lunes, 28 de febrero de 2011

Torchwood, sobreviviendo a la Cyberwoman

En mi empeño por ir paso a paso con el universo de Doctor Who, le ha tocado el turno a la primera temporada de Torchwood, el 'spin-off' protagonizado por el carismático Capitán Jack Harkness, al que conocimos en la primera temporada de las aventuras del nuevo Doctor. Esta serie de la BBC, estrenada en 2006 bajo la batuta del mismo Russell T. Davies, cuenta con un tono más adulto y oscuro que la ficción de la que deriva, y se centra en mostrar en qué consisten las actividades del aquel famoso y secreto Instituto Torchwood que tan indisimuladamente se nombró a lo largo del segundo año de Doctor Who. Puede darse el caso de que quien sólo haya visto Torchwood no logre entender mucho de lo que sucede con el personaje de Harkness, lo cual es un problema porque dos tercios del atractivo de la serie, al menos en este volumen de apertura, corresponden al Capitán yankee. Por eso, desde aquí aprovecho para insistir en que vale mucho la pena ver los dos primeros años de Doctor Who antes de embarcarse con el 'spin-off'. Más que nada, porque no estamos ante una secuela al uso que se pueda disfrutar de forma separada, ya que el vínculo de la trama de Harkness con la serie matriz es demasiado relevante.

Localizada en la capital de Gales, Cardiff, la base Torchwood Three se dedica a combatir en secreto cualquier tipo de ameneza alienígena en nombre del gobierno británico. En la base, escondida bajo una plaza muy transitada de la ciudad, trabajan la hacker Toshiko Sato (Naoko Mori) , el biomédico Owen Harper (Burn Gorman), el azafato Ianto (Gareth David-Lloyd) y Susie la mecánico, que responden a las órdenes de su jefe, el misterioso Capitán Jack Harkness (John Barrowman), de cuya vida apenas saben unos pocos detalles. Esta intriga es menor para el espectador de Doctor Who, que fue testigo de cómo Harkness ayudó al Doctor a derrotar a los Daleks. No obstante, hay algo que éste no sabe: los efectos secundarios que esa batalla dejó en el Capitán. El episodio piloto de Torchwood nos presenta también a otro de los personajes clave de la serie, Gwen Cooper (Eve Myles), una joven policía local que entrará a formar parte del equipo después de que Susie traicione a sus compañeros. La curiosidad y persistencia de Gwen arrinconan a Harkness que, de una forma gráfica, le revela su condición de inmortal y la hace prometer que no se lo contará a nadie. (SPOILER de Doctor Who 1) Y es que cuando Rose Tyler le devolvió la vida haciendo uso de la energía del vórtice espacio-temporal en la season finale 'Parting of the Ways', lo dejó un cargamento para toda la eternidad. (FIN)

Como su serie madre, la primera temporada de Torchwood se caracteriza por contar con un total de trece capítulos estructurados al estilo 'monstruo de la semana', esto es, con una amenaza que empieza y y acaba en el mismo episodio como ocurre con los casos de las series procedimentales. Aunque, a diferencia de los remilgos de algunas series de este género, aquí no se andan con muchos miramientos, y se muestran historias atrevidas tanto en forma como en contenido, acordes al tipo de horario y público al que se dirige la serie. Este riesgo en las tramas es evidente en los primeros compases de la temporada, en los que la producción lucha para encontrarse a sí misma, dubitativa en profundizar en el personaje Harkness, y en el resto, o dar más importancia al misterio de cada episodio.



Es en esta última cuestión donde radica el principal defecto de esta tanda de capítulos. Por un lado, la serie quiere dar una apariencia de cierta seriedad, y de atrevimiento, como son esas tramas en ambientes turbios o con mucha carga sexual, pero que aplicadas a algunos de los villanos que pueblan la serie se quedan en puro 'camp', provocando más de una risa. No en vano, ahí queda de ejemplo el segundo capítulo de la serie, 'Day One', más conocido como el de la muerte por kiki. Eso, por no mencionar el infeble episodio de la cyberwoman, sacado directamente de una película de serie Z, que, de tan malo, se carga de un plumazo en sólo 45 minutos la continuidad del mito de los cybermen. Una chapuza en toda regla.

Por suerte, la serie muestra su potencial cuando se centra en su galería de personajes peculiares, todos ellos con problemas de sociabilidad y sin apenas vida social debido al trabajo que desempeñan. Todo lo contrario que Gwen, que por ser la novata, se abandona a la emoción del mundo privado que acaba de descubrir, lo cuál le crea más de un problema con su novio Rhys. La confianza, salpicada con una pizca de tensión, que se va forjando entre Gwen y el Capitán avanza poco a poco y sirve como ventana a la personalidad de Harkness, un tipo mucho más oscuro y complicado de lo que pueda dar a entender su fachada de conquistador caradura . Es en estos momentos cuando la producción de Davies se deja ir y es capaz de brindar escenas relevantes y una poderosa recta final de temporada que alcanza su máximo con el meláncolico 'Captain Jack Harkness', un episodio clave por lo que cuenta del pasado de este veterano de guerra.

