miércoles, 22 de diciembre de 2010

Misfits se pega un homenaje

WARNING: Si no habéis llegado al final de la segunda temporada de Misfits, os puede caer una buena tormenta de spoilers.

Casi perfecta. Cuando una serie deslumbra de la manera en que lo hizo Misfits en su temporada de estreno hace muy fácil pensar que, como máximo, los nuevos seis episodios más el especial de Navidad estarán a la altura de los anteriores. Otra cosa es los supere. ¡Y vaya que si lo ha hecho! Igual de gamberra y fuera de sí, pero mucho más compacta y con un mejor aprovechamiento de sus recursos técnicos y narrativos, la historia de los cinco del servicio comunitario ha brindado toda una clase de cómo subvertir (otra vez) los valores del género de superhéroes y, a la vez, rendir honores a clásicos de la ciencia ficción. Porque si de algo se puede calificar esta segunda temporada, es de gran homenaje.

En primer lugar, a los propios protagonistas. Nathan ya no es sólo (me niego a escribir 'solo', RAE) él y su lengua. Bueno, lo sigue siendo, y mucho, pero este rascacielos ya no es el único encargado de dar sombra a todo el vecindario. Le han crecido alrededor unos tres edificios altos de nombre Simon, Alisha, Kelly. Incluso Curtis, aún siendo la obra de menos altura, ha subido bastantes metros en comparación con la miseria que se había construido la temporada pasada. No obstante, de todos ellos, Simon se lleva el premio al mejor diseño. Nadie en su sano juicio esperaba que este inadaptado social se convertiría en un futuro próximo en el enmascarado que amenazaba, en el primer par de episidios, el mundo secreto del centro comunitario para después revelarse como el mensajero que había viajado al pasado con una misión: anunciar un futuro nada halagüeño para la gente con poderes. Y mejor no hablemos de que se iba a llevar a la chica, en un ejercicio de prolepsis narrativa que a Alisha, como a todos, dejó bastante muerta de amor. Todo ello en un empaque muy propio de Kyle Reese y Sarah Connor, como el inseguro Simon del presente reconoce en una referencia a Terminator. No será la última que haga sobre una saga cinematográfica, el muy geek.

Gracias a su relación con el Simon del futuro y, después los primeros pasos en esa dirección con el Simon del presente, descubrimos un lado de Alisha, amable y considerado, que parecía inexistente tras la fachada de tía buenorra y superficial que nos habían vendido. En definitiva, los dos juntos suman como personajes, algo que de momento, no parece suceder con Kelly y Nathan. Howard Overman, creador y escritor de todos los capítulos de la serie, ha preferido dar esquinazo de momento a esa posibilidad con una de las escenas más disparatadas e incómodas de la temporada, pero a cambio los ha dotado de más matices.

La definición de sexy

Por un lado, a Nathan le infunde registro dramático y serio en el segundo episodio, donde a través de la interacción con su hermano vemos uno de los efectos colaterales de su inmortalidad: ver a los muertos. Y, por otro, logra domar por un momento a la bestia interior (que no el acento, por favor, eso no) de Kelly al cruzar su destino con el de una bestia de verdad en un momento 'kingkonsgsiano' donde los haya. Sobre Curtis, decir que nunca antes ser intolerante a la lactosa podría haber sido tan útil para salvar al mundo.

Si los personajes son la primera y más importante piedra en la que descansa la solidez de Misfits este año, la segunda inevitablemente es el género de superhéroes, banda sonora con un aire al Batman de Nolan, aparte... Ya en la primera temporada, el eco de Smallville se hizo presente con la lluvia de aerolitos que les cayó encima a los chicos, pues en esta tanda de episodios se hace más evidente que nunca al encontrarnos con gente con poderes en cada esquina como comenzó a pasar a partir de la segunda temporada de la serie del joven Clark Kent. Desde Místicas desquiciadas, tatuadores de sentimientos, hasta manipuladores de lactosa con un claro complejo de Sylar de Heroes, al verse eclipsados por poderes no tan mierdosos como el suyo. Claro que, la lactokinesis, ella sola, aguanta todo un episodio. Tampoco debemos olvidar a Nikki, que con la habilidad prestada de teletransportarse había conseguido hacer algo más interesante a Curtis, y parecía una buena incorporación al grupo. A ver si la pueden volver a traer de vuelta de algún modo tras el megacliffhanger del especial de Navidad.



El tercer homenaje de la serie es a sí misma. A su humor, con esos chistes internos sobre matar a agentes de la condicional, a su originalidad (el capítulo del villano de videojuego, a lo GTA, por ejemplo) y a gusto por los finales infartantes en los que nada está escrito. Tras dos años, parece que hay un afán por renovarse con vista a la recién confirmada tercera temporada, de ahí toda esa trama de la compra-venta de poderes del especial que ha abierto una puerta gigante de posibilidades para seguir demostrando que los poderes no son ni mucho menos la razón de ser de estos tipejos, sólo una excusa para mostrar hasta donde pueden llegar y, de paso, diversificar un poco los caminos que puede tomar la historia. La cuestión residirá en saber cuáles serán sus nuevas habilidades.

Aunque no se le puede achacar nada a esta temporada por lo bien hilado que está el arco argumental que la sujeta, y que la cuestión del viaje en el tiempo se termina antes de entrar en bucles infinitos, no puedo pasar por alto un par detalles que me chocaron, curiosamente, por incoherentes. Se trata de preguntas sin respuesta que se han ido guardando detrás de la oreja como: ¿por qué Simon, con lo paranoico que es con los poderes, no se da cuenta durante la escena de la felación de que Alisha no es Alisha porque, de lo contrario, hubiera perdido el control?, o, en retrospectiva, ¿por qué el Simon del futuro puede tocar a Alisha cuando, para el Simon del presente (que es la misma persona, al fin y al cabo), sólo es posible hacerlo cuando ésta ha regalado su don unos días más tarde?

Dos manchitas negras que impiden un resultado 100% redondo, junto con un especial de Navidad que resultó estar por un escalón por debajo del tono general de la temporada, pero que no roban en absoluto el sabor de una entrega sublime.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Y ahora, ¿qué?

AVISO: Si haces una radiografía de este post te vas a encontrar con un montón de spoilers de la primera temporada de The Big C.

A la lista de nominadas a mejor actriz de comedia de los Globos de Oro de este año sólo le faltó Mary Louise Parker para que Showtime acaparase, más aún si cabe, el territorio con sus personajes borderline. Me sorprende ver a Lea Michele (Glee) en su lugar, a sabiendas del subidón de adrenalina que supuso la sexta temporada de Weeds, aunque para subidones de tensión, azúcar, colesterol o, si queréis de sustancias dopantes, está la categoría de mejor intérprete femenina de drama, que, con Piper Perabo, ahora mismo se encuentra bailando encima de la barra de un antro cutre, en lo que se ha convertido en el WTF de la edición de este año. Pero no voy a aprovechar las nominaciones a estos premios para hacer una hoja de queja con este post, sino para limpiar el polvo que estaban cogiendo mis impresiones acerca de The Big C. La serie cuya primera entrega ha aupado a Laura Linney como la nueva pretendienta del trono de la comedia, frente a antiguas como sus compañeras de canal, Edie Falco (Nurse Jackie) y Toni Colette (United States of Tara), la inamovible Tina Fey (30 Rock) y la mencionada Michele.

Si nos ponemos en plan purista lo cierto que es que las divas de Showtime deberían ir en un cajón aparte, porque las comedias que protagonizan están ensombrecidas con un buen colorante de drama, una premisa que en The Big C se cumple al 100%. Ya comenté acerca del piloto que la acidez de su propuesta la diferenciaba de cualquier otra historia sobre el cáncer. Pues bien, al final la serie ha acabado por meter el pie demasiado pronto en el melodrama, ese género tan dado a la lágrima y ha abierto el interrogante de qué tono va a predominar el año que viene.

Durante los trece episodios (no sé por qué pensé en su día que iban a ser sólo ocho...) que conforman esta temporada, The Big C ha demostrado ser más blanda de lo que vendían o queríamos creer al principio. Más blanda y blanca que Nurse Jackie, que parecía exactamente eso al principio de su andadura. De todos modos, esto no significa que la serie se haya convertido de repente en un producto Disney, sino que conforme acercaba la season finale, la mala baba poco a poco se iba desvaneciendo del personaje de Cathy Jamison y sólo quedaba su hermano, Sean, para defender esa causa, aunque también acaba siendo domado de alguna manera. ¿Cuestión de expectativas no cumplidas? Puede.

