sábado, 15 de enero de 2011

Mistresses, unas veces, de lujo, otras, no tanto

Las pasadas Navidades fuimos unos cuantos los blogueros y twitteros que nos pusimos a seguir las conversaciones, aventuras, puñaladas de un grupo de cuatro amigas... No, no son de Nueva York, sino de Bristol (parece que no hay otra ciudad en Inglaterra donde situar series) y ninguna de ellas se compra Manolos y se paga el alquiler únicamente gracias a su sueldo de columnista en un periódico. De verdad, ¿por qué siempre hay que comparar cualquier serie de mujeres con Sexo en Nueva York, aunque se trate de un drama? Por su argumento, Mistresses (BBC, 2008-2010) podría resultar un producto demasiado frívolo para lo que acostumbra a presentar la corporación británica, pero esta afirmación se coge con pinzas una vez que se entra en cualquiera de los 16 episodios que componen las tres temporadas de esta producción, sobre todo, durante el primer año.

El primer bloque es, en líneas generales, el más sólido y el que mejor equilibra la comedia con el drama, además de hacer una coherente presentación de las cuatro mistresses protagonistas: Siobhan, la abogada que está intentando quedarse embarazada de su marido, pero con un gusto por las relaciones peligrosas; Jessica, organizadora de eventos, la más joven y amante de la vida, con cero ganas de compromiso y muchas de experimentar; Trudi, la viuda y estresada madre de familia; y Katie, la médico que estaba viviendo un affair con unos de sus pacientes terminales y, en cierta manera, roca sobre la que se apoyan las demás.

Aunque disfruten de tardes de tés juntas, no son el tipo de amigas que se lo cuentan todo unas a otras. Así, se ve claramente una conexión mayor entre las mayores del grupo, Trudi y Katie, y entre Siobhan y Jessica a la hora de hablar de la ropa sucia de cada una, lo que a la larga servirá para sembrar conflictos dentro del grupo. Todas ellas afrontan las consecuencias de su estilo de vida, menos Trudi, que verá resueltos muchos de los problemas que le quitan el sueño, eso sí, en un giro argumental propio de telenovela mala. Siobhan y Katie, los personajes más intensos (y que más dolores de cabeza provocan, para qué negarlo), compiten en la carrera de amargarse la propia existencia haciendo decisiones a cada cual más equivocada para, al final, acabar asistiendo al descubrimiento de sus respectivos pasteles, mientras que Jessica se enfrenta al peor de sus miedos: enamorarse y, para su sorpresa, hacerlo de una lesbiana casada (una Anna Torv preFringe).

Resulta difícil elegir un tono que agrupe la atmósfera de la serie en su totalidad pasan por tantos estados emocionales que acaban arrastrando con ellas todo lo demás. Y no siempre de la mejor manera. Las series cuyo centro de gravedad son las relaciones interpersonales tienen ese riesgo de irse a los extremos, en muchos casos, cebándose con los personajes, haciéndoles pasar por cualquier tipo de infierno, o pisar el acelerador de su maduración personal, siempre que convenga a los propósitos dramáticos.

A partir de la segunda temporada, se empieza a apreciar este problema. Con el salto temporal de año y medio hacia delante, tenemos que hacer un ejercicio de aceptación de las nuevas reglas del juego que, en el caso de Jessica, resulta chocante e inverosímil viendo el estado en que termina la mujer en la primera entrega. Con Katie y Siobhan, la reacción se queda en un WTF por involución de ambos personajes, que rozan lo borderline, mientras que Trudi sigue en su línea de recibir sobresaltos por parte de los hombres con los que comparte su vida.

Esta tendencia hacia abajo se mantiene en la tercera temporada, que, además padece de arritmias narrativas. Sólo cuenta de cuatro episodios, dos menos que en las anteriores, para arreglar un desastre de trama dispuesta en in media res que se acaba resolviendo en los diez minutos finales, sin exagerar. Eso por no hablar de una Katie totalmente sin rumbo, una Trudi rota y una Jessica que no merecía tantas leches por parte de los guionistas. La mejor parada de todo este desaguisado: Siobhan, contra todo pronóstico, algo es algo. Más oscura y dada a los giros gratuitos (ni que la hubiera escrito la 'master' Shonda Rhimes), sin duda, estamos ante la peor entrega de la serie con diferencia, lo cual no es la despedida más agradable.

Si queréis ver Mistresses y acabar con el recuerdo de haber disfrutado de una entretenida serie de personajes y relaciones, basta con la primera temporada.

2 comentarios:

OsKar108 dijo...

La 1ª me gustó, aunque sin parecerme ninguna maravilla tampoco; la 2ª ya me desencanto un poco más, menos mal que está compuesta de solo 6 capítulos, si no creo que me hubiese entrado pereza para ir avanzando con ella (aunque no está del todo mal, que no se me malentienda); y me falta por ver la 3ª, que constando solo de 4 capítulos me imagino que acabaré viendo en algún momento.

¡Saludos!

Atticus dijo...

El mayor problema de la tercera es que tenían un montón de tramas por desarrollar y cerrar en sólo cuatro capítulo, y claro, el final pasó un tanto rápido. Aún así, a mí me gustó bastante, salgo con buena sensación del conjunto. ¿Que quizá algunas cosas que les pasaban eran un tantos exageradas? Pues sí, pero por lo menos tenía mucho enganche, que te pones uno y no paras.