No estamos ante una producción para todos los paladares, y el recorrido irregular de la temporada desde luego no ayuda a dibujar un garabato demasiado decente, pero ante la promesa de un salto de fe en la segunda entrega, me quedo cazando aliens hasta nuevo aviso.

sábado, 12 de febrero de 2011

The CW quiere montar un aquelarre

A veces pienso que The CW, de tan adolescente que es, hasta mimetiza comportamientos del target al se dirige la 'netlet'. Ya sabe que muchos hijos de vecino entre los 12 y los 18 años pasan por diferentes fases desde la etapa choni-raperilla a la moderna-gafapástica seguidora del videoarte (una misma persona es capaz de pasar por muchas tribus urbanas en su vida), según las modas del momento. Pues bien, después del bombardeo de dramas centrados en jóvenes ricos y 'chic', la cadena comandada por Dawn Ostroff quiere seguir potenciando su experiencia en asuntos sobrenaturales tan en boga con el encargo de un piloto basado en la serie de libros The Secret Circle, sobre una mujer que se muda a un nuevo pueblo, donde descubre que es una bruja, pero no una mindundi, sino una por la que se volverá a desencadenar eterna la lucha entre el bien y el mal, cuyo parón navideño estaba durando demasiado.

Con este argumento lo primero que viene a la mente es una nostalgia por la etapa 'buffyana' que marcó una gran parte de la vida de la difunta Warner, la madre de la criatura CW. Buffy: The Vampire Slayer (1997-2003) y Angel (1999-2004) se repartían el bacalao en cuanto a seres del más allá a principios del milenio, y contaban con el añadido de que formaban parte de un mismo universo de ficción. Después, ambas series terminaron su andadura casi al mismo tiempo que otra de las glorias de la cadena del mítico estudio cinematográfico, Dawson's Creek (1998-2003), dejando solas las Gilmore de Star Hollow, que sólo sobrevivieron al primer año de la fusión con UPN, en 2006.

The CW no se ha caracterizado por emular las audiencias alcanzadas por Warner, no al menos hasta hace un par de temporadas, cuando Kevin Williamson se puso detrás del proyecto de adaptación de The Vampires Diaries, que se ha convertido en el sancta sanctorum de la cadena verde por acumular méritos más que evidentes en la competida noche de los jueves. Y como en en televisión el éxito es ultrafugaz, no hay nada mejor que explotar el filón.

Además de los parecidos en el plateamiento, la referencia a las series de Joss Whedon también sirve para detectar un claro intento de The CW por construir una marca entorno a las historias de L.J. Smith, creadora de los hermanos Salvatore, protagonistas de la serie de vampiros, pero también de la bruja novata de The Secret Circle (las portadas de ambos libros son casi iguales). Encima, Williamson doblará en su labor de showrunner y se pondrá a cocinar ancas de rana para sacar adelante el piloto. Si la pócima sale bien, Dawn Ostroff ya puede subirle los honorarios a ambos.

Sin olvidarnos de la veterana Supernatural, que resiste cancelaciones hasta nuevo aviso, con este anuncio queda confirmado que The CW prefiere pasar su tiempo libre estos días en pueblos con pinta de ser un agujero, pero donde siempre ocurren cosas raras, en vez de tostarse a orilla de la piscina, copa de champán en mano.

lunes, 7 de febrero de 2011

El 'lip service' de la BBC

El tercer canal de la BBC es el campo de experimentos de la corporación británica, reconocido por ellos mismos: "The digital TV that's never afraid to try something new". Y me creo la afirmación, aunque mi experiencia con el canal sólo se limita a dos series hasta el momento. La primera de ellas es Being Human, que acaba de empezar su tercera tanda de capítulos, y la segunda, Lip Service, unas de las apuestas de la actual temporada televisiva, y que confirma que el slogan no son palabras vacías, al menos en el ámbito de las televisiones públicas, donde The Beeb siempre ha sido sinónimo de innovación y riesgo. La verdad, no me imagino otro servicio público en Europa que se atreva con una serie sobre lesbianas, cargada de sexo y de otras sustancias como éste que nos ocupa ahora.

En realidad, la etiqueta de serie 'sobre' lesbianas, no es del todo precisa. Se trata, más bien, de un drama 'con' lesbianas, centrado en las relaciones de un grupo de amigos de Glasgow (Escocia), en el que se da el caso de que las mujeres gay son mayoría y ocupan los roles protagonistas. Cat (Laura Fraser), Tess (Fiona Button), Ed (James Anthony Pearson), Jay (Emun Elliot) son testigos del regreso al hogar de Frankie (Ruta Gedmintas), que, tras dos años ausente, volverá para enterrar a su tía Carol y saber qué era aquello que le quería contar antes de morir. Sin embargo, y en la mejor tradición de los elementos indeseados, la vuelta de la fotógrafa reabrirá viejas heridas que están muy lejos de cicatrizar, el tema central que atraviesa cada uno de los seis capítulos que componen esta primera temporada.