La sensación que deja el visionado es la de una Cathy que vuelve al redil de lo políticamente correcto, después de desvelar a su familia el cáncer de piel que padece. Una meta a la que seguramente iba a acabar llegando, pero no se esperaba que fuera en ese momento. Del mismo modo que Paul, el insufrible marido debía seguir más tiempo fuera de casa, y Marlene, la vecina gruñona con Alzheimer no debería haberse pegado un tiro. ¡Encima como reacción a la única escena en la que Paul ejerce de padre responsable! Vaya manera de desperdiciar al personaje secundario más sólido de lo que llevamos de serie. Es en las escenas que Cathy comparte con Marlene donde vemos un retrato genuino de la protagonista y cómo actúa con su enfermedad. Marlene, una paciente como Cathy, se convierte en una igual a la que no le debe explicaciones, y en esas circunstancias permite ver el lado más sincero y crudo del personaje de Linney entre tanta pose de niña caprichosa que la actriz borda.

El punto dulce lo pone la relación con su hijo Adam, que empezó siendo un niñato, y que alcanza su clímax en el último capítulo, en una estampa tan emotiva como impactante, con el chico dentro de un garaje de alquiler lleno de regalos para aquellos cumpleaños suyos en los que Cathy no va a estar. El tira y afloja de madre e hijo ha sido continuado a lo largo de toda la temporada, pero, al igual que ocurre con Marlene, Cathy se desfrivoliza cuando se trata de su hijo.

La evolución de Adam ha sido la más coherente con la trama y menos forzada de todos los personajes secundarios, el eslabón más débil de una serie en el que el peso de la protagonista es gigantesco desde el primer episodio. En general, los guionistas se han dado prisa en redimirlos a casi todos, como si ellos, y no Cathy, fueran los que andaban cortos de tiempo. Desde el cansino de Paul, que intenta ser un pesado adorable (ni de coña) tras enterarse de la enfermedad de su mujer, hasta Sean, que deja preñada a Barbara (qué bueno tener a Cynthia Nixon de vuelta) y, en consecuencia, decide dejar de escarbar en el contenedor un poco menos. Otros aportes como Andrea, la alumna de Cathy, y el doctor Miller terminan la temporada menos aprovechados de lo que prometían.

The Big C despide su primera temporada con el contador a cero, sin conflictos aparentes, y sembrando la incertidumbre de si veremos una serie completamente distinta en su regreso.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Doctor Who 1 y 2, ¿quién es ese hombre?

No, no me pongo el opening de Pasión de Gavilanes a todo trapo para inspirar el título de este post (el número 100, quién lo diría), pero no voy a negar que ahora la tengo mezclada en la cabeza junto con el zumbido de la TARDIS. Esa vetusta cabina de policía que permite al Doctor moverse por galaxias, épocas históricas, dimensiones paralelas y cualquier brecha en el espacio-tiempo que le apetezca al último de la estirpe los Señores del Tiempo, que es uno de los epítetos por los que se le conoce. Pero, si bien existen otros calificativos que otorgarle (desde hombre de las mil caras hasta sembrador del caos), el Doctor es cualquier cosa menos un nombre. De hecho, no le hace falta tenerlo y así ha ido enganchado a los espectadores desde el 23 de noviembre de 1963, cuando el primer capítulo de Doctor Who se emitió por primera vez por las pantallas de la BBC, dando así el pistoletazo de salida a uno de los personajes y universos de ciencia ficción más ricos que se recuerdan las ondas catódicas. En 1989, y tras siete actores interpretando el papel protagonista a lo largo de 26 temporadas, se decidió parar la producción de lo que ya se había convertido, por un lado, en el buque emblema de la corporación británica, y por otro, en un símbolo nacional de la isla, capaz de juntar a familias enteras delante del televisor.

Un buen puñado de años más tarde, en 1996, se hizo un amago de vuelta con una película de serie Z en la que salía un abonado a este tipo de productos como Eric Roberts (hermano de Julia, haciendo de malo, por supuesto) y con un nuevo Doctor, pero ahí se quedó. Finalmente, tuvo que ser en 2005 y bajo la batuta del que había sido productor ejectuvo de Queer as Folk, Russel T. Davies, cuando se sometió a la serie a un reboot de verdad y, así, Christopher Eccleston se montaba en la TARDIS como la novena reencarnación del personaje, seguido de Bille Piper, que se metía en la piel de su acompañante, Rose Tyler. Temporadas de trece capítulos más su correspondientes especiales de Navidad y 45 minutos de duración por episodio serían la nueva estructura sobre la que se iba a asentar el moderno Doctor Who, a diferencia de las temporadas variables y de 25 minutos de la etapa clásica.

Aunque los primeros compases desvíen la atención hacia unos efectos especiales y amenazas extraterrestres que rezumaban un aroma a cutrelux entre lo entrañable y risible, no por ello son menos originales. Esos maniquíes asesinos del piloto son sólo la transformación en tangible del mal rollo que dan estos seres que habitan las tiendas. Incluso los Daleks, que, pese a ser la archinémesis histórica de nuestro querido Doctah (nada menos que destruyeron su planeta), recuerdan en su diseño a una cafetera de latón. Lo mismo ocurre con los Slitheen del planeta Raxacoricofallapatorius, que se tiran pedos cuando están bajo su forma humana. Y para rematarla el uso del 'Toxic' de Britney ambientando una de las persecuciones. Con estos detalles, la serie invita a ser tomada muy poco en serio, pero a medida que pasan los capítulos el tono se oscurece y nos encontramos ante mundos y problemáticas más complejos, como las relaciones paterno-filiales, la soledad, la guerra, el control de los medios de comunicación o la espectularización de la vida humana.

Una de las características más sobresalientes de Doctor Who es su capacidad para pasar de la coña a la seriedad sepulcral en segundos. A eso ayuda la gran expresividad de Eccleston que ya puede estar exhibiendo en un plano su sonrisa mientras suelta uno de sus míticos "Fantastic!" , y, en el siguiente, lanzando una mirada de hielo o soltando una frase lapidaria. Lo mismo ocurre con Rose Tyler, que poco a poco, deja de ser esa chica de barrio un tanto despreocupada del inicio y va siendo consciente de su decisión de seguir al Doctor a todas partes. Su implicación crece a la par que la del espectador, que se identifica rápidamente con ella, porque el Doctor ofrece una ruptura con la anodina rutina diaria y mucha adrenalina.



Tanta adicción crea que es difícil separarse de él llegado el momento. Hasta el encantador Capitán Jack Harkness (John Barrowman), uno de los grandes aliados y rival en carisma del Doctor, acaba acompañándole por unos cuantos episodios, los mejores, sin duda, de la primera temporada y en los que se comienza a constatar que Doctor Who no se queda en un simple producto para todos los públicos. Su despedida en la season finale duele, pero el personaje causó tanta sensación que consiguió su propio 'spin-off' al año siguiente, Torchwood.

La aparición de Harkness, precisamente, siembra tensión entre el dúo Doctor-Rose. Ésta última claramente tiene sentimientos hacia el viajero que le hacen persistir en su decisión de separarse por tiempo indefinido de su madre, Jackie, y su novio, Mickey, un chico corriente diana de las bromas del Doctor. La buena química entre jefe y acompañante salta a la vista, aunque al principio empezara con las típicas tiranteces. El Doctor es ser acostumbrado a estar solo, es su sino, y de alguna manera, Rose tampoco termina de encajar en el suburbio de Londres en el que vive. Uno y otra se complementan y esto se hace patente en la season finale de la segunda temporada, 'Doomsday', un episodio cruel por tratarse del último de Tyler como acompañante y por lo que ocurre en la batalla final contra los Daleks y, sobre todo, en la Bahía del Lobo Malo.

Pero antes de ese punto de inflexión, toda la segunda etapa está marcada por el décimo cambio de piel del Doctor, que sortea la muerte gracias a regeneraciones puntuales de su apariencia humana. Eccleston, tras la primer gran choque contra los Daleks, abandonó el papel que fue a parar a manos de David Tennant desde el especial 'The Christmas Invasion' (2006) hasta el especial 'The End of Time' (2009). Al principio, cuesta acostumbrarse a la nueva cara y gestos del personaje, en general, muy influenciado por el actor que lo interpreta. Eccleston, con su inseparable chaqueta de cuero, le daba un aire un tanto de tipo duro norteño que rompía con la imagen del Doctor en sus anteriores encarnaciones. El Doctor de Tennant, en cambio, se acerca más a la imagen típica de profesor chiflado y caradura, pero el actor escocés logra apropiarse del personaje de una forma pasmosa, haciendo gala de la misma rapidez para cambiar de registro, a la vez que la química con el personaje de Piper sigue intacta.


"EXTERMINATE!"

