
¿Recordáis aquella frase tan sabia de "Las segundas partes nunca fueron buenas salvo las de
Padrino y
Star Wars"? En el mundo de las series suele ocurrir que las segundas temporadas mejoran la novedad que supone la primera (ahí están algunas de las joyas HBO y Showtime, mis adoradas
Alias y
BsG,
How I met your mother antes de la caída... hasta, ejem,
Grey's antes del consumo de sustancias) salvo ejemplos tan sonados en series de culto recientes como
Lost y
Heroes (sí, de culto a nuestro pesar),
o Mujeres Desesperadas o
True Blood en cuyos capítulos del segundo volumen se pasó de mostrar la típica reacción a qué rápido pasa el tiempo cuando se está entretenido a "¡¿Sólo llevo un cuarto de hora?!". Toda ficción en televisión, en mayor o menor grado, tiene su temporada más débil, y dentro de lo malo, si tiene que pasar, que pase al principio.
Pero he aquí, que últimamente ya ni hay que esperar al segundo año para que la comida empiece a repetir. Si una serie debuta con éxito inimaginado y copa las nominaciones de premios sin nisiquiera haber llegado a su season finale, el hiato largo en su programación regular es el reto a batir. Después del parón, una de dos: 1) todo sigue igual o mejor, o 2) se pierde la magia. Si es este último caso, se trata del
síndrome de la segunda mitad de la primera temporada, que obliga a cuestionar cualquier entusiasmo o excitación inicial con una serie, con riesgo de parecer bipolares ante aquellos conocidos a los que estuvimos machacando con las bonanzas de tal estreno y, que, pasados unos meses, soportan nuestras críticas y bostezos al respecto. Este año ha pasado con
Glee y
Modern Family.
Las chicas de ByTheWay recopilan en este completo
post los movimientos mediáticos que se han organizado alrededor de la serie de Ryan Murphy, que no son pocos, y hacen un poco de autocrítica acerca del fenómeno que se ha montado alrededor. Está claro que la culpa es de nostros, la audiencia, por alimentar al monstruo de las galletas, y se entiende, porque se trata de un producto con un potencial enorme para ello. Pero ciñéndose a lo que vemos en pantalla, la serie ha sido un tanto
ingrata y no ha sabido devolver el 'hype' que se le dio durante esos meses de parón. La segunda parte de la temporada ha sido de altibajos con capítulos ideales para aquellas noches de insomnio, sobre todo los protagonizados por Kurt y la momia de Finn, y algún que otro que de tan moralizante destruye la mala leche y tontería que deberían primar en los guiones.
Sin embargo, los episodios dedicados a Madonna y Lady Gaga correspondieron con creces a la anticipación que se creó en torno a ellos y la season finale tiene sus momentos brillantes gracias a la siempre desaprovechada Quinn Fabray y la siempre genial Sue Sylvester. A estas alturas, sigo pensando que se dejaron la piel en el capítulo 13 'Sectionals', una pseudo finale en el fondo, creyendo que de allí no pasaba la broma, y se quedaron sin gas para sostener lo que se les vino encima después. Ahora que han tenido tiempo para digerir la marabunta y saben que tienen asugurados de entrada 22 episodios para desarrollar tramas, sólo queda esperar si el equipo de Murphy remonta e

l vuelo y corrija errores (hacer más inteligente a Finn no sirve, quitarlo de en medio, sí). Una vez que se estrenen los nuevos capítulos se podrá valorar bien si hacia falta o no una tercera temporada. Por lo pronto, con el regusto de lo ya visto, la decisión se pasa de prematura, pero quién sabe.
Echando la vista
atrás,
Modern Family partía con el título de mejor estreno junto con
The Good Wife, que ahora se queda sola en ese podio. Y la culpa no la tiene sólo el Applegate que nos vendió el iPad como ningún dependiente por más que lo intentara, sino demasiado entusiasmo. Después del hiato, los episodios dejan de sorprender y su estructura se somete a un bucle de repetición, en el que la moraleja del final resulta demasiado evidente, los chistes del medio dejan de hacer gracia y pasa lo peor que le puede ocurrir a un episodio cómico: que se haga eterna
En general, personajes como Alex pasan muy de puntillas, mientras que el resto de esa parte de la familia, on mención especial a la madre, Claire, se vuelve cansina conforme pasan los capítulos. Los cameos de Edward Norton y Benjamin Bratt son puntos exóticos que ayudan a maquillar un poco el conjunto pero no bastan para olvidarse de las irregularidades de la segunda mitad de la temporada. Tampoco la season finale, que se quedó un tanto
descafeinada después de un doble capítulo con viaje a Hawaii incluido que sí tuvo ese aroma a cierre en lugar del ambiente más convencional del verdadero último episodio.
Lo dicho. Las nominaciones y reconocimientos están ahí, pero esto es a veces como ver un partido del genial Roger Federer. Realiza una lección de tenis en los primeros compases del partido y luego se echa a dormir para frustración de sus fans que, al final, siempre recuerdan la mejor parte del lance. O sea, el principio.