Mientras que todos la reciben con estusiasmo, su presencia causa migrañas en Cat, resentida después de que Frankie se montara sin avisar en el primer vuelo a Nueva York cuando su relación empezó a ponerse seria. Además, para rizar más el rizo, Frankie sabe en qué momento hacer sus apariciones, puesto que Cat ha empezado a salir con Sam (Heather Peace), una policía. Triángulo a la vista, entre la mala espina clavada y la relación sana, del que depende gran parte del peso de Frankie como personaje, además de su complicada situación familiar. De entrada, no es de esas personalidades que caiga bien. Egoísta, autodestructiva y usuaria del sexo y las drogas como vía de escape a los problemas, sus acciones tienen consecuencias en cada uno de los personajes secundarios, para bien y para mal. Todo lo contrario que Cat, que vive una vida demasiado ordenada como arquitecta y cuesta imaginarla al lado de Frankie.

Con unos caracteres tan marcados y diferentes, el guión tarda demasiado en dejar ver parte de ese vínculo que unía a las dos en el pasado, algo que afecta a la interpretación de las actrices, con una evidente diferencia de edad (en la ficción se llevan dos años), y cuya química no comienza a dar señales de vida hasta pasados un par de episodios. Tampoco ayuda la incorporación de Sadie (Natasha O'Keeffe), una robascenas de cuidado, amante ocasional de Frankie, que se acaba convirtiendo en uno de los personajes más sorprendentes por su amoralidad y hedonismo libre de traumas, que da lugar a una de las escenas que ocupan el podio WTF de lo que podido ver últimamente.

La escenas de alto voltaje están a la orden del día en Lip Service, y aunque la mayoría de las veces cumplen su función en la trama, en otras, el tema se va un poco de las manos y hacen pensar que están puestas de parche para tapar las carencias de ritmo en algunos puntos de la historia, claramente polarizada entre la búsqueda privada de Frankie y su tirante relación con Cat, que, eso sí, no defrauda en eso de ganarse antipatías por indecisa y nada sincera (el título de la serie, dobles sentidos aparte, es un 'idiom' referente a la falta de honestidad). Justo lo que se le pide a todo buen personaje en medio de un triángulo.

Para sacarle kilos dramáticos al tono de la serie, tenemos a Tess, actriz con poca fortuna, y menos todavía en sus relaciones, pues siempre acaba con la peor de cada casa. Torpe como la que más es inevitable no reírse con sus meteduras de pata y que resulte entrañable en el tándem que forma con Ed, hermano de Cat y aspirante a escritor, que bebe los vientos en secreto por su amiga. El otro chico, Jay, un ligón empedernido, se debate entre la estabilidad de su relación con su novia o el regreso a las noches locas, una lucha interna a la que está invitada Frankie en representación del 'lado oscuro'.

Como ya comentamos, el acento en las relaciones con todo lo que tienen de montaña rusa emocional, es el eje que mueve a la serie. No en vano, su creadora, Harriet Braun, viene de la cantera de Mistresses, otro drama que enganchaba por la intensidad de las interacciones entre sus personajes. Lip Service, en este sentido, potencia posicionamientos radicales a favor o en contra de los portagonistas que es lo que se le pide a cualquier melodrama. En conjunto, está por debajo de la calidad de otras producciones de la casa, pero si realmente la etiquetamos como una serie lésbica, supone algo diferente al lado de productos pioneros en este aspecto, como The L Word (Showtime, 2004-2009), con la que se la ha venido comparando.


La resaca de mañana va a ser mundial.

Con independencia de los parecidos razonables entre los personajes de Shane y Frankie (modernas con pinta de no haber comido en un mes), las pretensiones de ambas series no pueden ser más distintas en sus sus temporadas de debut, al menos desde mi punto de vista como espectadora heterosexual. Aunque en la ficción de Showtime las relaciones tengan su peso y haya situaciones disparatadas, se aprecia al mismo tiempo una vocación sociológica de intentar reflejar un ambiente concreto, el de la comunidad de lesbianas de Los Ángeles, hasta el punto de convertirlo en un personaje más de la serie. La producción de la BBC, por el contrario, no pone el foco en la orientación de sus protagonistas, por lo que los líos en los que se ven envueltas son el motor exclusivo de las tramas de la serie. Todo esto, junto el mundo donde se mueven los personajes (aquí no viven en chalets con piscinas) contribuyen a crear un producto más cercano y con menos afán enciclopédico que The L Word, que, en este sentido, cumplió a la hora de poner sobre la mesa temas que resultaban desconocidos o que había sido poco tratados en televisión hasta ese momento.

Renovada para una segunda temporada, Lip Service no va más allá de ser un drama sexy, que hará las delicias de aquellos que disfrutan viendo las tribulaciones un grupo de personajes, y sus múltiples meteduras de pata emocionales. Lo que viene siendo un culebrón, en resumidas cuentas. Debe corregir algunas pájaras mentales que dañan el resultado global, pero atrapa lo suficiente como para querer saber qué le deparará a Frankie y compañía el próximo año.