En el segundo acto de la serie ya se dejan caer pistas de lo que va a contarse en Torchwood y se entra de lleno en temáticas menos amables que las del inicio de la temporada anterior. Así, se nos presentan otros villanos como los Cybermen (también procedentes de la serie clásica), en una clara crítica a la sociedad que abusa del progreso técnico cargándose cualquier resquicio de individualidad e imaginación, y en episodios como 'Fear Her' se toca el tema de aquellos padres que no dedican el tiempo suficiente a sus hijos. Como producto familiar, prácticamente de cualquier capítulo se puede extraer una idea de fondo, sin que por ello resulte de un moralizante descarado, mezclándose con una buena dosis de comentarios ácidos propia del humor británico. Aunque también hay capítulos fallidos como el centrado en la televisión que deja tontos a quien la mira o la única entrega donde apenas aparece el Doctor, que, pese a ser original en el planteamiento y contener un reguero de caras conocidas de otras producciones, no consigue hacer olvidar la falta del protagonista, el pilar de todo.


También se aprovecha para correr un poco la cortina y descubrir poco a poco el pasado intrigante del Doctor a través del rescate estelar de una de las acompañantes más recordadas de la época clásica, la periodista Sara Jane Smith (Elisabeth Sladen, aquí ya con unos cuantos años más encima y otro 'spin-off' para la CBBC en vías de desarrollo). El personaje, que se había quedado con el perro-robot K-9, una de las posesiones del Doctor, regresa para reforzar detalles de la personalidad y de la forma de actuar del Señor del Tiempo que ella conoció y que encuentran su reflejo en el presente, dando a entender a Rose que ese tipo de vida errante y de aventuras tiene un final.

Como un Peter Pan moderno, pero forzado a ello, el Doctor está acostumbrado a que todo cambie a su alrededor menos él mismo y su TARDIS. También está hecho a las despedidas. A decir adiós, tanto a su propio rostro mortal como a aquellos que se cruzan en su camino sin saber cuando los volverá a encontrar. Y, aún así, el precio de vivir indefinidamente se revela, a veces, demasiado alto hasta para alguien como él.

Una vez superado el prejuicio, que es el verdadero Dalek exterminado cuando se trata de mirar una serie por primera vez, Doctor Who se muestra como una producción que excede lo que se espera de las historias de su género y del público al que están dirigidas. De lejos parece una pared de un blanco deslumbrante, pero si nos acercamos, veremos que, en realidad, es gris muy clarito.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Nancy quiere redimirse

Todavía está por inventarse la aspiradora que sea capaz de tragarse toda la mierda que suelta la vida de Nancy Botwin y su familia desde hace unos años, pero algún día llegará. El final de la quinta temporada de Weeds puso contra las cuerdas la capacidad de aguante del espectador, que asistía sin tapujos a la degradación sin frenos de la ama de casa metida a traficante de marihuana. Pero todo cambió en el momento en que Nancy encontró, sin quererlo, y gracias a su hijo Shane, alias el Chungo, un límite brutal a la pataletas de niña egoísta y a la perpejidad narcótica que dirigían cada una de sus acciones desde que cruzó la frontera con México.

Un golpazo con un palo de cricket hizo falta para que la matriarca del clan y, por tanto, la serie, reaccionara en esta sexta temporada, embarcándose en un viaje por carretera (literal) para encontrar el norte que había perdido desde que Esteban Reyes y sus secuaces entraron en escena. Desde la fantástica segunda entrega, Weeds no había vuelto a dar momentos tan hilarantes y giros insospechados como los de estos trece capítulos. Shane, en su línea de rarito, hablando sobre bebés como una madre más en el parque, la caravana de Dios, o el imposible cliffhanger de 'Boomerang' (6x05) son sólo unos cuantos ejemplos de lo que ha sido capaz de idear Jenji Kohan y su troupe este año.

Concebida como una road movie de fugitivos, en esta temporada asistimos a un regreso a los orígenes, al trapicheo más cutre y, sobre todo, al ingenio lunático de los Botwin. Porque, aunque se cambien el apellido para parecer hombres nuevos (Newman) y se pongan pelucas y se reinventen mil veces, estos episodios han sido un colocón de Botwin por la cantidad de situaciones y escenas que Nancy, Andy, Shane y Silas, y Doug Wilson han compartido. Por un lado, se ha cumplido en parte el propósito del personaje interpretado por Mary Louise Parker (debe sufrir síndrome de Benjamin Button porque cada año aparenta menos): recuperar el tiempo perdido y ser, en lo posible, una madre para sus hijos.

Pero, ¿cómo renunciar al tráfico de drogas cuando éste te brinda una oportunidad fácil para escapar para siempre de tus enemigos? Nancy ha vuelto al principio de la serie sólo que ahora los villanos no son las facturas del mantenimiento del chalet sino a la mafia de Tijuana y el FBI. En ese sentido, nada ha cambiado, aunque el personaje ahora no se mueve por un motivo superficial como mantener un estilo de vida, sino el de la pura supervivencia. Así, también se ha producido un 'back to basics' a través del cual descubrimos detalles del pasado y secretos de la joven Nancy Price, capaces de producir una catársis en la familia que ella misma no se esperaba. Como si no fuera suficiente con la continua montaña rusa que ya es su vida.

En un giro bastante culebronesco para lo que nos tiene acostumbrados, la serie se atreve a ponerle un peso más sobre la espalda, aprovechándose esta vez de su relación tirante con Silas. Como si el destino se riera de Nancy y le recordara que su vida está hecha para recibir bofetadas, no importa cuantas veces intente levantarse. No cabe duda de que el camino iniciado en esta temporada apuntaba a un final definitivo, tal y como había anunciado Showtime, pero ha habido un cambio de planes al respecto, ya que Weeds probablemente se despedirá con una séptima entrega. Suficiente como para tramar más líos y ¿una vuelta a los malos hábitos de antes?

Si algo ha demostrado la serie es ser impredecible, para bien, o para mal, y que Nancy está lejos de ser una santa. Pero aún con estas premisas, este año se han esforzado en devolverle esa humanidad que parecía perdida y en conseguir que nosotros también deseemos llegar a Copenhague. Se merece un final grande, limpio de problemas y de cliffhangers de infarto.

jueves, 7 de octubre de 2010

La audiencia no se deja estafar por Lone Star

Siempre he pensado que los buenos escritores, en cualquier ámbito, tienen un poco de estafadores. Encandilan con un cuento a la persona que está al otro lado y consiguen que invierta tiempo y dinero en algo que no va a mejorar su día a día ni mejorar su cuenta corriente. Es más, puede que hasta arruine pequeñas fortunas que estaban planeadas para arreglar algún desperfecto menor en casa o para una escapada un fin de semana. Pero, a diferencia de lo que ocurre en los timos reales (o cuando se trata de historias infumables o que se traicionan a sí mismas al final), la víctima es feliz a pesar de que haya caído en la trampa, porque sabe que, al menos, ha disfrutado de la pantomima.

Pero algo malo ocurre cuando, en televisión, la audiencia no pica en cuentos cuyo nivel de elaboración está por encima del de otras estafas que también están al acecho el mismo día de la semana. ¿Son demasiado inocentes los espectadores estadounidenses por caer los lunes en una trampa tan burda como Two and a Half Men (CBS) y Dancing with the Stars (ABC) o en algo semiconseguido como The Event (ABC) en vez del triple salto mortal Lone Star (FOX)? Atendiendo sólo a los números de la premiere, parece que sí. El relato del joven estafador enamorado y casado con dos mujeres de ciudades distintas, y con ganas de cambiar su forma de ganarse el pan, no ha cuajado, por lo que la cadena ya se ha encargado de guillotinarlo tras sólo dos semanas de mala e intensa vida en las parrillas.

Y digo intensa porque la serie, en sólo dos episodios, ya había creado suficientes quebraderos de cabeza a su protagonista, Bob Allen (James Wolk), como para crear estrés de querer más en los pocos espectadores que la seguían y en los críticos que alabaron su piloto. La locura empieza por la turbulenta relación con su padre, John, el estafador veterano que se resiste a dejar volar por sí mismo a su hijo y aprendiz, por miedo a perder el negocio que tan bien llevaban entre los dos y, lo más importante, porque Bob es la única razón por la que no está solo en el mundo.

