ORDEN (CARIÑOSA) DE STARBUCK AL SOLDADO: Saca tu frakkin' trasero de aquí si no has visto la segunda temporada de BSG, porque paso de perder el tiempo defendiéndote frente a los spoilers.Y seguimos con la ronda de posts dedicados a diseccionar mi actual obsesión veraniega. ¿Preparado/a para un salto FTL hacia la
segunda temporada de
Battlestar Galactica? A estas alturas de la película, el hotel de Series a la Parrilla ha habilitado una suite de lujo permanente para esta criatura. Normalmente, mis series se alojan en camas supletorias, habitaciones dobles, individuales y en suites. Pues ya os podéis imaginar lo que le ha costado a Ronald D. Moore y David Eick subir de categoría. Un ascenso estratosférico, pero, ¿qué más ofrecer si
el invento no para de superarse a sí mismo?
Los 20 capítulos de esta etapa reventaron todas las expectativas tras el impactante final de la
primera temporada. Salvo un par de lances en la segunda parte del año, la historia aumenta el ritmo sin dejar de profundizar en todos los elementos que nos habían presentado con anterioridad, y por si no era bastante ya, se cubre de
sombras. Este cambio es especialmente significativo en el caso de Starbuck, que deja un poco de lado esa chulería tan suya, y se muestra vulnerable ya sea por relación con el guerrillero Sam Anders, su atracción hacia Adama junior (momento toalla...), o por su pasado de niña maltratada que se nos descubre en esa planta de inseminación cylon en la Caprica ocupada. Un lugar que pondría los pelos de punta a cualquiera, para qué engañarnos.
El proceso de autodestrucción en el que se embarca Kara Thrace tiene su reflejo en sus cada vez más arriesgadas maniobras de vuelo y su relación con la botella, algo que la acerca a su destestado Coronel Tigh, que, manipulado por su señora y víctima de su autocomplacencia, por poco pone la Flota al borde del colapso

político. Porque si algo nos ha enseñado esta segunda temporada, es que sin Adama senior aquello es el cachondeo de la dictadura. Tigh debería dar gracias de que el Comandante no muriera en la mesa de operaciones y que, al final, se calmaran las aguas con la Presidenta Roslin. Laura consiguió lo que se proponía y, flecha de Apolo en mano, convenció a todos de que había un camino a la Tierra. Quizá lo más sorprendente de todo esto fuera la vital ayudada prestada por Starbuck, ya que es un personaje del que nadie esperaría que tuviese inquietudes religiosas.
Como buen reflejo de praxis política, el acuerdo del Gobierno despuesto con el ex terrorista Tom Zarek demuestra que cuando hay un enemigo común poco importan los bandos y se pueden limar asperezas. Precisamente, Adama parece sucumbir a la propuesta visionaria de la Presidenta y esa escena en Kobol bajo el toldo rezuma la suficiente química como para indicar que ahí hay más que una alianza de líderes. El juego de miradas, los silencios y el calmado registro dramático que ofrecen Edward James Olmos y Mary McDonnell en sus escenas juntos enriquecen un guión espectacular en todas sus aristas.
El libreto de BSG es, hasta el momento,
la mejor metáfora de lo ocurrido a nivel internacional en esta primera década del siglo XXI. Esta afirmación se hace más patente si cabe en el punto clave de esta temporada: el arco argumental de la Estrella de Combate Pegasus. Tres capítulos que no dejan descansar la conciencia del espectador que se empieza a
cuestionar qué es lo correcto y quién es más humano: los hombres o los cylon. En esta tarea, la responsabilidad recae en Michelle Forbes, que logra un retrato realmente despadiado de la Almirante Helena Cain, cuya tripulación se presenta antagónica frente a la de Adama. Muy turbio todo lo que lo que rodea a esa battlestar, cercana en formas y en modus operandi a las cárceles de Abu Ghraib.
La Pegasus representa la podredumbre del alma humana cuando obvia los efectos colaterales que puede acarrear conseguir un objetivo, e implanta un gobierno basado en el miedo como el que se estableció tras los atentados del 11-S. ¿Podría Adama haberse convertido en un Cain si no llega a existir una Roslin que lo pare? Esta subtrama recuerda que no hay blancos o negros, que el enemigo puede estar en tu propia casa y arrastrarte hacia una guerra civil. Hombres contra hombres, una constante en toda la historia de la humanidad, de ahí q

