Como muchos otros ilustres hijos de la Gran Bretaña, Charlie Brooker es un provocador. Hace unos años ya se atrevió a reírse de una institución catódica como Big Brother aderezándola de muertos vivientes, y ahora, fiel a la misma mala baba que exhibe en su columna de The Guardian, este comediante y periodista se atreve a atizar con Black Mirror (Channel 4) a nada menos que el sanctasanctórum de la vida moderna: la tecnología. Fuentes de progreso y conectividad y ventanas a mundos lejanos, las pantallas no resultan tan amigables cuando están apagadas y proyectan su propia oscuridad en el rostro de quien las mira. Pero, a veces, tampoco hace falta darle al 'off' para saber que sigue habiendo puntos sombríos en esas interfaces brillantes. Aunque, en este caso, ¿es la oscuridad de la propia pantalla o la nuestra la que se refleja en ellas?
Críticas a los vicios tecnológicos las hay a montones, unas más obvias que otras, aunque sólo unas cuantas aprovechan para indagar de verdad en qué parte de responsabilidad tiene el hombre para que se pierda de tal manera frente a las pantallas. En este sentido, los tres episodios de miniserie que brinda Brooker no se caracterizan por la sutilidad de la sátira que realizan, pero el panorama que pintan no es nada complaciente para los usuarios, que, de ser víctimas de algo, lo son sólo de sí mismos. La tecnología vendría a ser como el altavoz de los más bajos instintos y debilidades.
En la primera entrega, 'The National Anthem', el foco se centra en las redes sociales (concretamente YouTube) y en su influencia para dejar al descubierto las carencias de un poder político más preocupado por el qué dirán y las encuestas que de seguir los dictados del "Haz lo que debas" kantiano. Este episodio, con la historia tan chocante de la princesa secuestrada y el grave dilema del Primer Ministro obligado a tener sexo con un cerdo delante de toda la nación a cambio de liberarla, supone toda una declaración de por dónde van a ir los tiros en Black Mirror: a todos los rincones posibles. La imagen de los ciudadanos entregados en masa a un peculiar espectáculo de suspense en tiempo real es especialmente turbadora en línea con toda la propuesta, que nace en el punto álgido de la exageración y el bizarrismo y no se baja de ahí hasta que ruedan los créditos. Sin duda, es el capítulo más irreverente y atrevido de los tres, pero quizá la idea que pretende transmitir queda un tanto vampirizada por el poderoso envoltorio.
La siguiente hora, '15 Million Merits', sitúa al espectador en un futuro distópico, en los que los seres humanos se pasan la vida pedaleando sobre bicicletas estáticas para generar, como si fuesen esclavos, energía y monedas virtuales que pueden gastar en la forma de ocio virtual que deseen. En una perversión del viejo dicho "vivir para trabajar" aquí todo se torna en un "vivir para entretenerse" que golpea directamente al corazón de los avatares xboxianos y Second Life de turno y de las sociedades de consumo narcotizadas en donde los concursantes de reality shows son el ejemplo a seguir. La crítica se mezcla con una bonita historia de amor a la vieja usanza que pone en relieve la banalización y domesticación de los valores humanos a manos de un sistema que lo tiene todo medido para su propio beneficio, y que se las ingenia para que se pueda salir de él. Lejos del vendaval que supone el primer capítulo, pero sí más ambicioso en el plano técnico, el relato flaquea en algunos momentos, contagíandose del mismo tedio que viven sus protagonistas.
Como si la miniserie fuera afinando la puntería un poco más en cada una de las entregas, el tercer y último capítulo (curiosamente el único que no firma Brooker) es el más logrado y equilibrado de los tres. Mucho más comedido en lo visual, pero igual de distópico que su predecesor, 'The Entire History of You destaca porque en él cristalizan las intenciones de un producto como Black Mirror. El sueño de la memoria, es decir, de recordar toda nuestra vida, se ha hecho realidad gracias a una especie de 'grano' que se implanta dentro de la cabeza y que permite grabar todo lo vivido para después revisitar esos momentos en nuestra retina como si ésta fuera una TV portátil o en la propia tele de plasma del salón. Las prestaciones son tan grandes que hasta se puede hacer zoom en la hoja del examen de hace unas horas para ver si efectivamente uno puso esa coma que pensaba que no había puesto. Es, pues, droga dura para los inseguros, ¿y qué hay más inseguro que una persona carcomida por los celos? Este tercer acto se recrea en esos corazones que ven (demasiado) y sí sienten (demasiado) porque no han hecho las paces con las dudas de su propia vida y de aquellos que los rodean. Otra vez, el verdadero peligro es más humano que tecnológico.
Uno de los sorpresones tardíos del año pasado, Black Mirror es merecedora de todos los parabienes que ha ido recibiendo por parte de aficionados y crítica. Ejemplo de hasta dónde puede llegar las buenas historias historias y los buenos guiones. Una miniserie muy obligatoria.
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