Con el mundo de las estafas como excusa, la soledad es un tema que planea sobre la propuesta que presenta Kyle Killen. Como su padre, Bob también es una estrella solitaria, pero el joven Allen emprende una lucha con su pasado y, harto, pretende encontrar un constelación en la que encajar tras años viviendo a la huída. Decide interpretar por fin el papel de sí mismo y, ahora, los timos y mentiras están concebidos para mantener sus dos matrimonios y felicidad, no para sacar pasta. Bob es incapaz de elegir entre dos hogares, porque en ambos encuentra cosas diferentes que nunca antes había experimentado y que ama de igual manera. Por eso, no le importa en principio la presión a la que él mismo se somete e intenta torear como puede las sospechas de su cuñado en la familia rica de Texas y de media familia en el acogedor hogar de su mujer de clase media.

La bigamia secreta del protagonista añade gotas de complejidad a la trama y lo hace un producto arriesgado para ser digerido de primeras en una network de corte conservador como FOX y, al mismo tiempo, representa un caramelo para un canal de cable. En definitiva, Bob, pese a su porte de yerno ideal para cualquier suegra (adorable Wolk), es un personaje muy difícil de vender al gran público. "Da igual que sea estafador mientras tenga buenos sentimientos", pensaría cualquiera, pero si encima tiene dos mujeres y las engaña, el asunto se torna muy oscuro para la moral de un país donde el matrimonio como institución sigue teniendo su peso. Comparado con esto, Big Love se cubre bien las espaldas, porque crea un entorno seguro donde las tres mujeres del protagonista saben lo que hay... y aún así la serie se emite en la HBO.

El padre, por tanto, hace los honores como el antagonista que Bob necesita para que el espectador simpatice con él capítulo a capítulo pero, viendo lo que ha pasado, Bob ni siquiera ha conseguido una oportunidad para que se le conozca de verdad. El piloto acierta de pleno en fijar el tono de la serie, la presentación de los personajes y su papel en la vida del estafador es inmejorable y pone en marcha el principal problema al que se enfrentaría Bob el resto de la temporada. El segundo capítulo sólo viene a subir un poco más el listón y acaba con un cliffhanger para más inri. Por no hablar de la excelente banda sonora, que explota el folk de unos omnipresentes Mumford and Sons que andan de gira por varias series desde que los descubriéramos en la cuarta de Skins.

Como apunto Killen en una entrevista reciente con el LA Times, los lunes se han revelado este año como "una noche difícil". El día de programación ha sido, desde luego, el menor de los males para Lone Star considerando a como se vende el pescado el resto de la semana, sin embargo el mismo Killen reconoce que con vacas sagradas como las mencionadas Two and a Half Men y el Mira quién Baila americano, y una serie hiperanticipada como The Event, su retoño quedó un poco como la guapa a la que nadie sacó a bailar.

Se habla de emitir los sábados (el cementerio de la televisión) los cuatro capítulos que ya se han rodado, en un movimiento similar a lo que ya ocurrió con la magnifíca pero malograda Kings hace año y medio en la NBC. La diferencia está en que Lone Star era un cuento en progreso que tenía en nevera otros cuatro episodios por rodar, mientras que la serie de Michael Green había rodado todas las entregas de la temporada por adelantado, quizá el único beneficio de la impopular etapa de Ben Silverman en la cadena del pavo, cuando se dedicaba a seleccionar los proyectos a dedo.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

The IT Crowd 4 y el Guadiana

Ha tenido que irse el verano para que por fin hable sobre lo último de la serie británica con el caso de complejo de río Guadiana (en curiosidades, para los lectores no españoles) más agudo de todos. Porque, ¡vaya historial más raro e irregular que lleva The IT Crowd en las premieres de sus temporadas! Casi dos años, dos, tuvieron que esperar los fanáticos de Moss, Jen y Roy a que regresaran con la cuarta entrega de sus aventuras bizarras y frikis en el sótano del edificio de Reynholm Industries. Menos mal que, para mí, fan tardía, la espera se tradujo en unos seis meses, y por eso, puede que el regusto que me dejaron los nuevos capítulos no fuera tan amargo como el que le dejó, por ejemplo, a Nahum.

Aunque en líneas generales, la temporada no iguala las cotas de la primera y, sobre todo, segunda etapa, tampoco aprecié un bajonazo terrible de calidad con respecto a la tercera. Es decir, la comedia de Channel 4 se mantiene estable un peldaño por debajo de su máximo esplendor, lo cual no está nada mal para los veinticuatro episodios ofrecidos durante estos cuatro años. Por eso, se prefiere una caída leve a cámara lenta durante ese tiempo, que una buena leche en 20 capítulos en un año cualquiera de la televisión estadounidense.

Pero si hay un problema achacable a lo que hemos visto, debemos llamarlo por su nombre: Douglas Reynholm. Los guionistas han abusado de su presencia cuando se trata de uno de esos personajes que funcionan a las mil maravilllas en dosis reducidas por lo excesivos e histriónicos que resultan. La decisión de regalarle el último episodio del volumen fue un mal movimiento, porque firmaron el peor capítulo de la serie. Nunca me había aburrido con The IT Crowd hasta ese momento. Ni la vuelta de un Richmond reformado de su fiebre gótica pudo salvar estos 20 minutos.

El protagonismo que le dieron a Douglas le robó tiempo a Jen, que fue el centro del mejor y desternillante capítulo de esta entrega, 'Italian for beginners' (4x04). Sin contar con este episodio, la jefa del departamento de sistemas informáticos se prodigó relativamente poco en el resto, algo que se notó a la hora de dar equilibrio a las interacciones de los otros personajes principales o para elaborar bromas y gags a su costa, dos circunstancias que se conjugan perfectamente en el mencionado episodio y que nunca fallan.

Con todo, la temporada ha dejado un par de buenos capítulos como la parodia súpergeek del famoso juego Cifras y letras y en el que Moss acaba en el calabozo de la única forma en que podría entrar allí. En ambos, se ofrece una versión de Moss malota y de guetto, pasada de vueltas y divertidísima. Algo más apagado he notado a Roy, cuyas penas de pringado no me han causado la misma gracia que antes.

Veremos si en la quinta temporada la serie es capaz de elevar de nuevo el estándar. En mayo, quedó claro que el canal británico sigue teniendo de momento plena confianza en la comedia, tras renovarla sin haberse estranado si quiera la tanda de episodios que ocupan la entrada de hoy. Eso sí, más vale prepararse para un largo período sin más noticias sobre este Guadiana.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Pilotando Boardwalk Empire: El amoníaco de la HBO

Ya está aquí. El pasado domingo 19 de septiembre, la HBO emprendió el plan que llevaba maquinando desde hace tres años: se puso de rodillas y comenzó fregar azulejos para dejarlos como los chorros del oro. Sí, genial que su propuesta de popularizarse un pelín con los vampiros les mantuviera en boca de todos tras la despedida de los mafiosos de New Jersey, pero de sobra son conocidos los riesgos de dejar entrar a cualquiera en tu casa y, más tratándose de chupasangres. Te la pueden dejar hecha unos zorros y, claro, luego cuando vienen unos señores llamados Prestigio y Premios de visita, ven el percal y salen corriendo de allí. ¡Ah! Y lo peor. Se van a cenar a casa de la AMC, nueva rica de la mansión de al lado. Así que Boardwalk Empire es, aplicado a HBO, la reacción rabiosa de Escalarta O'Hara cuando se quemó su amada hacienda Tara, sólo que hay hambre por Globos de Oro, Emmys, WGA, SAG y demás reconocimientos. La sangre de True Blood está claro que no nutre y, encima eclipsa a Treme o The Pacific.

Cuando respondes con rabia, sueles poner todo tu empeño, y aquí el decano de los canales premium tiene la última palabra. Apabullante y poderosísimo diseño de producción para relatarnos la historia de Atlantic City y de la incansable actividad nocturna de sus 'boardwalk' (paseos marítimos) durante los albores de los años 20. En ese tiempo, el gobierno de los Estados Unidos decidió cerrar el grifo al negocio del licor, pero no se dio cuenta de la grieta que había abierto y por la que se colaba un incipiente crimen organizado, que debe todo su mito al período comprendido entre 1919 y 1933, años en los que estuvo vigente la Ley Seca que ilegalizaba desde la fabricación a la venta de alcohol.

Éste es el escenario en el que Mark Wahlberg, Terrence Winter y el maestro Martin Scorsese (director, además, de este piloto) emplazan a una serie de personajes familiarizados con la corrupción, la violencia, la extorsión, el contrabando, las prostitutas y los habanos. Empujados por la vida a jugar en los límites, o motivados por el deseo de triunfar a cualquier precio, como parece que es lo que mueve a Jimmy Darmody (Michael Pitt), joven veterano de la Gran Guerra que envidia el tren de vida de capos como Lucky Luciano, que a los 22 años ya se movía como pez en el agua con sus negocios.