ue resulte cuanto menos irónica esa frase que le dice la cylon Sharon II a Adama: "Usted dijo en un discurso que la humanidad nunca se preguntó por qué merecía sobrevivir. Quizá no lo merezca".
Al igual que los humanos, los cylon no son todos unas 'tostadoras' cortadas por el mismo patrón como se advierte en 'Downloaded', otra de las perlas de esta tanda de episodios en las que se nos muestra cómo resucitan y en donde cobra sentido otra revelación de Sharon II, esta vez a Starbuck: "La muerte se convierte en una experiencia de aprendizaje". Boomer o Sharon I se despierta en medio de aquello que su programación le hace odiar y, a la vez, recibiendo el trato de heroína junto con una vieja conocida por los aficionados: la Six original de Baltar, ahora llamada Caprica. Plenamente conscientes de su vida anterior, ambas han desarrollado una afinidad con los humanos, de ahí que se erijan en adalides de una convivencia pacífica entre ambos pueblos y se atrevan a desafiar al gran fichaje de Lucy Lawless (Xena, para los amigos), en la piel de D'Anna Biers o Number Three. Su ocurrencia desembocará en el
segundo final taquicárdico de temporada de la serie.
Aunque, claro está, siempre tiene que haber alguien que eche una mano desde fuera. Por supuesto, hablo de Gaius Baltar, quien, por extensión, me hizo odiar al teniente Gaeta (Alessandro Juliani) por bocazas. Vale que Roslin en ocasiones es una soprana de la vida, y lo de amañar las elecciones es un acto más que reprobable, pero no quedaba otra alternativa. Cualquier cosa antes de que ganase el oportunista de Baltar. Desgraciadamente, se descubrió el pastel que había preparado la nueva ayudante de la Presidenta, Tory, que había obtenido el apoyo de, atención, ¡el Coronel Tigh! Quien lo diría después de todo lo que le dijo a Roslin en la primera temporada...
"Voy a barrer el suelo contigo, Gaius" (Presidenta Roslin a Baltar)
Más allá de la anécdota, lo interesante de esta subtrama es el
uso de las armas políticas. Por un lado tenemos a una Roslin con un programa más a largo plazo, que implica un constante esfuerzo diario por parte de toda la Flota (incluso va en contra de sus convicciones proaborto para ganarse a los devotos de la Colonia Geminon), y, por otro, tenemos la visión cortoplacista de Baltar apoyada en el descubrimiento de un supuesto nuevo hogar para la humanidad. Al final, en votos reales gana la opción má

s atractiva y cómoda, y, por qué no, más humana. Normal, la Flota está cansada de dar tumbos por el espacio y el doctor vende (falsa) esperanza con su Nueva Caprica.
El nuevo Presidente de las Doce Colonias y su conciencia Six continúan hablando de lo divino y lo humano, una conversación que llega niveles de éxtasis teresiano en los primeros capítulos cuando alaban a la primera de la nueva generación de Dios, es decir, Hera, la hija híbrida de Karl 'Helo' Agathon (Tahmoh Penikett) y Sharon II. Estos dos personajes funcionan como excelentes
catalizadores de conflictos y generar continuamente esas dudas de las que hablábamos antes. Ella, porque por amor ha decidido abandonar a los de su especie y lucha por ser aceptada en su nuevo entorno, y él, porque su amor hacia ella le lleva a cometer actos contra su propia raza. Así, es imposible no conectar con estos dos incomprendidos cuando Roslin en modo fascista conspira para acabar con el bebé ya que lo considera una amenaza para la Flota, o cuando, una vez nacido, se enteran de que ha "muerto". En ambas situaciones: mal, Laura, mal.
Podría extenderme mucho más, pero no quiero adelantar acontecimientos y personajes que se explican mejor en la siguiente temporada, porque,
tras ver esta segunda etapa, definitivamente puedo decir que Battlestar Galactica es mucho más que ciencia ficción.