer volumen, sobre todo, gracias a sus escenas con Jay. Alex, sin embargo, sigue pasando de refilón por los capítulos.

Cameron y Mitchell han visto las situaciones más desde la barrera, al igual que Gloria, Jay y Manny, aunque los momentos que se reservan siguen siendo los más alucinados e hilarantes de toda la serie. Ya sea por escapar de tu trabajo por la ventana o por disparar balines a un bote hinchable en medio en medio de la piscina, esta parte de la familia acumula los caracteres más fuertes, por lo que es normal que las estampas más chocantes salgan de aquí. Se podría decir que los Dunphy van hacia un humor con premisas más blancas y familiares, mientras que los núcleos de Pritchett resultan un pelín más destroyer y menos políticamente correctos.

En este sentido, también se ha notado un cambio en los finales de episodios, que ya no tiran tanto de la voz en off para recalcar la moraleja de lo que se nos pretende contar en cada uno de ellos. Modern Family es una fábula sobre la familia en clave de comedia por sí sola como para que se la corone con más accesorios. Han sabido corregir esos errores y evitar ese vuelo de Ícaro que se presagiaba en la segunda mitad de su temporada de debut y, si bien tanta nominación a los Emmys de comedia parecen un poco escándalo por avallasamiento (las listas a estos premios son siempre un escándalo bastante predecible todos los veranos), esta vez 'maloserá' que no caiga más de uno o, peor, que se vuelva a dar un 'gleekazo' que deje al resto de aspirantes patidifusos.

martes, 5 de julio de 2011

La hora de la khaleesi

Poco voy a añadir acerca de lo disfrutable que es la primera temporada de Game of Thrones que no haya dicho ya la blogosfera seriéfila entera. El experimento de combinar novela homónima con serie cual carrera de San Fermín, siempre alerta para que no me pille el toro de las imágenes semana a semana, resultó mucho más agradecido de lo que esperaba. No voy a intentar convencer a nadie de los pros de esta estrategia, pero dejas la tarea de saber quién es quién para las páginas del libro, y te ahorras preguntas incómodas mientras ves la serie. Digamos que tienes más margen y libertad para fijarte en aquellas novedades que aporta la adaptación como producto diferenciado. Los primeros episodios de la superproducción de la HBO, con tanto personaje e historia de fondo, parecían arrojar al espectador neófito a una tierra de nadie como la que se encuentra al otro lado del Muro y dejarlo allí a sus expensas. Ésa era la percepción, que David Benioff y D.B. Weiss había creado una serie dirigida a los entusiastas de A Song of Ice and Fire, la monumental saga de fantasía épica del no menos monumental (por orondo) G.R.R. Martin.

Sin embargo, la cadena se esforzó en proveer información contextual en el sitio oficial y, en realidad, cualquier posible estado de desorientación sólo se extiende a los primeros compases de la temporada, que se corresponden con una buena porción de la novela. Game of Thrones es una obra a la que le cuesta arrancar por su carácter introductorio de algo mucho más grande (hablamos sólo del primer tomo de siete en total) y que, por su estructura multipersonaje y multipunto de vista, hacía muy difícil adaptar tanta disparidad de miradas sin el riesgo de que quedara como una colección de escenas montadas una detrás de otra. Prueba superada en este apartado. También estaba el reto de hacerle justicia a algunos personajes cuyo carisma supone uno de los mayores atractivos del libro. Con el 95% del reparto luciendo el oficio de la escuela británica (la épica siempre queda mejor con acento de las islas) se pasó el examen con nota, y en algunos casos acallando críticas tempraneras y excediendo las expectativas, sobre todo, en el caso de los personajes femeninos, con más protagonismo del que se piensa.

"I am Daenerys Stormborn, of House Targaryen, of the blood of Old Valyria. I am the Dragon's daughter. And I swear to you that those who would harm you will die screaming".

La casi principiante Emilia Clarke con su sensible retrato de una grande como es Daenerys 'Dany' Targaryen es el ejemplo más claro. El viaje de niña obligada a casarse con un tipo de aspecto imponente como Khal Drogo (Jason Momoa despertando instintos y dando mierdo a partes iguales) a khaleesi, a señora de la guerra por derecho propio, es de largo la historia que más me interesó del libro, a pesar de que este arco argumental está claramente desligado de las intrigas palaciegas de Desembarco del Rey y las caras de circunstancia de Eddard Stark (Sean Bean) y familia. Confieso que mis simpatías tiran más hacia los destronados, sanguinarios y ahora escasos dragones Targaryen que a los mojigatos lobos Stark o a los epicúreos ciervos Baratheon, pero no debería sorprender el estupendo trabajo de Clarke que con sus ojos y, quitando pelucas rubia platino que no conjuntan con cejas a lo Madonna, hace brillante en carne y hueso a un personaje que también es brillante en el papel.

La jovencísima Maisie Williams, en cambio, engrandeció a un personaje, Arya Stark, que en el libro no me atrapó tanto, pero que gracias a su interpretación ahora veo con otros ojos. Curioso que a Martin se le acuse de misógino cuando regala a un contenedor de tenacidad como es Arya y a una monarca en potencia como es Dany. Lo mismo ocurre con la pérfida y sedienta de poder la reina Cersei Lannister, a la que Lena Headey ayuda a humanizar, presentándola como un ser atormentado, entre la compasión, la fidelidad a su sangre y la realización de sus planes. Tampoco nos podemos olvidar de Catelyn Stark, la matriarca del clan, que exhibe el pragmatismo y mano izquierda que tanto hace falta en su familia. Hubiera sido interesante ver a Jennifer Ehle (Lizzy en Orgullo y Prejuicio), la primera opción para el papel, dando vida a Cat, aunque ya me he acostumbrado a Michelle Fairley.



Pero no sólo se trata de mostrar la cara más progresista de las mujeres, sino que Sophie Turner se encarga de mantener muy presente la tontería escalante de Sansa Stark, que vive en la inopía y se acerca al arquetipo de princesa medieval lista para que la rescate su príncipe. En las antípodas de su hermana Arya, vamos. Pero, a pesar de la manía que se le coge al personaje, su presencia es necesaria por el bien de la variedad y por qué no, porque Sansa encierra algo de verdad acerca del proceso de maduración de muchas mujeres. Sí, la tontería existe.

Como Battlestar Galáctica en su día, tenemos delante una serie donde donde no hay personajes femeninos que están de paso, bidimensionales o gratuitos. Por cada tres prostitutas cortesía de la HBO en una escena hay una khaleesi que las eclipsa. Todo ello, en un género tan 'de chicos' como es la fantasía épica al igual que ocurre con la ciencia-ficción. Para que luego hablen de estereotipos.