Sin embargo, quien acapara las luces del casino y los minutos de los títulos de crédito (por debajo, en mi opinión, de otras cabeceras ilustres) es Stevie Buscemi, que se mete en la piel de Enoch 'Nucky' Thompson, tesorero de Atlantic City, un hombre con una doble cara: lector de discursos antialcohol y anfitrión de cumbres mafiosas entre los grandes nombres de la época como Torrio, Colosimo y Rothstein... mientras Al Capone espera en el coche a su entonces jefe Torrio. Como curiosidad decir que el Nucky de la serie se basa directamente en una persona real. Me pregunto por qué no mantendrían el apellido.

El físico peculiar de Buscemi, que se suma a la lista de grandes actores que colaboran con HBO, le va como un guante a un personaje que promete ofrecer matices, más allá del rechazo inicial que puedan producir sus actos. Pitt, al que me cuesta aguantar desde Soñadores de Bertolucci (en Dawson's Creek salió poco, gracias) cumple con su cometido con solvencia y el interés de su personaje hace que olvide al actor. Va a ser interesante presenciar el intercambio entre Nucky y Jimmy, a la sazón, alumno y mentor, un relación que promete pasar por unos cuantos altibajos y traiciones encubiertas visto lo visto en este primer episodio. De momento, intrigan también subtramas como los movimientos del FBI, al que no faltó trabajo durante aquellos años, y la caída previsible en los infiernos, y en la cama de Nucky, de la madre de familia inmigrante (Kelly MacDonald, Trainspotting).



Si la Mafia elevó a la HBO, el canal ha vuelto a confiar en el retrato del crimen organizado para aunar a los críticos y el gusto de sus abonados. Junto a los aplausos de las primeras impresiones, cinco millones de espectadores de media avalaron el estreno de la serie en lo que fue la premiere más seguida en seis años (desde Deadwood). No sorprende, por tanto, la decisión de la compañía de renovarla ipso facto para una segunda temporada, aunque habrá que estar atentos a la acogida del segundo capítulo.

Dejando de lado el hype que ya la etiqueta como la heredera de Los Soprano (basta de vender la segunda venida del Señor, por favor, aunque Winter haya sido guionista de la serie), la serie ofrece signos de convertirse en un muy buen drama televisivo, con ritmo y sin caer en exceso en reflexiones existenciales que, junto a su cuidada producción podrían espantar a espectadores alérgicos a la HBO en su versión más petulante. Scorsese deja, en este sentido, muy definidas sus señas de identidad y regala un producto que dispuesto a entretener desde la parte más intelectual a la más instintiva y soñadora del espectador. La escena del salón de baile recibiendo el inicio de la Prohibición con el réquiem militar en la trompeta para dar paso a la fiesta como si nada hubiera pasado es toda una declaración de intenciones.

Con una propuesta mucho más canónica que la obra de David Chase y, por tanto, con una mirada a la cosa nostra como institución nada decadente, para los amantes del género negro y de quienes disfrutan de las historias de mafia, los 70 minutos de piloto de Boardwalk Empire se pasan en un suspiro. Que no abrumen el envoltorio ni los nombres. Al fin y al cabo, estamos en Las Vegas del Atlántico y esto son los años 20. Tiempo de evasión.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Las tópicas gatas del infierno

Os voy a decir la verdad. Escribo este post desde el averno seriéfilo porque es donde me merezco estar por haber sucumbido sin remedio al visionado del piloto de Hellcats, y que me haya enganchado. No me culpéis por hacer una crítica en plan telegrama, porque el ingenio no me da para describir un caso de 'nada televisiva' como el que nos ocupa ahora. Muchas risas maliciosas hubo con el súperestreno de The CW el año pasado pero, al final, aquel primer episodio demostró que tenía más cosas para diseccionar en comparación con el de este año y encima la serie acabó arrasando con media blogosfera y Twitter durante este verano que ya se termina. Así que, esta vez, voy a pasar de explicar por qué Hellcats acuñó el pasado ocho de septiembre tres millones de espectadores y no voy a intentar recomendar lo irrecomendable (dadme Battlestar Galactica que por muy difícil que sea, lo prefiero), pero sí voy a dar cinco (irracionales) motivos por los que voy a ver el siguiente capítulo:

1) El tema animadoras. La mítica Bring It On ('A por todas') y aquella peli portagonizada por Mena Suvari sobre cheerleaders metidas a ladronas de bancos titulada Ingenuas y peligrosas hicieron mucho daño a los que fuimos quinceañeros a principios de los años 2000. Y yo he visto A por todas 3, con Hayden Panetierre ensayando para después dislocarse los hombros como animadora en Heroes al lado de la hermana de Beyoncé... Hay cuatro películas, sí.

2) Tendencias autodestructivas. Como darse un buen festín de kebab, del Burger King o del chino, sin lo que no podría vivir. Pues lo mismo. Parece que Grey's Anatomy ya no me sacia como placer culpable en solitario. Necesito más chonerío sin tener que llegar al extremo de ver qué cani se lleva al tronista de Mujeres, hombres y viceversa.

3) Ver cómo Ashley Tisdale y su nariz acaban siendo la HBIC (Head Bitch In Charge) de la serie. Porque me niego que sea la bruja de Haigh School Musical sea la nueva BFF (Best Friend Forever) de la protagonista y la mala oficial (mala y amargada porque se lesiona y otra la sustituye, como no podía ser de otra froma) es una petarda de cuidado y la interpretación de la actriz es como intentar darle expresión a un chicle estirado. Por debajo del nivel del cast, que ya es decir.

4) Seguir con atención el papel de Aaron Douglas en algo diferente al del sufridor Chief Tyrol en Battlestar Galactica. Y esperar a que Number Eight haga aparición como estrella invitada.

5) La produce Tom Welling. A algo se tiene que dedicar cuando deje de ser Clark Kent en Smallville, ¿no?

Y esto os cuento: la misma trama argumental de siempre, sólo que situada en el ambiente universitario para que cuelen más los maromazos sin camiseta, seguramente inspirada por la propia experiencia de Welling como Superman de instituto en la casi treintena. Resumiendo, Hellcats es la historia de Marti Perkins (Alyson Michalka), una chica de origen humilde con 'mummy issues', pero que se cree demaisado indie-guay como para ser porrista y, al final, acaba haciendo volteretas porque de ello depende su supervivencia en el sistema universitario. La serie cuenta con un doble triángulo amoroso, por un lado, entre la entrenadora, su novio y el nuevo entrenador de football y, a la vez, su exnovio; y por otro, el de la porrista, el animador buenorro y su mejor amigo, el friki no cachas. Tampoco podemos olvidarnos de la buenaza que apoya a Mart (Tisdale, me has decepcionado), de la mala de postín que comentamos antes, y de cantos al esfuerzo y al trabajo en equipo, perrerías y demás dramas típicos y tópicos de este tipo de producciones. La única innovación: esas cortinillas a lo cheerleader que sólo se pueden ver durante los capítulos. Entrañable cutrelux.



Definitivamente, a este paso, no me ganaré ni el purgatorio.

martes, 7 de septiembre de 2010

Campanilla: "True Blood es un insulto a nuestra especie"

Ya sabemos que la amiga Tinker Bell se la lió parda a Wendy Darling en la novela de Barrie, así que también te puede spoilear la tercera temporada de True Blood si sigues leyendo.

Si existe un ser en el mundo al que le piten más los oídos, ésa es la habitante de Bon Temps, Sookie Stackhouse. Cuando se trata de ella, o la odias, o la amas, o la amas pero lo disfrazas de risas a costa de su persona. En cada temporada, gracias a la batidora mental de Alan Ball inspirada por los libros de Charlaine Harris, la chica colecciona nuevos epítetos o motes que añadir a su apellido y enseguida tiene a gente opinando sobre ella. Durante esta tercera entrega de episodios, que terminará el domingo de la próxima semana, hemos sabido que los inexplicables poderes de Sookie no le vienen porque sí (explicación que sería muy normal visto lo visto en True Blood, por cierto), sino porque desciende del ilustre linaje de las hadas. Pues bien, la reacción no se ha hecho esperar. La famosísima hada Campanilla, que además de aparecer en Peter Pan, es la presidenta de la Liga Fantástica de las Hadas Enanas (una agrupación ultraconservadora dentro del movimiento hado) ofrece en esta entrevista su visión acerca de la serie, Hadookie, El niño que no quería crecer, Julia Roberts y la relación entre seres humanos, hadas y criaturas fantásticas, en general.

Series a la Parrilla: Si no para quieta en el aire, no me concentro para hacerle las preguntas, hace interferencia en el sonido para que lo capte bien la grabadora y el polvo mágico me está haciendo llorar... ¿Podría parar?
Campanilla: Una hada no puede dejar de revolotear. Mucho esfuerzo hago ya hablando en una lengua que no es la mía. ¿Te interesa publicar mi opinión, o no?

SP: Claro, claro. Espere que me limpie los ojos. Vale, ¿qué es lo que quiere hacer llegar al público?
C: La imagen que da True Blood de las hadas como devoradoras de hombres es incierta. Aunque claro no me extraña viendo el comportamiento de Sookie con todos los caballeros que conoce, como le pasa con Alcide, el hombre lobo. Ahora va a parecer que somos ninfómanas.

SP: El concepto que sale en pantalla, de hecho, recuerda más al de ninfas.
C:
Por eso mismo. Las hadas no tenemos que ver nada con esa especie y que se nos confunda con ellas y se ponga como ejemplo a Sookie Stackhouse es todo ello un insulto, porque repito nosotras no vamos por ahí a la caza de hombres y mucho menos de series abominables como los vampiros. La autora de los libros y el señor Ball que se ve no está a la altura intelectual de mi creador [J. M. Barrie] ya podían haberse informado más del tema.

SP: ¿Se da cuenta de que acaba de ofender a toda dos razas enteras y a dos personas en concreto?
C: Yo sé lo que digo. ¿Por qué cree que esas ninfas volvían locos a los dioses del Olimpo? Por algo es. Nosotras, las hadas de verdad, velamos por la inocencia de las mentes, especialmente la de los niños, por eso nos crispa que nuestro nombre se utilice en productos que sólo invitan al sexo y a la depravación. Y claro está que no somos seres que buscamos otras razas para reproducirnos, aunque de ello dependa nuestra supervivencia.

SP: Eso no suena muy políticamente correcto.
C: Ya, pero si preguntas a las hadas de Cenicienta, La Bella Durmiente o a la de Pinocho, pongo la mano en el fuego, aunque no me queme (lógicamente, no puedo), que te van a decir lo mismo que yo.

SP: Pero usted ordenó a los Niños Perdidos que lanzaran flechas contra Wendy porque está celosa de la atención que Peter Pan le prestaba.
C:
Otra vez con la misma cantinela. ¡Sólo estaba evitándole un disgusto a Peter! Esa chiquilla tenía la mirada demasiado sucia para su edad. Suficiente es tener que lidiar con sus nietas y tataranietas cada cierto tiempo. Todas iguales. Seguro que les gusta True Blood.

SP: Usted ve también la serie.
C: Sólo por trabajo, está claro.

SP: ¿Entonces le pareció mal que en Hook la versión que sale de usted intentase seducir al Peter Pan que interpretaba Robin Williams?
C: Cuando me enteré de que iban a poner esa parte en la película me llevé un disgusto terrible, incluso pensé en quitarle la imaginación a Spielberg. Pero luego vi que Julia Roberts hacía de mí, y cambié de idea. No es que ella mejore lo presente, pero bueno podrían haber puesto a otra mucho peor. Desde luego que si ahora deciden hacer un remake y escogieran a Anna Paquin, no dejaría en paz a los hijos de los productores mientras duermen.

SP: Creo que no haría falta que interviniera, ya que para eso están los mosquitos.
C: ¿Y tú sabes de donde vienen los mosquitos? Es lo que pasa cuando las hadas enanas van por el mal camino, acaban juntándose con vampiros y crean monstruitos chupasangre.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Bluf-forward

PELIGRO DE DESMAYO: Tampoco te pierdes nada por leer unos cuantos spoilers de Flashforward, pero luego no digas que no te avisé.

Tuve una visión en la me timaban al final de una serie. ¿O es que el último episodio de FlashForward fue escrito un primero de abril? Curioso que el capítulo se titule 'Future Shock', por hay que ver que impactar, impacta pero no lo hace en el extremo más noble de la línea sino en el más barato. Es más, el cierre de las aventuras de Mark Benford y los otros ha conseguido lo que ninguna otra ficción en mucho tiempo cuando la pantalla se funde a negro: que piense en lo que los caballos dejan al terminar el desfile.

No hay palabras para describir la season finale de la serie que no sea sinónimo de chapuza o de vagancia. Como cuando teníamos una eternidad para entregar un trabajo en el colegio y acabábamos la noche anterior copiando de El Rincón del Vago (ahora la Wikipedia domina ese mercado). Porque parece que el hiato de tres meses que la serie se tomó en el capítulo diez fue utilizado más bien para irse de vacaciones a Hawaii, inspirándose un poco en el destino de Demitri, el oriental con nombre de ruso, que no acaba en el otro barrio como todo indicaba al principio. Y total, para qué, si nunca sabremos si sale vivo junto con Simon de la explosión de ese sucedáneo del Gran Colisionador de Hadrones (HLC) que aparece en la serie.

La sensación de pérdida de tiempo o de viaje a ninguna parte que se tiene en retrospectiva está más que justificada, sobre todo, desde la vuelta del parón. De ahí en adelante la idea de Goyer (que se bajó del barco en mitad de la tormenta, no me extraña) y Braga empezaba a hacer honor a su título y avanzaba apuntando a cuestiones lo suficientemente interesantes para olvidarse de la idiotez supina del personaje interpretado por el pétreo Joseph Fiennes, o el triángulo insulso de Benford, su mujer y Lloyd Simcoe. En este sentido, colocar el peso de la acción sobre Simon y Janis fue todo un acierto ya que se aprovechó la relativa poca información que se había ofrecidia acerca de ellos en los capítulos anteriores para convertirlos en dramáticos huevos Kinder con sorpresa dentro sin que nos horrorice el regalo.

Entre los dos giros me quedo con el de Simon, ya que en conjunto es el más orgánico con la trama general de la producción en contraste con el del topo Janis, mucho más forzado y casi sacado de la manga. Mención especial merece la aparición estelar del gran James 'Baltar' Callis en uno de esos papeles de desequilibrado que le sientan como un guante

Cualquier atisbo de mejora hay que verlo en el contexto de una inmimente cancelación, responsable de la tomadura de pelo del capítulo final. Todavía me pregunto en qué estaban pensando los guionistas en ese momento o qué entienden por cierre del negocio. La decisión de provocar el segundo desmayo global el 29 de abril, justo el día en que el se cumplen las visiones del 6 de octubre, responde claramente a la falta de tiempo que supone tener la cabeza bajo la guillotina de los ejecutivos. Hasta ahí nada que objetar, pero, en serio, ¿de qué van todo lo demás? Janis siendo sacada del hospital en silla de ruedas por Leta que lucía el anillo mágico que impide que el portador se desvanezca, los otros dos en el HLC y, lo más fuerte, Mark Benford saltando al vacío sin que se sepa si está muerto hasta que en el flashforward de su hija, Charlie, vemos que le comunican, pasados unos años, a su versión adulta (la nueva reina del lloro en True Blood) que su padre está vivo. Eso, después de montaje musical de visiones en plan fanvid de YouTube. Increíble

Debe ser que promediar menos de cinco millones de espectadores y unos ratings raquíticos de apenas un punto en los últimos capítulos no sirvió de suficiente amenaza, o bien los responsables de la serie aún tenían algo de esperanzas, o jugaron la carta de la 'lynchada', esto es, dejar un final abierto como el de Twin Peaks pero, en este caso, dejando para la posteridad un mal ejemplo de uso de esta estrategia.

Mal destino para una serie que prometía mucho con su piloto, pretensiones de suceder a Lost aparte, y que me temo que nadie echará de menos en sus discos duros.

viernes, 27 de agosto de 2010

Being Human 2 y la rutina sobrenatural

Una de las cosas que más atraen de la primera temporada de Being Human es la apuesta atrevida que el tercer canal de la BBC presenta en el multiexplotado terreno de lo sobrenatural. Las criaturas fantásticas aparecen despojadas de cualqueir rastro de glamour y misterio al que nos tienen acostumbrados las fábulas de lo oculto. Lo humanamente cotidiano, la normalidad que todos conocemos se convertía en lo raro, en un camino a la inversa en donde el estilo de vida mortal es el modelo a seguir y, no lo que pretende Bella Swan que va llorando por las esquinas para conseguir una piel gusiluz (hoy durante el concierto voy a olvidar esa pequeña desgracia que es tener a uno de mis grupos favoritos en todas las BSOs de Crepúsculo y en los agradecimientos de los infames libros...). La series finale, sin embargo, presagiaba un cambio de rumbo que se ha hecho efectivo en el segunda etapa, estrenada en enero de este año, pero que por su fugacidad británica de ocho episodios se hacía perfecta para devorar en estos meses de verano.

El giro en la trama se aleja de la premisa del principio y se vuelve más corriente, es decir, entra en la rutina de lo sobrenatural con un argumento de aroma clásico, en la que las armas de la religión se levantan para perseguir a la llamada creación del diablo. Me pregunto qué atisbo de Belzebú hay dentro del hombre lobro George o, más bien, en la fantasma Annie, sobre la que esta temporada ha reacaido la responsabilidad total de llevar un poco de sonrisas a la casa rosa de Bristol. Si dependiera de las vidas de dos compañeros de piso, seguro que el inmueble sería de color negro ataúd.

Aunque el arco de Annie tampoco carece de drama y, de hecho ha sido uno de los destaques de la temporada en cuanto ayuda a comprender el universo de la serie, son George y el vampiro Mitchell lo que deben tomar las decisiones más peligrosas con distinto resultado. El dilema de George entre recuperar a su novia, Nina, sacrificando lo que les hace diferentes, o pasar página, se antoja como lo más flojo u aburrido de todo el volumen, mientras que el nuevo cargo del chupasangre dentro de su comunidad y las constantes tensiones que ello provoca con sus deseos de pasar desapercibido ofrecen algunos de los mejores momentos con un personaje llevado al límite.

En concreto, el capítulo en el que la serie viaja al pasado y al origen de la abstinencia de Mitchell es el más sobresaliente de la temporada y sirve de descanso a la lenta construcción de una batalla final entre buenos y unos malos muy planos o con alguna que otra salida previsible. El lúgubre reverendo Kemp, a veces, resulta difícil de tomar en serio por un exceso de pose solemne y no se consigue conectar lo suficiente con la lucha moral de la Profesora Jaggat.

Aún así, el cliffhanger de rigor deja abierta una puerta, en primer lugar, a unos prometedores nuevos capítulos que pueden llevar a la serie a un plano más original que el que se nos ha mostrado esta vez, y en segundo, a la recuperación de ciertos elementos que funcionaron en la primera etapa. Todo ello para refrendar el éxito de una serie que ha cruzado ya el charco en forma de remake o reimaginación como le gusta llamarlo a SyFy.

viernes, 20 de agosto de 2010

Pilotando The Big C: El cáncer según Showtime

Showtime lo ha vuelto a hacer. Ha cogido un nombre para hundirlo cual semilla en la tierra y que, a partir de él brote una serie. Ahora que Marie Louise Parker se retira del tráfico de hierba fumable con Weeds, toca plantar otra presencia fuerte y carismática para unirla al jardín de Edie Falco, Michael C. Hall, David Duchovny, Toni Collette, Jonathan Rhys Meyers y la propia Parker. Y la elegida para capitanear The Big C, el último estreno del canal, no es otra que Laura Linney, secundaria de lujo y habitual del cine indie con actitudes actorales proporcionales a lo que cuesta una escena en una peli de Michael Bay. Ah, y tres nominaciones al Oscar incluida.

Con Cathy Jamison estamos ante otro de esos personajes genuinos del canal de cable, en uno de sus dramas-más-que-comedias encapsulados en 30 minutos, y con capacidad para fagocitar todo lo que se les ponga por delante si el guionista así lo desea. Ninguna novedad, por tanto, en este apartado, como tampoco la hay en su argumento, trilladísimo en la ficción, pero aterrador en la vida real. Una profesora, madre de familia de suburbio a la que le diagnostican un cáncer de piel y que decide cambiar su estilo de vida... O no.

Para empezar, Cathy lleva ocultando algún tiempo su verdadero estado de salud a sus próximos y se niega a tratarse. Como si no hubiera sucedido nada, acepta estoicamente que le queda un año de prestado ("Todos acabamos muriendo"). Pero, ¿se convierte en mejor persona gracias a ello? Ése es el juego al que nos invita a entrar la serie, que en este primer compás convierte la depresión en sarcasmo y diálogos ambiguos, de manera que construye un muro diferenciador respecto a las típicas historias sobre el 'gran C'. Además, también reclama su independencia frente con el resto de productos 'de actor' que fomenta Showtime. Mientras que Jackie, Dexter o Nancy se nos presentan desde el inicio con toda su complicación, con Cathy de momento lo que hay es normalidad y rutina. Demasiada.

El personaje parece aburrido a su marido, Paul, (Oliver Platt), a su hermano, Sean (John Benjamin Hickey), y a su hijo, Adam (Gabriel Basso). La tienen por alguien cumplidora de las normas y acomodada a lo políticamente correcto, pero Cathy, alentada por su nueva situación está dispuesta a demostrar que es más que eso, aunque ello signifique fingir su muerte para escarmentar al graciosillo de Adam, o dejar correr la sospecha de cuernos en la mente infantil de Paul en dos buenos ejemplos del humor negro y ácido que se asoma por esta producción. La protagonista, lejos aún de ser calificada como dual y bipolar, se encuentra en esa fase donde todo es posible sin que acabemos acertando en nuestra predicción.

Linney se da un festín en este episodio piloto. La actriz se vuelve metastática, alcanzando a todas y cada una de las escenas, pero es su versatilidad en el registro y el actractivo del personaje, lo que salvan un probable fracaso. Apostarlo todo a un protagonista absorbente es arriesgado y puede llegar a cansar (House), por ello, aunque el capítulo cumple con su cometido de forma brillante, los secundarios deben conseguir cuanto antes aumentar sus defensas. Más allá de la familia, a la que más les vale espabilar, interesa ver la interacción con su alumna Precious... digo Andrea (Gabourey Sidibe), el guapo doctor Miller (Reid Scott) y Marlene, la lúgubre vecina de enfrente a la que da vida Phyllis Somverville, por lo que puedan dar de sí en cuanto al secreto de Cathy.

The Big C debe aún ganarse el adjetivo de su título. ¿Lo logrará cuando finalicen los ocho episodios de esta primera temporada?

martes, 10 de agosto de 2010

Bipolares

¿Recordáis aquella frase tan sabia de "Las segundas partes nunca fueron buenas salvo las de Padrino y Star Wars"? En el mundo de las series suele ocurrir que las segundas temporadas mejoran la novedad que supone la primera (ahí están algunas de las joyas HBO y Showtime, mis adoradas Alias y BsG, How I met your mother antes de la caída... hasta, ejem, Grey's antes del consumo de sustancias) salvo ejemplos tan sonados en series de culto recientes como Lost y Heroes (sí, de culto a nuestro pesar), o Mujeres Desesperadas o True Blood en cuyos capítulos del segundo volumen se pasó de mostrar la típica reacción a qué rápido pasa el tiempo cuando se está entretenido a "¡¿Sólo llevo un cuarto de hora?!". Toda ficción en televisión, en mayor o menor grado, tiene su temporada más débil, y dentro de lo malo, si tiene que pasar, que pase al principio.

Pero he aquí, que últimamente ya ni hay que esperar al segundo año para que la comida empiece a repetir. Si una serie debuta con éxito inimaginado y copa las nominaciones de premios sin nisiquiera haber llegado a su season finale, el hiato largo en su programación regular es el reto a batir. Después del parón, una de dos: 1) todo sigue igual o mejor, o 2) se pierde la magia. Si es este último caso, se trata del síndrome de la segunda mitad de la primera temporada, que obliga a cuestionar cualquier entusiasmo o excitación inicial con una serie, con riesgo de parecer bipolares ante aquellos conocidos a los que estuvimos machacando con las bonanzas de tal estreno y, que, pasados unos meses, soportan nuestras críticas y bostezos al respecto. Este año ha pasado con Glee y Modern Family.

Las chicas de ByTheWay recopilan en este completo post los movimientos mediáticos que se han organizado alrededor de la serie de Ryan Murphy, que no son pocos, y hacen un poco de autocrítica acerca del fenómeno que se ha montado alrededor. Está claro que la culpa es de nostros, la audiencia, por alimentar al monstruo de las galletas, y se entiende, porque se trata de un producto con un potencial enorme para ello. Pero ciñéndose a lo que vemos en pantalla, la serie ha sido un tanto ingrata y no ha sabido devolver el 'hype' que se le dio durante esos meses de parón. La segunda parte de la temporada ha sido de altibajos con capítulos ideales para aquellas noches de insomnio, sobre todo los protagonizados por Kurt y la momia de Finn, y algún que otro que de tan moralizante destruye la mala leche y tontería que deberían primar en los guiones.

Sin embargo, los episodios dedicados a Madonna y Lady Gaga correspondieron con creces a la anticipación que se creó en torno a ellos y la season finale tiene sus momentos brillantes gracias a la siempre desaprovechada Quinn Fabray y la siempre genial Sue Sylvester. A estas alturas, sigo pensando que se dejaron la piel en el capítulo 13 'Sectionals', una pseudo finale en el fondo, creyendo que de allí no pasaba la broma, y se quedaron sin gas para sostener lo que se les vino encima después. Ahora que han tenido tiempo para digerir la marabunta y saben que tienen asugurados de entrada 22 episodios para desarrollar tramas, sólo queda esperar si el equipo de Murphy remonta el vuelo y corrija errores (hacer más inteligente a Finn no sirve, quitarlo de en medio, sí). Una vez que se estrenen los nuevos capítulos se podrá valorar bien si hacia falta o no una tercera temporada. Por lo pronto, con el regusto de lo ya visto, la decisión se pasa de prematura, pero quién sabe.

Echando la vista atrás, Modern Family partía con el título de mejor estreno junto con The Good Wife, que ahora se queda sola en ese podio. Y la culpa no la tiene sólo el Applegate que nos vendió el iPad como ningún dependiente por más que lo intentara, sino demasiado entusiasmo. Después del hiato, los episodios dejan de sorprender y su estructura se somete a un bucle de repetición, en el que la moraleja del final resulta demasiado evidente, los chistes del medio dejan de hacer gracia y pasa lo peor que le puede ocurrir a un episodio cómico: que se haga eterna

En general, personajes como Alex pasan muy de puntillas, mientras que el resto de esa parte de la familia, on mención especial a la madre, Claire, se vuelve cansina conforme pasan los capítulos. Los cameos de Edward Norton y Benjamin Bratt son puntos exóticos que ayudan a maquillar un poco el conjunto pero no bastan para olvidarse de las irregularidades de la segunda mitad de la temporada. Tampoco la season finale, que se quedó un tanto descafeinada después de un doble capítulo con viaje a Hawaii incluido que sí tuvo ese aroma a cierre en lugar del ambiente más convencional del verdadero último episodio.

Lo dicho. Las nominaciones y reconocimientos están ahí, pero esto es a veces como ver un partido del genial Roger Federer. Realiza una lección de tenis en los primeros compases del partido y luego se echa a dormir para frustración de sus fans que, al final, siempre recuerdan la mejor parte del lance. O sea, el principio.

miércoles, 28 de julio de 2010

The Pacific intima pero no emociona


El frente pacífico de la Segunda Guerra Mundial, pese a su importancia, parece tan lejano como las tierras donde se asentó. Recuerdo haber pasado de puntillas siempre sobre ese hecho histórico en cualquiera de las clases de Historia Contemporánea que he tenido en mi vida. La parte más jugosa del conflicto se encontraba en Europa y sólo cuando tocaba contar el final de la contienda, con los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, era cuando una se acordaba de que también estaban luchando allá en el océano, en aquellos lunares diminutos en medio del azul. Algunas de esas islas que, por casualidad más que por estudio, podías saber que se llamaban Guadalcanal, Iwo Jima o Peleliu.

La proximidad geográfica, ese criterio que deja a veces grandes historias sin contar dependiendo del lugar en el que nos encontremos, puede ser culpable en parte de la sensación templada que me dejó el visionado de The Pacific (HBO). Y no sólo la cercanía sino el poco grado de explotación en el imaginario cultural que el "otro" frente ha tenido en comparación con el frente europeo donde los nazis son una fuente inagotable de inspiración. Estamos más acostumbrados al nazi matando al judío que al japonés torturando al chino, y eso vale también para explicar por qué Band of Brothers, pese a ser la clásica crónica de batallas mil veces revisadas me hace llorar una y otra vez, sin ni siquiera molestarse en mostrar a fondo la psique de los soldados más importantes de la Compañía Easy.

Porque pese al envoltorio de serie más cara de la historia y de sublime producción bélica, eso es lo que intentan hacer Hanks y Spielberg esta vez: retrospección en medio del zumbido de las balas. Se centran en el punto de vista de tres marines concretos, Robert Leckie, John Basilone y Eugene Sledge, durante el periplo que marcará sus vidas para siempre, pero que no llega a marcar al espectador. La distancia física y cultural que acabo de mencionar influye a priori, pero la grandeza de cualquier historia radica en saltarse esas barreras, algo que aquí no pasa porque falta algo aún teniendo un material precioso que sacar adelante.



¿Interpretaciones de cartón piedra, quizás? El personaje más interesante de entrada es el italiano de Jersey Basilone, un héroe de guerra de libro, con final trágico y con buques de guerra estadounidenses bautizados con su nombre. Jon Seda no transmite nada de lo que debería ser un tipo carismático y prematuramente atormentado, y aunque le dedican un episodio entero, pasa desapercibido.

Algo que también le ocurre a Leckie (James Badge Dale). Un personaje gris de inicio, con unas relaciones familiares frías, que se queda por la mitad diluido porque no hay pasión en la forma en como se nos cuentan sus circunstancias. Al final, Sledge (Joseph Mazzello), otro de tantos niños bien de la época con aspiraciones de salvar el mundo, se hace con el papel protagónico conforme pasan los capítulos, pero por la cantidad de minutos que disfruta no porque el personaje atrape con la destrucción de sus convicciones ante el horror del olor de los cadávares sobre el barro que deja la tormenta. La ambigüedad moral que manifestaba su compañero Merriel 'Snafu' Shelton (Rami Malek) resulta más interesante. Un individuo que no sabes si te puede traicionar o prestarte su chubasquero según le dé el aire. Como la guerra.

Si la intención en The Pacific consistía en describir batallas interiores, la pólvora de la emoción está mojada. Una pena, porque en verdad que era de la mejor calidad.

domingo, 11 de julio de 2010

The Good Wife es reservada y arrasa

Alicia Florrick llegó a hurtadillas a la fiesta, haciendo gala de su condición de cenicienta, representando tiempos pasados en televisión y con pocas posibilidades de convertirse en la reina del baile. Que si más de lo mismo, que si las series de abogados aburren más que el arroz blanco, que otra serie más para la saca de la CBS... Básicamente, eso era lo que daba a entender a principios de temporada cuando vi el piloto de The Good Wife casi a última hora y sin esperar la segunda venida de Cristo en cuanto a series.

No es que sea una ficción reveladora en sus formas y fondo, pero sí se puede hablar de drama revelación del año, visible en las nominaciones y premios conseguidas. Julianna Margulies en su regreso a la televisión tras ER ya tiene un Globo de Oro tras el brazo y amenaza con repetir experiencia en los Emmys, en los que además de en actriz principal, la serie cuenta con nominaciones en serie dramática y una doble en actriz secundaria para Archie Panjabi y Christine Baranski. Suelo darle muy poca importancia a este tipo de premios porque creo que no reflejan ni mucho menos series de calidad que merecerían alguna que otra nominación, pero la presencia de The Good Wife en las listas no puede ser más justa.

Su nominación como mejor serie dramática se debe a la unión de esos pequeños detalles y grandes secundarios que nos han ido enamorando a lo largo de 23 capítulos, además de la perfecta conjunción entre la compleja trama personal de la protagonista y el esquema autoconclusivo de cada episodio. En muy pocas de las entregas el caso de la semana ensombrecía el foco sobre la situación de Alicia, ya sea como como esposa que se debate entre el perdón y el castigo, o como mujer con nuevas ilusiones tanto profesionales como sentimentales. La season finale no fue más que el punto de fuga donde confluía el conflicto de Florrick, a la que la infidelidad de su marido le ha ido enseñando a tomar sus propias decisiones y planteándole retos día a día, a veces con altas dosis de estrés. Veremos el resultado de la más grande de las decisiones que debe tomar Alicia en la segunda temporada.

Pero, además, de lo orgánico que resulta el visionado de la serie, donde realmente destaca es en las interpretaciones de los actores que dan vida al bufete Lockhart & Gardner. Mucha de la culpa la tiene, como se acaba de decir, el diseño de personajes, pero el toque sibilino y la voz que le aporta Panjabi a Kalinda multiplica el misterio de la investigadora. Lo mismo ocurre con Diane Lockhart a la que sólo el físico de Baranski añade ese aire temible y de abogada implacable que ya está dentro del personaje. No extraña que hayan obtenido mención aparte de Margulies. Pero tanto Josh Charles (Will Gardner) como Chris Noth (Peter Florrick) tampoco son nuevos en el oficio y Matt Czuchry convence en su papel de Cary. Las sonrisillas de Czuchry le van que ni pintadas al carácter del personaje, al que no sabíamos si querer u odiar por eso de que era el rival de Alicia.

¿Qué problemas deberá enfrentar la buena esposa el próximo año? Si este verano no quieres hacer trabajar en exceso al cerebro con dramas o comedias sesudos, pero tampoco quieres que críe michelines con productos de consumo rápido, The Good Wife cuenta con el suficiente equilibrio y solidez para que tu visionado no acabe en desastre.